Quizás una señal especial
podría ayudarme a elegir mejor y a creer más en Él...
Tal vez lo quiero todo
claro, diáfano. Porque no quiero errar el camino y tener que regresar y volver
a empezar. O no estar en el lugar correcto, en el momento oportuno. No quiero
perder nada de lo que puedo elegir.
“Elegir supone renunciar a
aquello que no se elige. La mayoría de las personas que no pueden decidirse
vacilan, puesto que no desean renunciar a ninguna de las alternativas. Las
decisiones generan sentimientos de pérdida y vacío. En cada elección aprendemos
a vaciarnos”.
Por eso temo tomar
la decisión equivocada. Temo perder lo que puedo elegir. No lo sé. No me gusta
confundirme y le pido a Dios señales claras.
Pienso en las señales de
José para caminar con María. La voz de un ángel en sueños. Y tantos silencios
llenos de oscuridad. Y algunas luces. Pienso en las señales de María. En la
anunciación. En el encuentro con Isabel. En los pastores y los reyes detenidos
en el establo. Señales confusas en medio de tantos silencios.
¿Cómo celebrarían María
y José las otras navidades? Cuando Jesús iba creciendo sin grandes señales. En
la oscuridad de Egipto. En la cotidianeidad de Nazaret. No había señales
claras. Me cuesta pensar en la paz de sus almas caminando de la mano de Dios.
Meditándolo todo en su corazón. Sin certezas absolutas.
Y yo le exijo a Dios
grandes señales. Quiero evidencias. Como si tuviera más derechos que José y
María.
Por eso me gustaría
hacer mías las palabras de una persona que rezaba: “Gracias por venir a
verme sin hacer ruido. Gracias por quedarte despacio dormido entre mis manos.
No quiero más señales. Más signos. No quiero más estrellas fugaces que
atraviesen el cielo marcando un punto, una dirección, un lugar. No quiero nada
especial para poder seguirte. Sólo mirarte hoy. Callado. Con el alma atenta,
abierta, en paz”.
Sí. Quiero seguir a
Jesús por los caminos sin grandes evidencias. Sin tenerlo todo claro. Jesús
pasó haciendo el bien. Pero muchos no vieron en sus obras una señal del amor de
Dios.
“Dios está llegando, y
los más desgraciados pueden experimentar ya su amor compasivo. Estas curaciones
sorprendentes son signo humilde, pero real, de un mundo nuevo: el mundo que
Dios quiere para todos”. Nacía un mundo nuevo de sus manos.
Ese mundo comenzó la
noche de Navidad. En el silencio. Sin la admiración del mundo. Sin señales
evidentes. Y siguió en la vida de Jesús sin que tampoco los que estaban cerca
supieran reconocerlo.
Decía el padre José
Kentenich hablando de la providencia de Dios: “¿No ha guiado acaso la mano
de Dios todo de tal manera que redundó en lo mejor para mí? ¿Sienten
ustedes todo lo que se esconde en la entrega alegre a esta Providencia
infinitamente bondadosa? Detrás de la Providencia divina se esconde, en la
medida en que nos entregamos a ella, una fuente de alegría que mana en forma
constante. Ya no hay nada que pueda hacernos temblar, que haga
estremecerse a la naturaleza entera, si el fondo del alma está siempre cobijado
en el hogar primordial, en el agrado de Dios, en el cuidado y la Providencia
divinos”.
Las señales dejan de ser
entonces tan importantes. Confío en el amor de Dios que va conmigo. No me deja.
Dios no me suelta de su mano.
Podré confundirme y
hacer las cosas mal. Elegiré renunciando. Perderé. Ganaré. Me vaciaré. Tendré
que volver a empezar de nuevo. Una nueva ruta. Podré errar en la
interpretación de las señales. Todo eso es posible.
Pero lo que no
puedo perder nunca es la confianza plena en el amor de Dios. Él me quiere con
locura. Ama mi vida como es. Sin pensar en todo lo que podría llegar a ser. Me
abraza como soy ahora y se conmueve.
Me gusta aprender a
interpretar sus pequeños regalos diarios. Buscar a cada rato lo que creo que
quiere que haga. Y alegrarme de estar donde estoy sin pensar que sería mejor
que estuviera en otra parte.
Es verdad que eso exige
una madurez que a veces me falta. Mi mente errante viaja del presente al futuro
con facilidad. Pensando en cómo será lo que viene. En cómo hubiera sido con
otras elecciones. Busco señales. Exijo señales.
No quiero probar a Dios. Sólo
quiero que me muestra con signos sencillos que me ama. Que me lo demuestre para
que no me olvide en medio de las cruces o la sequedad del camino. Es lo único
que le pido.
No grandes señales que
marquen una ruta clara. Sí pequeños signos de su amor que me recuerdan su
predilección por mí. Esa que tantas veces olvido. Y quiero luz para
interpretar esos signos. Sin interpretar más allá de la cuenta.
CARLOS PADILLA ESTEBAN
Fuente: Aleteia