MEDITACIÓN DIARIA: SÁBADO DE LA SEMANA 33 DEL TIEMPO ORDINARIO

AMAR LA CASTIDAD

Dominio público
I.
Sin la pureza es imposible el amor.

II.  Castidad matrimonial y virginidad.

III. Apostolado sobre esta virtud. Medios para guardarla.

“En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: -«Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. 

Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.» Jesús les contestó: -«En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.» Intervinieron unos escribas: -«Bien dicho, Maestro.» Y no se atrevían a hacerle más preguntas”(Lucas 20,27-40).

I. Mediante la virtud de la castidad, o pureza, la facultad generativa es gobernada por la razón y dirigida a la procreación y unión de los cónyuges en el matrimonio. La virtud de la castidad lleva también a vivir una limpieza de mente y de corazón: a evitar aquellos pensamientos, afectos y deseos que apartan del amor de Dios, según la propia vocación.

Sin la castidad es imposible el amor humano y el amor a Dios. Si la persona no se empeña por mantener esta limpieza de cuerpo y de alma, se abandona a la tiranía de los sentidos y se rebaja a un nivel infrahumano, como si el “espíritu se fuera reduciendo, empequeñeciendo hasta quedar en un puntito… Y el cuerpo se agranda, se agiganta hasta dominar “y, el hombre se hace incapaz de entender la amistad con el Señor. En cambio, la pureza dispone el alma para el amor divino, para el apostolado.

II. La castidad no consiste sólo en la renuncia al pecado. No es algo negativo: “no mirar”, “no hacer”, “no desear”… Es entrega del corazón a Dios, delicadeza y ternura con el Señor, “afirmación gozosa”. Virtud para todos, que se ha de vivir según el propio estado. En el matrimonio, la castidad enseña a los casados a respetarse mutuamente y a quererse con un amor más firme, más delicado y más duradero.

La castidad no es la primera ni la más importante virtud, ni la vida cristiana se puede reducir a la pureza, pero sin ella no hay caridad, y ésta sí es la primera de las virtudes y la que da su plenitud a todas las demás. Quienes han recibido la llamada a servir a Dios en el matrimonio, se santifican precisamente en el cumplimiento abnegado y fiel de los deberes conyugales, que para ellos se hace camino cierto de unión con Dios.

Quienes han recibido la vocación al celibato apostólico, encuentran en la entrega total al Señor y a los demás por Dios, indiviso porque, sin la mediación del amor conyugal, la gracia para vivir felices y alcanzar una íntima y profunda amistad con Dios.

III. La castidad vivida en el propio estado, en la especial vocación recibida por Dios, es una de las mayores riquezas en el mundo; nace del amor y al amor se ordena. Es un signo de Dios en la tierra. Quizá en el momento actual a muchos les puede resultar incomprensible la castidad. También los primeros cristianos tuvieron que enfrentarse a un ambiente hostil a esta virtud.

Por eso, parte importante del apostolado que hemos de llevar a cabo es el de valorar la castidad y el cortejo de virtudes que la acompañan: hacerla atractiva con un comportamiento ejemplar, y dar la doctrina de siempre de la iglesia sobre esta materia que abre las puertas a la amistad de Dios.

Es posible vivirla si se ponen los medios que la Iglesia ha recomendado durante siglos: el recogimiento de los sentidos, el pudor, la templanza, la oración, los sacramentos, y un gran amor a la Virgen. A Ella, Madre del amor hermoso, acudimos al terminar nuestra oración.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Fuente: Almudi.org