Seguir a
Jesús no se logra en la mera obediencia a la ley, sino en la capacidad de
entrar en la gratuidad del don
Cuando
atravesamos un fuerte dolor, frente al cual luchamos por reaccionar, tenemos la
impresión de morir lentamente, sentimos que la vida nos deja y la luz se apaga
lentamente.
Cuando las
personas con las que contamos nos abandonan, cuando los eventos toman un giro
que no esperábamos y decimos “estar en pedazos”, sentimos que, poco a
poco, el sufrimiento nos destroza el corazón.
Nos damos
cuenta de que el dolor nos aísla, nos encierra, que ya no podemos
ver las cosas con claridad y mucho menos actuar con positivismo y
agradecimiento.
Vivir desde el
agradecimiento no es fácil. No se llega allí sin haber
permitido que el dolor nos golpee. El agradecimiento nos encuentra cuando hemos
atravesado la oscuridad y ahora podemos ver de forma diferente.
Algunos pasajes
en la Biblia nos hablan del agradecimiento. Probablemente el que se nos viene
primero a la mente es el del leproso agradecido.
Los leprosos
del Evangelio son esos que están muriendo lentamente, son esos que se están
desmoronando, que no pueden mantener juntas las piezas de su vida. Son personas
aisladas, condenadas a relegarse a espacios solitarios para no
contaminar a otros con su sufrimiento.
Nuestra cultura
tiende a alejar a los que sufren, queremos evitar ver, pero sobre todo queremos
evitar ser infectados por el dolor.
Y es
paradójico, porque a veces, como cristianos, queremos vivir así: sin
sufrir. Queremos simplemente hacer las cosas bien para lograr que el
sufrimiento no nos toque.
Y cuando llegan
los momentos de dolor, nos rebelamos y nos
llenamos de bulla para no escuchar las llamadas que, Dios, a través del
sufrimiento, nos hace.
El verdadero
seguimiento de Jesús no se logra en la mera obediencia a la ley, sino en la
capacidad de entrar en la gratuidad del don.
Los primeros
nueve leprosos -como es el caso de muchos de nosotros- viven un seguimiento
formal, hacen lo que deben, van a presentarse a los sacerdotes para formalizar
su curación.
Pero no se dan
cuenta de que solo uno está verdaderamente curado, un samaritano, uno que no
comparte la adoración en el Templo. Es él el único que regresa para agradecer
el regalo recibido.
En la vida, a
menudo somos las personas más correctas, pero apenas nos convertimos en
personas agradecidas. Hacemos lo que tenemos que hacer, pero rara vez vivimos
la experiencia de la gratuidad del amor.
Incluso la fe
se convierte solo en la explicación de un culto que no nos mueve el corazón.
Parece que hemos cumplido con nuestro deber, quizás incluso muy
bien y escrupulosamente, pero no hemos entrado en la gratuidad de la vida.
Por eso dicen
que el agradecimiento es la memoria del corazón, porque tal cual, ser
agradecido es dejar que se mueva el corazón.
Hacer memoria
significa caer en la cuenta de que soy amado, y esta
memoria del corazón, me invita a ver que soy amado cuando parece que no lo soy
o que incluso ni lo merezco.
Por eso vivir
en la gratuidad de la vida requiere una memoria atenta del corazón que me
recuerde que todo es don, que todo es de Dios y vuelve a Dios, que
nada es mío y que por eso debo estar profundamente agradecido, pues como dice
San Ignacio:
“Vos me lo
disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro: disponed de ello según
vuestra voluntad”.
Como el leproso
del Evangelio, recuerda siempre volver y decir gracias cada vez que la
misericordia de Dios una las piezas que caen en tu vida.
Luisa
Restrepo
Fuente:
Aleteia