Casa de oración
II.
Mi casa será casa de oración.
III. El hombre atisba la existencia de Alguien que
rige el universo, y que no es alcanzable por la ciencia.
“En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y
se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: -«Escrito está: "Mi casa es
casa de oración"; pero vosotros la habéis convertido en una "cueva de
bandidos."» Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes,
los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se
dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba
pendiente de sus labios” (Lucas
19,45-48).
I. El Evangelio
de la Misa (Lucas 19, 45-48) nos muestra a Jesús santamente indignado al ver la
situación en que se encontraba el Templo, de tal manera, que expulsó de allí a
los que vendían y compraban animales para ser sacrificados porque se había
convertido en un verdadero mercado de ganado, en lugar de un servicio para los
peregrinos que venían de fuera. Jesús subraya la finalidad del Templo con un
texto de Isaías bien conocido por todos (56, 7): Mi casa será casa de oración,
pero vosotros habéis hecho de ella una cueva de ladrones.
Quiso el Señor
inculcar cuál debía ser el respeto y la compostura que se debía manifestar en
el Templo por su carácter sagrado. Nuestro respeto y devoción deben ser
profundos y delicados, puesto que en nuestras iglesias se celebra el sacrificio
eucarístico, y Jesucristo, Dios y Hombre, está realmente presente en el
Sagrario.
II. Mi casa será
casa de oración. Con frecuencia asistimos a ceremonias de carácter político,
académico o deportivo y advertimos enseguida que hay un protocolo y una cierta
solemnidad que dan al acto una buena parte de su valor y de su ser. También
entre las personas, el cariño se demuestra en pequeños detalles y atenciones.
Es el rito sencillo que el hombre necesita para expresar lo más íntimo de su
ser.
El hombre, que
no es sólo cuerpo ni sólo alma, necesita también manifestar su fe en actos
externos y sensibles, que expresen bien lo que lleva en su corazón. Cuando se
ve a alguien, por ejemplo, hincar con devoción la rodilla ante el Sagrario es
fácil pensar: tiene fe y ama a su Dios. El Papa Juan Pablo II señala en este
sentido la influencia que tuvo en él la piedad sencilla y sincera de su padre:
“El mero hecho de verle arrodillarse –cuenta el Pontífice- tuvo una influencia
decisiva en mis años de juventud”.
Pensemos hoy
si para nosotros el templo es el lugar donde damos culto a Dios, donde le
encontramos con una presencia verdadera, real y substancial. Pensemos hoy si al
llegar a la iglesia lo primero que hacemos es saludar al Señor, si somos
puntuales para la Santa Misa, si hacemos con devoción la genuflexión, si nos
vestimos con recato y decoro.
III. Hoy asistimos
en muchos lugares a un ambiente de desacralización basado en una concepción
atea de la persona. Vemos con asombro que, incluso entre personas cultas,
crecen las prácticas adivinatorias, el culto desordenado y enfermizo a la
estadística, a la planificación: la incredulidad por todas partes.
Y es que, en
lo íntimo de su conciencia, el hombre atisba la existencia de Alguien que rige
el universo, y que no es alcanzable por la ciencia. “No tienen fe. –Pero tienen
superticiones” (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino). La Iglesia ha querido
determinar muchos detalles y formas del culto, que son expresión del honor
debido a Dios y de un verdadero amor.
Todos los
fieles, sacerdotes y laicos, hemos de ser “tan cuidadosos del culto y del honor
divino, que puedan con razón llamarse celosos más que amantes… para que imiten
al mismo Jesucristo, de quien son estas palabras: El celo de tu casa me consume
(Juan 2, 17)” (CATECISMO ROMANO, II, n. 27).
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org