SAN ESTEBAN, PROTOMÁRTIR
I. Calumnias y persecuciones de diversa naturaleza por seguir a Jesucristo.
II. También hoy existe la persecución. Modo cristiano de reaccionar.
III. El premio por haber padecido algún género de persecución por Jesucristo.
Fomentar también la esperanza del Cielo.
“En aquel tiempo, Jesús
dijo a sus Apóstoles: «Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los
tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante
gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles.
Más cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que
tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros
los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en
vosotros. Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán
hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi
nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará»” (Mateo
10,17-22).
I. Apenas hemos celebrado
el Nacimiento del Señor y ya la liturgia nos propone la fiesta de San Esteban,
el primero que dio su vida por ese Niño que acaba de nacer. La Iglesia quiere
recordar que la Cruz está siempre muy cerca de Jesús y de los suyos. En la
lucha por la santidad el cristiano se encuentra con situaciones difíciles y
acometidas de los enemigos del mundo: Si el mundo os odia, sabed que antes me
ha odiado a mí... (Juan 15, 18-20). La sangre de Esteban (Hechos 7, 54-60),
derramada por Cristo, fue la primera, y ya no ha cesado hasta nuestros días.
Cuando
Pablo llegó a Roma, los cristianos ya eran conocidos por el signo inconfundible
de la Cruz y de la contradicción. Nada nos debe extrañar si alguna vez en
nuestro andar hacia la santidad hemos de sufrir alguna tribulación, por ser
fieles a nuestro camino en un mundo con perfiles paganos. El Señor siempre nos
ayudará con Su gracia: En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: Yo he
vencido al mundo (Juan 16, 33)
II. No siempre la
persecución ha sido de la misma forma. Durante los primeros siglos se pretendió
destruir la fe de los cristianos con la violencia física. En otras ocasiones,
sin que ésta desapareciera, los cristianos se han visto –se ven- oprimidos en
sus derechos más elementales: sufren campañas dirigidas para minar su fe,
dificultades para educar cristianamente a sus hijos, o se les priva de las
justas oportunidades profesionales.
Otras
veces es la persecución solapada: ironía por ridiculizar los valores
cristianos, presión ambiental que amedrenta a los más débiles, calumnia y
maledicencia. Más doloroso es cuando la persecución viene de los propios
hermanos en la fe movidos por envidias, celotipias y faltas de rectitud de
intención, piensan que hacen un servicio a Dios (Juan 16. 2).
Todas
las contradicciones hay que sobrellevarlas junto al Señor en el Sagrario; allí
adquiriremos fecundidad en el apostolado, y saldremos de esas pruebas con el
alma más humilde y purificada.
III. El cristiano que padece
persecución por seguir a Jesús sacará de esta experiencia una gran capacidad de
comprensión y el propósito firme de no herir, de no agraviar, de no maltratar.
El
Señor nos pide, además, que oremos por quienes nos persiguen: debemos enseñar
la doctrina del Evangelio sin faltar a la caridad de Jesucristo. En momentos de
contrariedades es de gran ayuda fomentar la esperanza del Cielo. Nuestra Madre
está cerca de nosotros especialmente en los momentos difíciles.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org