Claves para entender el Apocalipsis
Adventus (latín), significa “venida” y se utilizaba en el
mundo antiguo para hablar de la llegada solemne del emperador o de otra personalidad
importante. Los cristianos en el tiempo litúrgico que llamamos Adviento nos
preparamos para la venida de Jesucristo.
En Adviento
celebramos tres venidas del Señor:
1) La venida histórica hace dos mil
años, celebrando la alegría de que Dios mismo se ha hecho hombre (Natividad).
2) La venida constante, cotidiana,
porque Jesús está vivo. El siempre está viniendo a nuestras vidas con su
palabra, con su gracia, en el encuentro con los más pobres y en nuestros
hermanos. Esta venida cotidiana se nos hace especialmente presente en la
Eucaristía. El cristiano vive agradecido por esta presencia constante de Jesús
vivo y resucitado en medio de la comunidad.
3) Finalmente la venida
definitiva o mejor dicho, manifestación definitiva al final de los tiempos. Él
es la meta de la historia y la actitud del cristiano es de constante espera.
En la liturgia del Adviento,
tanto las lecturas como las oraciones, se centran (hasta el 16 de
diciembre), en la venida definitiva y solo después del 17 de diciembre las
celebraciones se concentran en la Navidad.
La actitud central del
Adviento es la esperanza, es Dios mismo que nos invita
a “preparar el camino para su venida”. Es un tiempo marcado por una profunda alegría. Sin
embargo, cuando muchos piensan en la segunda venida de Cristo la asocian a las
imágenes catastróficas del cine de Hollywood sobre el “fin” o de las profecías
de grupos fundamentalistas y fanáticos que toman literalmente las imágenes y
símbolos del libro del Apocalipsis, haciendo de Jesucristo una especie de Zeus
que vendrá con rayos en la mano a castigar sin piedad.
¿Qué sabemos del fin?
Cuando en la Biblia “se habla
del fin del mundo, la palabra “mundo” no se refiere primariamente al cosmos
físico, sino al mundo humano, a la historia del hombre. Esta forma de hablar
indica que este mundo llegará a un final querido y realizado por Dios”
(Ratzinger, Introducción al Cristianismo, 264).
El lenguaje apocalíptico de
los textos que se leen en el Adviento, sobre la Parusía, sobre la
manifestación definitiva del Señor al final de los tiempos, no pueden tomarse
al pie de la letra como hacen comúnmente sectas y grupos fundamentalistas que
desconocen el género apocalíptico y su simbología. La finalidad del estilo apocalíptico es
dar esperanza en tiempos de desolación. Este estilo de narrar surge en el
judaísmo, especialmente cuando los acontecimientos históricos son tan
desconcertantes que reclaman una interpretación que de sentido y esperanza a un
pueblo que desespera.
Así, aparecen en los tiempos
de gran sufrimiento que vivió Israel bajo imperios poderosos o durante las
terribles persecuciones que padeció el cristianismo bajo emperadores romanos
como Nerón o Domiciano.
Los textos apocalípticos
sobre el fin son para dar esperanza y alegría porque la historia tiene sentido
y está en manos de Dios, no para películas de cine catástrofe o para atemorizar a las
masas.
La palabra apocalipsis -del griego-, significa “revelación”,
“quitar el velo”, “desvelar”, justamente la revelación que da sentido a lo que
se vive en el tiempo presente y a toda la historia de la humanidad. Apocalipsis
no es un sinónimo de “final catastrófico”, como se utiliza hoy coloquialmente,
sino de una revelación que da el verdadero sentido de la historia.
El punto de partida del
simbolismo apocalíptico es el sueño, que en el mundo antiguo se lo consideraba
un modo de contacto con la divinidad, pero al evolucionar se convierte en
visión, en un cuadro simbólico que hay que interpretar sabiamente, no tomarlo
al pie de la letra.
El símbolo más común son las convulsiones cósmicas:
donde el sol, la luna, las estrellas y la naturaleza en su conjunto cambian de
modo extraordinario. Esto no expresa que efectivamente coincidan fenómenos
extraordinarios en el cielo con la venida de Jesucristo, sino que expresa algo
mucho más profundo: Que ante su presencia el cosmos entero se conmueve, se
convulsiona la creación entera ante el poder de su creador. Los textos bíblicos quieren resaltar
quién es el que viene y no dar un informe de meteorología o una predicción de
astrofísica.
Los textos sobre el fin expresan su finalidad, no una cronología futura de los hechos.
