SERVIR A UN SOLO SEÑOR
II. Unidad de vida.
III. Rectificar la
intención.
“En aquel tiempo, Jesús
dijo a sus discípulos: -«Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando
os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo
también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco
en lo importante es honrado.
Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero,
¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno,
¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o
bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará
caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.» Oyeron esto los
fariseos, amigos del dinero, y se burlaban de él. Jesús les dijo: -«Vosotros
presumís de observantes delante de la gente, pero Dios os conoce por dentro. La
arrogancia con los hombres Dios la detesta»” (Lucas 16,9-15).
I. Seguir a Cristo
significa encaminar a Él todos nuestros actos. No tenemos un tiempo para Dios y
otro para el estudio, para el trabajo, para los negocios: todo es de Dios y a
Él debe ser orientado. Pertenecemos por entero al Señor y a Él dirigimos nuestra
actividad, el descanso, los amores limpios... La espiritualidad no puede ser
nunca entendida como un conjunto de prácticas piadosas y yuxtapuestas a nuestra
vida ordinaria.
El
quehacer de todos los días, el cuidado de los instrumentos que empleamos en el
trabajo, el orden, la serenidad ante las contradicciones que se presentan, la
puntualidad, el esfuerzo que supone el cumplimiento del deber... es la materia
que debemos transformar en el oro del amor a Dios. Todo está dirigido al Señor,
que es quien da un valor eterno a nuestras obras más pequeñas.
II. En cualquier momento
del día o de la noche debemos de mantener el empeño por ser, con la ayuda de la
gracia, hombres y mujeres de una pieza, que no se comportan según el viento que
corre o que dejan el trato con el Señor para cuando están en la iglesia o
recogidos en oración.
En
la calle, en el trabajo, en el deporte, en una reunión social, somos siempre
los mismos: hijos de Dios, que reflejan con amabilidad su seguimiento a Cristo:
ya comáis, ya bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria
de Dios (1 Corintios 10, 31).
El
amor a Dios, si es auténtico, se refleja en todos los aspectos de la vida, y
aunque las cuestiones temporales tengan su propia autonomía y no exista una
“solución católica” a los problemas sociales, políticos, etc., tampoco existen
ámbitos de “neutralidad” donde el cristiano deje de serlo y de actuar como tal
(I. CELAYA, Unidad de vida y plenitud cristiana). Dios es nuestro único Señor.
III. Si actuamos para Dios,
poco o nada nos debe importar que los hombres no lo entiendan o que lo
critiquen. Es a Dios a quien queremos servir en primer lugar y sobre todas las
cosas. Este amor con obras es la mayor tarea que podemos realizar a favor de
nuestros hermanos los hombres.
Nuestra
Madre Santa María nos ayudará a rectificar la intención para que toda nuestra
vida sea un verdadero servicio a Dios.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org