VINO A CUMPLIR LA VOLUNTAD DEL PADRE
II. Otros modos de manifestarse la voluntad de Dios en nuestra vida: la
obediencia. Imitar a Jesús en su ardiente deseo de cumplir la voluntad de su
Padre Dios. Humildad.
III. Cumplir la voluntad de Dios en momentos en que cuesta o resulta ingrata
o difícil.
“No todo el que me dice:
Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad
de mi Padre que está en los Cielos.
Por tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca: Cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca.
Pero todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena: Cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, y cayó y fue tremenda su ruina” (Mt 7,21.24-27).
I. La vida de una persona
se puede edificar sobre muy diferentes cimientos: sobre roca, sobre barro,
sobre humo, sobre aire... El cristiano sólo tiene un fundamento firme en el que
apoyarse con seguridad: el Señor es la Roca permanente (Isaías, 26, 5). Nuestra
vida sólo puede ser edificada sobre Cristo mismo, nuestra única esperanza y
fundamento.
Y
esto quiere decir en primer lugar, que procuramos identificar nuestra voluntad
con la suya. No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los
Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi padre que está en los cielos,
leemos en el Evangelio de la Misa. La voluntad de Dios es la brújula que nos
indica el camino que nos lleva a Él, y es al mismo tiempo, el sendero de
nuestra propia felicidad.
El
cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios es a la vez, la cima de toda
santidad. El Señor nos la muestra a través de los Mandamientos, de las
indicaciones de la Iglesia, y de las obligaciones que conlleva nuestra vocación
y estado.
II. La voluntad de Dios se
nos manifiesta también a través de aquellas personas a quienes debemos
obediencia, y a través de los consejos recibidos en la dirección espiritual. La
obediencia no tiene fundamento último en las cualidades del que manda. Jesús
superaba infinitamente –era Dios- a María y a José, y les obedecía (Lucas 2,
51). Cristo obedece por amor, por cumplir la voluntad del Padre, y hemos de
considerar que el Señor se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz
(Filipenses 2, 8).
Nosotros
para obedecer debemos ser humildes, pues el espíritu de obediencia no cabe en
un alma dominada por la soberbia. La humildad da paz y alegría para realizar lo
mandado hasta en los menores detalles. En el apostolado, la obediencia se hace
indispensable: “Dios no necesita de nuestros trabajos, sino de nuestra
obediencia” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre San Mateo).
III. La voluntad de Dios
también se manifiesta en aquellas cosas que Él permite y que no resultan como
esperábamos, o son incluso totalmente contrarias a lo que deseábamos o habíamos
pedido con insistencia en la oración. Es el momento de aumentar nuestra oración
y fijarnos mejor en Jesucristo. Especialmente cuando nos resulten muy duros y
difíciles los acontecimientos: la enfermedad, la muerte de un ser querido, el
dolor de los que más queremos. “Dios sabe más” El Señor nos consolará de todos
nuestros pesares y quedarán santificados. Todo contribuye al bien de los que
aman a Dios (ROMANOS, 8, 28).
Pidámosle
a la Virgen que en todo momento nos identifiquemos con la voluntad del Padre.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org