Beatriz contaría que la Virgen se le había aparecido con túnica blanca y manto azul, como luego vestirían las monjas concepcionistas, y como pinta Murillo a la madre de Cristo
Lo que Murillo innovó
Murillo cambia el estilo de representar a María triunfante que habían traído pintores anteriores a él como Pacheco o Velázquez. ¿La gran novedad? Viste a María de blanco, con una túnica sencilla e inmaculada, y le da vuelo al manto azul.
De la lectura del Apocalipsis toma solo la luna bajo sus pies y, para representar aquello de que iba ‘vestida de sol’, coloca una luz anaranjada tras cada Inmaculada, prescindiendo de la corona de estrellas que sí usaron Pacheco y Velázquez.
Santa Beatriz de Silva, encerrada en el baúl por la Reina
Una de las primeras Inmaculadas que pintó Murillo fue ‘La Colosal’, que por suerte conservamos en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Se hizo para el arco de la iglesia del Convento de San Francisco, que estaba donde hoy se abre la Plaza Nueva. Dice la tradición que cuando Murillo presentó el cuadro, a los franciscanos no le gustó demasiado. Pero Murillo sabía que su cuadro no estaba realizado para ser visto a ras de suelo. Una vez que se colocó a su altura, los monjes cambiaron su visión sobre la obra. No hay que obviar que este lienzo mide tres metros de ancho y casi cuatro y medio de alto. Por algo es ‘La Colosal’. De hecho, su tamaño fue lo que hizo que el napoleónico Mariscal Soult no pudiera llevársela durante la invasión francesa, y se quedara recluida en el Alcázar.
Las obras que devolvió Pétain a Franco
La Inmaculada llamada ‘de los Venerables’ –y mal llamada ‘de Soult’ por su expoliador– regresó a España en 1940, pero nadie desde nuestro país la había reclamado. ¿Cómo podía ser? En aquella época, Francia estaba siendo invadida por las tropas nazis, y un gobierno colaboracionista dirigido por el Mariscal Pétain se había establecido en Vichy traicionando a la república francesa. Pétain quería el apoyo de la España de Franco, y por ello se propuso como estrategia un intercambio de cuadros entre el Prado y el Louvre.
Un día de diciembre, avisaron a los encargados del Patrimonio de España que fueran a la localidad francesa de Port Bou. Para agilizar el acuerdo, Pétain mandaba a Franco la Inmaculada de los Venerables a España. Debió llegar en tren, pero las lluvias lo impidieron, por lo que fue cargada en un camión sin escolta en el que llegó hasta el lugar de la cita. Un día antes del día de la Inmaculada, el cuadro llegaba en un vagón de tren precintado a Madrid. Por cierto, un año más tarde Pétain mandaría a España otra obra maestra expoliada: la Dama de Elche.
La hija sorda y monja de Murillo
Corre desde siempre la tradición de que Murillo tomó para algunas de sus Inmaculadas rostros conocidos. Pero dentro de esas teorías, debemos detenernos en la similar faz que tienen las llamadas ‘de Walpole’ (Hermitage de San Petersburgo) y ‘del Coro o niña’ (Museo de Bellas Artes).
Aunque puede resultar a simple vista sensato decir que ambas tienen el mismo rostro, Santiago Montoto se atrevía en los años 20 a decir que ambas tuvieron como modelo a la hija de Murillo, Francisca María. La última de sus hijas, que dicen que era sorda de nacimiento, entró en el convento de Madre de Dios como monja, y decían que la añoranza del pintor de su hija fue lo que propició que le pusiera su rostro a estas dos representaciones de la Inmaculada Concepción.
Lo que Murillo innovó
Murillo cambia el estilo de representar a María triunfante que habían traído pintores anteriores a él como Pacheco o Velázquez. ¿La gran novedad? Viste a María de blanco, con una túnica sencilla e inmaculada, y le da vuelo al manto azul.