De allí que cualquiera
que pretenda sacar conclusiones sobre cómo será el futuro con los textos
apocalípticos, fracasará, porque no revelan el futuro. Los contenidos de estos textos
expresan una lógica superior que liga los acontecimientos históricos
englobándolos en un plan que da sentido a toda la historia: el plan de Dios,
quien es el dueño absoluto de la historia.
Lo mismo sucede con los
números y otros símbolos, que tienen un valor cualitativo y no cuantitativo. El
7 es plenitud y el 6 (7-1), lo imperfecto, lo malo. Tres veces 6 es un
superlativo de la maldad, pero no la marca de alguien que esté por aparecer en
cualquier momento.
¿A dónde mira el Adviento?
Si tenemos en cuenta que la
mayor parte del tiempo del Adviento mira a la Parusía, a la manifestación
gloriosa de Cristo al final de los tiempos, es un llamado a “levantar la
cabeza”, a salir de nuestra superficialidad y de la cotidianeidad para abrirnos
a un horizonte más amplio y a una mirada más profunda sobre la realidad: el
mismo Jesús que nació en Belén hace dos mil años, es el mismo que murió en una
cruz y resucitó de entre los muertos, que está realmente presente entre quienes
están unidos a Él y actúa en medio de su pueblo, es el mismo que se manifestará
en gloria y poder al final de los tiempos.
“No es tarea de los
discípulos quedarse mirando al cielo o conocer los tiempos y los momentos
escondidos en el secreto de Dios. Ahora su tarea es llevar el testimonio de
Cristo hasta los confines de la tierra.
La fe en el retorno de Cristo
es el segundo pilar de la confesión cristiana. Él, que se ha hecho carne y
permanece Hombre sin cesar, que ha inaugurado para siempre en Dios el puesto
del ser humano, llama a todo el mundo a entrar en los brazos abiertos de Dios,
para que al final Dios se haga todo en todos, y el Hijo pueda entregar al Padre
al mundo entero asumido por Él (1 Co 15, 20-28).
Esto implica la certeza en la
esperanza de que Dios enjugará toda lágrima, que nada quedará sin sentido, que
toda injusticia quedará superada y establecida la justicia. La victoria del
amor será la última palabra de la historia humana” (Benedicto XVI, Jesús de
Nazareth, Tomo 2, p. 333).
La oración de los cristianos:
“Maranatha”, “Ven Señor Jesús”, no apunta directamente al fin del mundo, sino a
su presencia constante y renovadora, que se haga cercano a los que amamos y por
aquellos que nos preocupan. Su presencia es el cielo entre nosotros, aquí y
ahora, anhelando que sea cada vez más plena, hasta el día definitivo.
El Juicio Final cuyo juez es
el Buen Pastor
Las ideas sobre el Juicio
Final han sido cargadas de imágenes de dioses paganos y de elementos propios de
la justicia humana, cuando no, de expectativas de una sociedad particular con
sus modelos de juicio. Algunos movimientos religiosos de talante fatalista y
fundamentalista presentan el Juicio Final como si el Jesús que viene no tuviera
nada que ver con el Jesús de los Evangelios. En su Introducción al
Cristianismo, Joseph Ratzinger escribía al respecto en 1968:
“No nos juzgará un extraño, sino ése a
quien conocemos por la fe. No saldrá a nuestro encuentro el juez totalmente
otro, sino uno de los nuestros, el que conoce a fondo al ser humano, porque lo
ha llevado sobre sus hombros“.
“No temas, soy yo” (1, 17) le
dice el Señor a Juan en el Apocalipsis. El Señor todopoderoso, el Justo Juez,
el que tiene todo el poder sobre el cielo y la tierra, no es otro que el Buen
Pastor que no quiere que ninguno se pierda e irá a buscar al último, a ese por
el que nadie iría. El que viene es el mismo que murió en la cruz por amor a
todos nosotros y nos regala la vida eterna.
La fuente de la esperanza
cristiana, la certeza del cristiano es que toda la
vida es adviento, es espera confiada en quién vino, está
viniendo y viene. A los cristianos que creen en el Evangelio de Jesucristo no
les importa las fechas del fin del mundo, ni los detalles de cómo será el fin,
sino hacer del mundo un hogar para todos, viviendo con el corazón en vigilia,
despiertos, sabiendo en quién hemos puesto nuestra fe. A los cristianos no se
les revela cómo será el fin, sino quién es el alfa y la omega, el principio y
el fin de todo lo creado: Jesucristo.
Fuente:
Aleteia