La
voluntad de Dios es el amor, pero concretemos…
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Sin
Dios, no hay nada que podamos hacer. Por supuesto, cuando decimos que somos
capaces de realizar algo, siempre implica: con la gracia de Dios.
Si Dios dejara de apoyarnos
por un momento, no habría nada que pudiéramos hacer. Si Él dejara de amarnos
por un momento, ya no existiríamos. Dios escoge necesitarnos.
Dios no nos necesita, en el
sentido estricto de la palabra -existe sin nosotros y es suficiente para sí
mismo-, sino que al crearnos, al asociarnos a su obra de creación y, más aún, a
su obra de redención, opta por “necesitarnos”.
En cierto modo, su voluntad
ya no puede ser cumplida sin nosotros. Él no puede salvarnos a pesar de
nosotros, no puede obligarnos a aceptar su amor o a amarlo.
Él nos hace hijos, no
esclavos, y el amor de un hijo implica una decisión
libre.
Para que su voluntad se cumpla “así en la tierra como en el cielo”, Dios cuenta
con nosotros.
¿Cuál es la voluntad de Dios?
No nos corresponde a nosotros saberlo todo
sobre sus planes: basta con que seamos instruidos sobre la
parte que depende de nosotros; para el resto, confiamos en Él. ¿Pero qué es
esta parte? Jesús respondió claramente:
“Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu
espíritu. Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37).
Insiste en la víspera de su
muerte:
“Les
doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he
amado, ámense también ustedes los unos a los otros” (Jn 13,34).
Esto es lo que Dios quiere.
La
voluntad de Dios es el amor: que lo amemos a Él y que amemos a
nuestros hermanos.
Sin embargo, amar no es
experimentar sentimientos, sino “dar la vida por los que amas”: entregarse a
sí mismo en cada momento, incluso en los detalles de la vida cotidiana.
Se me ofrece cada minuto
como una oportunidad para amar a Dios y a mis hermanos, y para dejarme querer
por ellos. La voluntad de Dios es que lo haga todo por amor, con todo mi
corazón, con total atención a lo que se me ha dado para vivir “aquí y ahora”.
¿Qué hizo Jesús en la tierra sino hacer la voluntad de su
Padre?
No sólo cumplió esta
voluntad el Viernes Santo, sino en cada momento de su vida como hombre. Cuando
jugaba con los hijos de Nazaret, cuando comía o trabajaba con José, cuando
ayudaba a María a llevar la jarra de agua cuando ella volvía de la fuente o
cuando preparaba pescado a la parrilla para sus amigos, en todas estas pequeñas
cosas muy encarnadas, Jesús hizo la voluntad de su Padre.
En Él, por Él, la voluntad
del Padre se encarna en nuestra vida cotidiana.
En términos concretos, ¿cómo podemos discernir la voluntad de Dios?
Muchos indicadores nos son dados por el
Señor. Estos incluyen, entre otros: la
Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia, el consejo de nuestros hermanos y
especialmente de aquellos que tienen autoridad sobre nosotros, los
acontecimientos y la necesidad.
Frecuentemente, en la vida
cotidiana, la voluntad de Dios es clara: si estoy en la oficina o en clase, la
voluntad de Dios es que trabaje lo mejor que pueda; si estoy en un coche, que
conduzca con precaución y bondad, etc.
A veces es más difícil:
tenemos que orar y pedir consejo para encontrar nuestro camino.
En todo caso, estemos
seguros de que cuanto más nos esforzamos por hacer la voluntad de Dios hasta en
los detalles más pequeños de la vida diaria, más nos permite discernir lo que
Él quiere de nosotros.
Varias veces al año, celebramos a la Virgen María. Sin
embargo, su vida estaba llena de pequeños gestos aparentemente inofensivos,
tareas cotidianas que se repetían incansablemente. Pero en todas estas pequeñas
cosas, en cada momento, “aquí y ahora”, dijo “sí” sin reservas a la voluntad de
Dios.
Por
Christine Ponsard
Fuente:
Aleteia