UNA TAREA URGENTE: DAR DOCTRINA
II. Formación
en las verdades de la fe. Estudiar y enseñar el Catecismo. Transmitir
las verdades que se reciben.
III. La oración
y la mortificación deben acompañar a todo apostolado. Sólo la gracia puede
mover a la voluntad a asentir a las verdades de la fe. Con la ayuda del Señor
superamos los obstáculos.
“En aquel tiempo, Jesús
se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de
Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán,
de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía,
acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le
prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de
suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los
espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el
Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran” (Marcos
3,7-12).
I. Vemos en el Evangelio
de la Misa a tanta gente necesitada que acude a Cristo (Lucas 6, 19; 8, 45). Y
les atiende, porque tiene un corazón compasivo y misericordioso. Las
muchedumbres andan hoy tan necesitadas como entonces. También ahora las vemos
como ovejas sin pastor, desorientadas, sin saber a dónde dirigir su vida. La
humanidad, a pesar de los progresos, sigue padeciendo la gran falta de la
doctrina de Cristo, custodiada sin error por el Magisterio de la Iglesia.
Las
palabras del Señor siguen siendo palabras de vida eterna que enseñan a huir del
pecado, a santificar la vida ordinaria, las alegrías, las derrotas y la
enfermedad..., y abren el camino de la salvación. En nuestras manos está ese
tesoro de doctrina para darla a tiempo y a destiempo (2 Timoteo, 4, 2). Ésta es
la tarea verdaderamente apremiante que tenemos los cristianos.
II. Para dar la doctrina de
Jesucristo es necesario tenerla en el entendimiento y en el corazón: meditarla
y amarla. Necesitamos conocer bien el Catecismo, esos libros “fieles a los
contenidos esenciales de la Revelación y puestos al día en lo que se refiere al
método, capaces de educar en una fe robusta a las generaciones cristianas de
los tiempos nuevos” (JUAN PABLO II, Catechesi tradendae). Os entrego lo que
recibí (1 Corintios, 11, 23), decía San Pablo. Id y enseñad..., nos dice a
todos el mismo Cristo.
Se
trata de una difusión espontánea de la doctrina, de modo a veces informal, pero
extraordinariamente eficaz, que realizaron los primeros cristianos como podemos
hacerlo ahora: de familia a familia, entre los compañeros de trabajo, en la
calle, en la Universidad: estos medios se convierten en el cauce de una
catequesis discreta y amable, que penetra hasta lo más hondo de las costumbres
de la sociedad y de la vida de los hombres.
III. Al advertir la
extensión de esta tarea –difundir la doctrina de Jesucristo- hemos de empezar
por pedirle al Señor que nos aumente la fe. Debemos tener en cuenta que sólo la
gracia de Dios puede mover a voluntad para asentir a las verdades de la fe.
Por
eso, cuando queremos atraer a alguno a la verdad cristiana, debemos acompañar
ese apostolado con una oración humilde y constante; y junto a la oración, la
penitencia, quizá en detalles pequeños, pero sobrenatural y concreta.
Señor,
¡enséñanos a darte a conocer! Santa María, ¡ayúdanos para que sepamos ilusionar
a otros muchos en esta noble tarea de difundir la Verdad!
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org