"En estos días en que estamos sufriendo por nosotros,
por los que amamos y por tantos a los que vemos enfermar, tiene sentido volver
la vista a este Cristo que redime al mundo, que lo abraza y carga sobre sí
todos los pecados y vence a la muerte. Él sigue vivo entre nosotros. Él no se
ha ido"
Foto: Reuters/Sergio Moraes |
La visión debió de ser
formidable y bella. Esa bahía, que pasaría a la posteridad con el nombre
tupí-guaraní de Guanabara, era perfecta para los navíos. Brasil, donde Pedro
Alvares Cabral había llegado en 1500, era un inmenso bosque, la mata
atlántica la siguen llamando en la actualidad, con una vegetación tan
frondosa que apenas era posible penetrar en ella.
Las carreteras, aún hoy,
deben contar con el riesgo de que las raíces las partan con el transcurso de
los años.
Aquel lugar no mostraba la
grandeza del hombre, sino la grandeza de Dios. La montaña y el mar se abrazaban
al pie del cerro del Corcovado y frente al Pan de Azúcar. No hay cerro de
nombre más feliz en toda América.
Un nombre que vaticina el
frenesí etílico de la cachaça, el aguardiente de la caña, la feliz
dulzura de la piña y la entronización de la glucosa en la pizza brigadeiro:
chocolate, crema de chocolate, fideos de chocolate y dulce de leche. Casi nada.
También el nombre de Jesús
es dulce. Quizás por eso solo Él puede dominar esta bahía prodigiosa a la que
han llegado, desde hace más de un siglo, millones de seres humanos de todo el
mundo para iniciar una nueva vida.
A la bahía de Todos los
Santos, con sus iglesias rebosantes de oro y sus mercados de frutas coloridas,
llegaban los esclavos víctimas de un comercio infame que escribió páginas
terribles en la historia de la humanidad (mejor dicho, de la inhumanidad). A
Río de Janeiro llegaban los barcos llenos de gente en busca de una nueva
oportunidad. Brasil, como escribió Stefan Zweig, era un país de futuro.
En este tiempo de dolor y
miedo por la pandemia que azota el planeta, el Cristo del Corcovado se ha
iluminado, de noche, con todas las banderas del mundo en un acto religioso sin
público para orar por todos los enfermos.
Lo ha presidido el obispo
de Río, el cardenal Orani João Tempesta, que ha explicado el sentido de la
oración: «Rezamos y le pedimos a Dios que las autoridades encuentren los
caminos y que todos colaboren para que podamos superar lo antes posible este
tiempo difícil».
Por eso, en estos días en
que estamos sufriendo por nosotros, por los que amamos y por tantos a los que
vemos enfermar, tiene sentido volver la vista a este Cristo que redime al
mundo, que lo abraza y carga sobre sí todos los pecados y vence a la muerte. Él
sigue vivo entre nosotros. Él no se ha ido.
Ricardo Ruiz de la Serna
Fuente: Alfa y Omega