De la lectura del Apocalipsis toma solo la luna bajo sus pies y, para representar aquello de que iba ‘vestida de sol’, coloca una luz anaranjada tras cada Inmaculada, prescindiendo de la corona de estrellas que sí usaron Pacheco y Velázquez.
Santa Beatriz de Silva, encerrada en el baúl por la Reina
¿En qué se basa esta representación que se hace de la
Inmaculada? Para ello tenemos que conocer a Santa Beatriz de Silva
(1437-1492), dama de la corte de Isabel de Portugal (esposa de Juan II
de Castilla). La reina, celosa porque creía que su marido miraba a Beatriz con
deseo, la encerró durante días en un baúl cerrado a cal y canto.
Allí, se le apareció la Virgen para decirle que todo
saldría bien, y que cuando saliera fundara una orden
(las Concepcionistas). Beatriz contaría que la Virgen se le había
aparecido con túnica blanca y manto azul, como luego vestirían las monjas
concepcionistas, y como pinta Murillo a la madre de Cristo.
Vista de cerca, a los monjes no les gustaba
Vista de cerca, a los monjes no les gustaba
Una de las primeras Inmaculadas que pintó Murillo fue ‘La Colosal’, que por suerte conservamos en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Se hizo para el arco de la iglesia del Convento de San Francisco, que estaba donde hoy se abre la Plaza Nueva. Dice la tradición que cuando Murillo presentó el cuadro, a los franciscanos no le gustó demasiado. Pero Murillo sabía que su cuadro no estaba realizado para ser visto a ras de suelo. Una vez que se colocó a su altura, los monjes cambiaron su visión sobre la obra. No hay que obviar que este lienzo mide tres metros de ancho y casi cuatro y medio de alto. Por algo es ‘La Colosal’. De hecho, su tamaño fue lo que hizo que el napoleónico Mariscal Soult no pudiera llevársela durante la invasión francesa, y se quedara recluida en el Alcázar.
Las obras que devolvió Pétain a Franco
La Inmaculada llamada ‘de los Venerables’ –y mal llamada ‘de Soult’ por su expoliador– regresó a España en 1940, pero nadie desde nuestro país la había reclamado. ¿Cómo podía ser? En aquella época, Francia estaba siendo invadida por las tropas nazis, y un gobierno colaboracionista dirigido por el Mariscal Pétain se había establecido en Vichy traicionando a la república francesa. Pétain quería el apoyo de la España de Franco, y por ello se propuso como estrategia un intercambio de cuadros entre el Prado y el Louvre.
Un día de diciembre, avisaron a los encargados del Patrimonio de España que fueran a la localidad francesa de Port Bou. Para agilizar el acuerdo, Pétain mandaba a Franco la Inmaculada de los Venerables a España. Debió llegar en tren, pero las lluvias lo impidieron, por lo que fue cargada en un camión sin escolta en el que llegó hasta el lugar de la cita. Un día antes del día de la Inmaculada, el cuadro llegaba en un vagón de tren precintado a Madrid. Por cierto, un año más tarde Pétain mandaría a España otra obra maestra expoliada: la Dama de Elche.
La hija sorda y monja de Murillo
Corre desde siempre la tradición de que Murillo tomó para algunas de sus Inmaculadas rostros conocidos. Pero dentro de esas teorías, debemos detenernos en la similar faz que tienen las llamadas ‘de Walpole’ (Hermitage de San Petersburgo) y ‘del Coro o niña’ (Museo de Bellas Artes).
Aunque puede resultar a simple vista sensato decir que ambas tienen el mismo rostro, Santiago Montoto se atrevía en los años 20 a decir que ambas tuvieron como modelo a la hija de Murillo, Francisca María. La última de sus hijas, que dicen que era sorda de nacimiento, entró en el convento de Madre de Dios como monja, y decían que la añoranza del pintor de su hija fue lo que propició que le pusiera su rostro a estas dos representaciones de la Inmaculada Concepción.
Cari
Filii
Fuente:
ReL