LA
CONCIENCIA, LUZ DEL ALMA
II. La
conciencia bien formada. Doctrina y vida. Ejemplaridad.
III. Ser
luz para los demás. Responsabilidad.
“En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Sed compasivos, como vuestro Padre
es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis
condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena,
apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque
con la medida con que midáis se os medirá»” (Lucas 6,36-38).
I. La conciencia es la
luz del alma, de lo más profundo del ser del hombre, y, si se apaga, el hombre
se queda a oscuras y puede cometer todos los atropellos posibles contra sí
mismo y contra los demás. Jesús compara la función de la conciencia a la del
ojo en nuestra vida (Lucas 11, 34-35). Cuando el ojo está sano se ven las cosas
tal como son, sin deformaciones. Un ojo enfermo no ve o deforma la realidad,
engaña al propio sujeto, y la persona puede llegar a pensar que los sucesos y
las personas son como ella los ve con sus ojos enfermos.
La conciencia se puede
deformar por no haber puesto los medios para alcanzar la ciencia debida acerca
de la fe, o bien por una mala voluntad dominada por la soberbia, la sensualidad
o la pereza. La Cuaresma es un tiempo muy oportuno para pedirle al Señor que
nos ayude a formarnos muy bien la conciencia y para que examinemos si somos
sinceros con nosotros mismos y en la dirección espiritual.
II. La luz que hay en
nosotros no brota de nuestro interior, sino de Jesucristo. Yo soy –ha dicho Él-
la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas (Juan 8, 12). Su luz
esclarece nuestras conciencias: más aún, nos puede convertir en luz que ilumine
la vida de los demás: vosotros sois la luz del mundo (Mateo 5, 14). Lo haremos
con nuestra palabra y con nuestro comportamiento, para lo cual tenemos
necesidad de formarnos una conciencia recta y delicada, que entienda con
facilidad la voz de Dios en los asuntos de la vida cotidiana.
La ciencia moral
debida y el esfuerzo por vivir las virtudes cristianas (doctrina y vida) son
los dos aspectos esenciales para la formación de la conciencia. Nadie nos puede
sustituir ni podemos delegar esta grave responsabilidad.
III. Para el caminante
que verdaderamente desea llegar a su destino lo importante es tener claro el
camino. Agradece las señales claras, aunque alguna vez indiquen un sendero un
poco más estrecho y dificultoso, y huirá de los caminos que, aunque sean anchos
y cómodos de andar, no conducen a ninguna parte... o llevan a un precipicio.
Necesitamos luz y claridad para nosotros y para quienes están a nuestro lado.
Es muy grande nuestra responsabilidad. El cristiano está puesto por Dios como
antorcha que ilumina a otros en su caminar hacia Dios. Pidamos a Nuestra Señora
que nos ayude a ser luz para los que nos rodean con nuestra palabra y nuestro
ejemplo.
Textos
basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente:
Almudi.org