Su
preciosa oración dedicada a Nuestra Madre, es una imploración a que nos proteja
2019.12.08 Omaggio all'Immacolata in Piazza di Spagna (Vatican Media) |
El
Papa Francisco, hoy Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen, le
rindió un homenaje a la estatua de la Virgen María en la Piazza España. Como es
tradición, rezó frente al monumento y dejó un ramo de flores en la base de la
columna.
Su
preciosa oración dedicada a Nuestra Madre, es una imploración a que nos
proteja. El Papa en su oración nos dice que no es lo mismo ser pecadores y
corruptos.
Un
pecador, es quien cae, se arrepiente, confiesa su pecado y se levanta de nuevo,
con la ayuda de la misericordia de Dios. En cambio, dijo el Papa, un corrupto,
lleva la connivencia hipócrita con el mal. “La corrupción del corazón, que se
muestra impecable por fuera, pero por dentro está lleno de malas intenciones y
mezquinos egoísmos”.
El
Papa le confía a la Virgen a todos aquellos, que están oprimidos por la
desconfianza del desánimo por el pecado, que piensan que ya no tienen
esperanza, por sus tantos pecados, y que Dios no tiene tiempo para ellos. En
cambio, le pide que refleje dentro de la “oscuridad más profunda un rayo de luz
de Cristo resucitado”.
A continuación la oración del Papa, que le hizo a nuestra
Madre María:
Oh María Inmaculada
nos reunimos a tu alrededor una vez más.
Cuanto más seguimos en la vida
más nuestra gratitud a Dios aumenta
por habernos dado como madre, a nosotros, que somos
pecadores,
Tú, que eres la Inmaculada.
Entre todos los seres humanos, eres el única
preservada del pecado, como la madre de Jesús,
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Pero tu privilegio único,
te fue dado por el bien de todos nosotros, tus hijos.
De hecho, mirándote, vemos la victoria de Cristo,
La victoria del amor de Dios sobre el mal:
donde abundaba el pecado, es decir, en el corazón
humano,
la gracia se desbordó,
por el suave poder de la Sangre de Jesús.
Tú, Madre, nos recuerdas que sí, somos pecadores,
¡pero ya no somos esclavos del pecado!
Tu hijo, con su sacrificio,
rompió el dominio del mal, ganó el mundo.
Esto le dice tu corazón a todas las generaciones
Tan claro como el cielo donde el viento ha disuelto
cada nube.
Y entonces nos recuerdas que no es lo mismo
ser pecadores y ser corruptos: es muy diferente.
Una cosa es caer, pero luego arrepentirse, confesarlo
y levantarse de nuevo con la ayuda de la misericordia
de Dios.
Otra cosa es la connivencia hipócrita con el mal,
la corrupción del corazón, que se muestra impecable
por fuera,
pero por dentro está lleno de malas intenciones y
mezquinos egoísmos.
Tu pureza clara nos recuerda la sinceridad,
a la transparencia, a la simplicidad.
¡Cuánto necesitamos ser liberados de
la corrupción del corazón, que es el peligro más
grave!
Esto nos parece imposible, porque somos tan adictos,
y en cambio está al alcance de la mano. ¡Basta con
mirar hacia arriba
a tu sonrisa de madre, a tu belleza virgen,
incontaminada,
para volver a sentir que no estamos hechos para el
mal,
sino para el bien, para el amor, para Dios!
Por esto, oh Virgen María,
hoy te confío a todos aquellos que, en esta ciudad
y en todo el mundo están oprimidos por la desconfianza
del desánimo por el pecado;
aquellos que piensan que para ellos no hay más
esperanza,
que sus faltas son demasiadas y demasiado grandes
y que Dios no tiene tiempo que perder con ellos.
Te los confío porque no eres solo una madre
y como tal nunca dejas de amar a tus hijos,
sino también eres la Inmaculada, llena de gracia,
y puedes reflejar desde adentro de la oscuridad más
profunda
un rayo de luz de Cristo resucitado.
Él, y solo Él, rompe las cadenas del mal,
libera de las adicciones más implacables,
se disuelve de los lazos más criminales,
suaviza los corazones más endurecidos.
Y si esto sucede dentro de las personas,
¡Cómo cambia la faz de la ciudad!
En pequeños gestos y en grandes elecciones,
los círculos viciosos se vuelven virtuosos poco a
poco,
la calidad de vida mejora
y el clima social es más transpirable.
Te damos gracias, Madre Inmaculada,
Por recordarnos que, por el amor de Jesucristo,
ya no somos esclavos del pecado,
sino libres, libres de amar, de amarnos,
para ayudarnos como hermanos, aunque si sean
diferentes de nosotros
y gracias por ser diversos entre nosotros.
Gracias porque, con tu sinceridad, nos animas a
no avergonzarnos del bien, sino del mal;
ayúdanos a mantener alejado al maligno,
que con el engaño nos atrae hacia él, en agujas de
muerte;
danos el dulce recuerdo de que somos hijos de Dios,
Padre de inmensa bondad,
fuente eterna de vida, belleza y amor. Amén.
Patricia Ynestroza-Ciudad
del Vaticano
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