TRABAJAR
MIENTRAS LLEGA EL SEÑOR
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| Dominio público |
Él dijo: «Mirad no os dejéis engañar; pues muchos
vendrán en mi nombre diciendo: Yo soy, y el momento está próximo". No les
sigáis. Cuando oigáis rumores de guerras y revoluciones, no os aterréis: porque
es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato. Se
levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino; habrá grandes terremotos
y, hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes
señales en el cielo.
Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y
os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante
reyes y gobernadores por causa de mi nombre: esto os sucederá para dar
testimonio. Determinad, pues, en vuestros corazones no tener preparado cómo
habéis de responder; porque yo os daré palabras y sabiduría que no podrán
resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados incluso
por padres y hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y
seréis odiados por todos a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra
cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lucas 21,5-19).
I. En estos últimos domingos, la liturgia nos invita
a meditar los novísimos del hombre, en su destino más allá de la muerte. La
vida es muy corta y el encuentro con Jesús está cercano; un poco más tarde
tendrá lugar su venida gloriosa y la resurrección de los cuerpos. Esto nos
ayuda a estar desprendidos de los bienes que hemos de utilizar y a aprovechar
el tiempo, pero de ninguna manera nos exime de estar metidos de lleno en
nuestra propia profesión y en la entraña misma de la sociedad.
Es más, con nuestros quehaceres terrenos, ayudados por la gracia, hemos
de ganarnos el Cielo, trabajando con intensidad para dar gloria a Dios, atender
a la propia familia y servir a la sociedad a la que pertenecemos. Sin un
trabajo serio, hecho a conciencia, cara a Dios, adecuado a las normas morales
que lo hacen bueno y recto, es muy difícil, quizá imposible, santificarse en
medio del mundo. Veamos hoy en la oración si estamos trabajando de esa manera.
II. La posibilidad
de trabajar es uno de los grandes bienes recibidos de Dios: no es una secuela
del pecado original, sino que se trata de un medio necesario que Dios nos
confía aquí en la tierra, dilatando nuestros días y haciéndonos partícipes de
su poder creador, para que nos ganemos el sustento y simultáneamente recojamos
frutos para la vida eterna (Juan 4, 36)” (ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que
pasa).
La ociosidad enseña muchas maldades (J.L.ILLANES, La santificación del
trabajo) pues impide la propia perfección humana y sobrenatural del hombre,
debilita su carácter y abre las puertas a la concupiscencia y a muchas
tentaciones. En cambio, el trabajo es un lugar privilegiado para el desarrollo
de las virtudes humanas: la reciedumbre, la constancia, la tenacidad, el
espíritu de solidaridad, el orden, el optimismo por encima de las
dificultades... El trabajo será, además, el medio para acercar muchas almas a
Cristo, si en él procuramos cada día encontrar al Señor y ejercer la caridad
cultivando las virtudes de la convivencia.
III. El trabajo es
camino hacia el Señor porque nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al
amor. El trabajo es así oración y acción de gracias; es medio de santificación
y fuente de gracia para toda la Iglesia. Trabajando así se nos presentarán
innumerables ocasiones para dar a conocer la doctrina de Cristo; nuestro Ángel
Custodio nos pondrá en la boca la palabra justa y oportuna. Así esperamos los
cristianos la visita del Señor.
San José, nuestro Padre y Señor, nos enseñará a santificar nuestro
trabajo, pues él, enseñando a Jesús su propia profesión, “acercó el trabajo al
misterio de la Redención” (JUAN PABLO II, Redemptoris custos).
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org
