Rezar no es pedir a Dios
que haga nuestra voluntad, sino entrar en su deseo de salud y felicidad para
cada uno de nosotros
En estos casos caemos de lleno en la superstición y en el pensamiento mágico. Rezar no consiste en someter a Dios a nuestra voluntad, sino en compartir Su deseo de salvación y felicidad para todos nosotros.
En
una entrevista que concedí sobre la eficacia y la fecundidad de la oración,
respondí que Dios no es un cajero automático ni un puesto de lotería donde
compramos un boleto: “Rezar es ponerse en presencia de Dios, abandonarse para
entregarse a Él, y recibir la paz que nos da” (La Croix, 25 enero de 2014, p.
11).
Es
bueno unirnos a la comunidad cuando una persona nos confía una intención de
oración. Así nos ponemos tras los pasos de Cristo, que selló con su sangre una
Alianza nueva y que intercede por nosotros ante el Padre, “ya que está siempre
vivo para interceder en su favor” (He 7, 25).
Rezamos
por el prójimo cada domingo en la Eucaristía con la oración universal. Es un
buen momento para rezar en nuestro corazón por una intención solicitada. Pero,
como su nombre indica, la oración universal se abre a las dimensiones del
mundo. Se hace cargo de las necesidades de todos los seres humanos, creyentes o
no. Rezamos especialmente por las necesidades de la Iglesia y del mundo,
por aquellos y aquellas que sufren, entregándonos a Cristo resucitado. Rezar
por los demás, con total humildad y confianza, es siempre un regalo para los
otros, un gesto de amor.
Aunque
el Señor conozca ya nuestras intenciones, quiere que las expresemos con
confianza, como niños que saben que son amados, escuchados, satisfechos. “Por
eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido
y lo obtendréis” (Mc 11, 24).
JACQUES GAUTIER
Fuente:
Aleteia