LOS ENFERMOS, PREDILECTOS DEL SEÑOR
II. La Unción de los
enfermos.
III. Valor corredentor del
dolor y de la enfermedad. Aprender a santificarlo.
“Entonces llamó a los
Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y
les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni
alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos
túnicas. Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta
el momento de partir.
Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha,
al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra
ellos". Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron
a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo” (Marcos
6,7-13).
I. Nuestro Señor mostró
siempre su infinita compasión por los enfermos. Son innumerables los pasajes
del Evangelio en los que Jesús se movió de compasión al contemplar el dolor y
la enfermedad, y sanó a muchos como signo de la curación espiritual que obraba
en las almas. El Señor ha querido que sus discípulos le imiten en una compasión
eficaz hacia quienes sufren en la enfermedad y en todo dolor.
En
los enfermos vemos al mismo Señor, que nos dice: lo que hicisteis por uno de
éstos, por mí lo hicisteis (Mateo 25, 40). Entre las atenciones que podemos
tener con los enfermos están: acompañarles, visitarles con la frecuencia
oportuna, procurar que la enfermedad no los intranquilice, facilitarles el
descanso y el cumplimiento de las prescripciones del médico, hacerles grato el
momento que estemos con ellos, sin que nunca se sientan solos, y ayudarles a
santificar el dolor.
II. Debemos preocuparnos
por la salud física de quienes están enfermos, y también de su alma. Podemos
hacerles ver que su dolor, si lo unen a los padecimientos de Cristo, se
convierte en un bien de valor incalculable: ayuda eficaz a toda la Iglesia,
purificación de sus faltas pasadas, y una oportunidad que Dios les da para
adelantar en su santidad personal, porque Cristo bendice en ocasiones con la
Cruz.
El
sacramento de la Unción de enfermos es uno de los cuidados que la Iglesia
reserva para sus hijos enfermos. Este sacramento es un gran don de Jesucristo,
y trae consigo abundantísimos bienes; por tanto hemos de desearlo y pedirlo
cuando nos encontremos en enfermedad grave. Este sacramento infunde una gran
paz y alegría al alma del enfermo consciente, le mueve a unirse a Cristo,
corredimiendo con Él: llevarlo a nuestros enfermos es un deber de caridad y, en
muchos casos de justicia.
III. Cuando el Señor nos
haga gustar su Cruz a través del dolor y de la enfermedad, debemos
considerarnos como hijos predilectos. Por muy poca cosa que podamos ser, nos
convertimos en corredentores con Él, y el dolor -que era inútil y dañoso- se
convierte en alegría y en un tesoro. El dolor, que ha separado a muchos de Dios
porque no lo han visto a la luz de la fe, debe unirnos más a Él.
Pidámosle
a nuestra Madre Santa María que el dolor y las penas –inevitables en la vida-
nos ayuden a unirnos más a su Hijo, y que sepamos entenderlos, cuando lleguen,
como una bendición para nosotros mismos y para toda la Iglesia.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org