¿Por qué la
Iglesia manda no comer carne los viernes? La práctica se remonta a una renuncia
de los ricos, porque los pobres no podían pagarla
La Iglesia pide a los católicos que los viernes de cuaresma no se coma
carne, y además, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, que se practique el
ayuno. Todas las religiones ofrecen el ayuno como sacrificio, pero el
significado es diferente en el islam que para el cristianismo.
La Hermana
Beatriz Liaño, de Siervas del Hogar de la Madre, lo explica para Religión
Confidencial en un artículo que ha titulado “Ayuno y abstinencia, ¿sumisión o
libertad?”
Tanto en el cristianismo como en el
islam, encontramos la práctica del ayuno. A simple vista podría parecer un lazo
que nos une, pero cuando se estudian con un poco de profundidad las
motivaciones con las que ayunan cristianos y musulmanes descubrimos asombrados
que esta
práctica antes que acercarnos, nos aleja. Quizás es buen
reflexionar sobre estas diferencias, precisamente para comprender el verdadero
sentido de la mortificación cristiana.
El islam es una religión que desconoce el
amor y el perdón. La actitud fundamental del musulmán es la
sumisión, a la que se llega a través del temor. De ahí que
el mismo ayuno es señal de sometimiento, de subordinación. En cambio, el
espíritu de mortificación cristiano está animado por una disposición bien
distinta.
No es mi intención cuestionar al buen
musulmán que ayuna con ese sentimiento de temor de Dios en su corazón. Pero es
cierto lo que digo. Su ayuno es muy distinto del nuestro y no se pueden poner
al mismo nivel.
Los cristianos somos y nos sabemos hijos
de Dios. Para nosotros la mortificación es, en primer lugar, una
forma de manifestar nuestro amor a Dios, que tanto “nos ha
amado hasta dar su vida por nosotros”. Cuando se contempla de verdad a Cristo
Crucificado, cuando se le ama de verdad, se comprende el sentido y la necesidad
de una voluntaria mortificación, de un camino de purificación que nos permita
unirnos y asemejarnos a Él, acortar las distancias entre su santidad y nuestra
pobreza.
El sentido cristiano del sacrificio
El sentido cristiano de la mortificación
va más allá todavía, pero para comprender ese “más allá” es necesario aceptar
que nacemos con una herida llamada pecado original que provoca en nosotros un
cierto desorden, una inclinación al mal, una debilidad frente a nuestras
pasiones que se acrecienta en la medida en que crece nuestro pecado personal.
Ante la realidad de esta herida provocada por el pecado, la
mortificación es maestra de virtudes y libertadora frente a tantos vicios que
nos hacen esclavos del pecado. Renunciamos a lo que es
lícito para alcanzar la gracia de rechazar lo que no lo es.
En este
sentido, si en el musulmán el ayuno es signo de sumisión, en el cristiano el
ayuno es signo de libertad, porque
el gran sufrimiento de nuestra alma es lo que San Pablo expresaba diciendo:
“Veo el bien que quiero y hago el mal que no quiero”. La mortificación nos
enseña a escoger el bien, nos enseña el arte de poseernos a nosotros mismos
para poder entregarnos a los demás. El genial dominico P. Garrigou Lagrange decía:
“¿Cómo podríamos ser dulces con quien es áspero con nosotros sin saber
vencernos a nosotros mismos y poseer la propia alma?”.
Ayuno en Cuaresma
En concreto, lo que
la Iglesia pide en cuanto al ayuno y la abstinencia, se recoge
en un breve canon, el número 1251 del Código de Derecho Canónico: “Todos los
viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la
abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia
Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes
Santo”.
La
práctica tradicional en España es que no se come carne los viernes, pero ese sacrificio puede ser
sustituido por una limosna o por otro sacrificio, salvo en Cuaresma, tiempo en
el que no es sustituible por nada. Sobre el ayuno, el Código —redactado con el
corazón materno de la Iglesia— no da normas precisas. Lo deja a la generosidad
y capacidad de cada uno.
Hay que explicar que esta práctica de “no
comer carne” los viernes, nació como una renuncia de los “ricos”,
porque los pobres no podían pagar la carne. Todavía en casa de
Juan XXIII, cuando era niño, solo se comía carne en Navidad y en Pascua. La
alimentación de los pobres era la polenta, el maíz en todas sus formas, verdura
y fruta. Para ellos no comer carne no era un sacrificio, sencillamente porque
no había otra opción.
Y, sin embargo, también los pobres deben
hacer penitencia y renunciar voluntariamente y por amor de Dios a cosas que, de
ordinario, son absolutamente lícitas. De hecho, puede haber una
persona a la que le cueste más renunciar al café de media mañana que
comer pescado un viernes. Si esa persona es generosa y le quiere ofrecer al
Señor el sacrificio de no tomar ese café el viernes, el Señor lo bendecirá.
Pero en Cuaresma, aunque haga el sacrificio de no tomar ese café, la Iglesia le
recuerda que además debe cumplir la abstinencia de carne.
¿Por qué no se come carne?
Pero ¿por qué no se debe comer carne los
viernes? Si es
una ley de Iglesia, es decir, que no es un mandamiento de Dios, si se podría
sustituir por otra cosa, si hay cosas que pueden costarnos más… La palabra de
Dios nos ayuda a iluminar nuestras perplejidades: «¿Quiere el Señor holocaustos
y sacrificios o quiere que se obedezca su voz? La obediencia vale más que el
sacrificio; la docilidad, más que la grasa de carneros» (I Sam 15, 22). Al
final, la decisión de aceptar este mandato de la Iglesia es una cuestión de
obediencia y de amor. Es más, el verdadero sacrificio y la verdadera abstinencia
es nuestra obediencia.
Hay otra razón: tampoco
es despreciable la fuerza que da a nuestra oración y nuestro ofrecimiento la
comunidad, el que este sacrificio de no comer carne y de
ayunar lo hacemos toda la Iglesia al unísono.
Hoy en día tantos ayunan por guardar la
línea, por cuidar la salud… Algunos no comen carne nunca, y no pasa nada. Solo
si ayunamos por amor a Dios, o dejamos de comer carne un viernes por amor de
Dios estamos haciendo una locura o una tontería. Seguramente el problema es una
grave falta de fe, de verdadera experiencia de Dios. No
amamos bastante para comprender el valor del sacrificio.
Hna. Beatriz Liaño
Fuente: ReligionConfidencial