LA SANTA MISA Y LA ENTREGA PERSONAL
II. La Santa Misa,
renovación del sacrificio de la Cruz.
III. Valor infinito de la
Santa Misa. Nuestra participación en el Sacrificio. La Santa Misa, centro de la
vida de la Iglesia y de cada cristiano.
“«Si yo diera
testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. Otro es el que da
testimonio de mí, y yo sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros
mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que
yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os
salvéis. Él era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos
una hora con su luz.
Pero yo tengo un
testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado
llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el
Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado
testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto
nunca su rostro, ni habita su palabra en vosotros, porque no creéis al que Él
ha enviado.
Vosotros investigáis las
escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan
testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida. La gloria
no la recibo de los hombres. Pero yo os conozco: no tenéis en vosotros el amor
de Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en
su propio nombre, a ése le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros, que
aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios?
No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es
Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a
Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero si no creéis en sus
escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?»” (Juan 5,31-47).
I. La entrega plena de
cristo por nosotros, que culmina en el Calvario, constituye la llamada más
apremiante a corresponder a su gran amor por cada uno de nosotros. En la Cruz,
Jesús consumó la entrega plena a la voluntad del Padre y el amor por todos los
hombres, por cada uno: me amó y se entregó por mí (Gálatas 2, 20) ¿Cómo
correspondo yo a su Amor?
En
todo verdadero sacrificio se dan cuatro elementos esenciales, y todos ellos se
encuentran presentes en el sacrificio de la Cruz: sacerdote, víctima,
ofrecimiento interior y manifestación externa del sacrificio, expresión de la
actitud interior. Nosotros, que queremos imitar a Jesús, que sólo deseamos que
nuestra vida sea reflejo de la suya, nos preguntamos hoy si sabemos unirnos al
ofrecimiento de Jesús al Padre, con la aceptación de la voluntad de Dios, en
cada momento, en las alegrías y contrariedades, en el dolor y en el gozo.
II. La Santa Misa y el
Sacrificio de la Cruz son el mismo y único sacrificio, aunque estén separados
en el tiempo: se vuelve a hacer presente la total sumisión amorosa de Nuestro
Señor a la voluntad del Padre. Cristo se ofrece a Sí mismo a través del sacerdote,
que actúa in persona Christi. Su manifestación externa es la separación
sacramental, no cruenta, de su Cuerpo y su Sangre, mediante la
transustanciación del pan y el vino. Nuestra oración de hoy es un buen momento
para examinar cómo asistimos y participamos en la Santa Misa. Si tenemos amor,
identificación plena con la voluntad de Dios, ofrecimiento de nosotros mismos,
y afán corredentor.
III. El Sacrificio de la
Misa, al ser esencialmente idéntico al Sacrificio de la Cruz, tiene un valor
infinito, independientemente de las disposiciones concretas de quienes asisten
y del celebrante, porque Cristo es el Oferente principal y la Víctima que se
ofrece. No existe un medio más perfecto de adorar a Dios o de darle gracias por
todo lo que es y por sus continuas misericordias con nosotros. También es la
única perfecta y adecuada reparación, a la que debemos unir nuestros actos de
desagravio.
La
Santa Misa debe ser el punto central de nuestra vida diaria, como lo es en la
vida de la Iglesia, ofreciéndonos nosotros mismos por Él, con Él y en Él. Este
acto de unión con Cristo debe ser tan profundo y verdadero que penetre todo
nuestro día e influya decisivamente en nuestro trabajo, en nuestras relaciones
con los demás, en nuestras alegrías y fracasos, en todo. Acudamos a nuestro
Ángel para evitar las distracciones cuando asistimos a la Santa Misa, y
esforcémonos en cuidar con más amor este rato único de nuestro día.
Textos basados en ideas
de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org