No vale de nada ese
silencio sagrado que rompo con ira al poco tiempo
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhkrU5VvZnV85Lz1cXcQ6IpgNtuPVf6UYEPc7DgYvMbaKEB0jPXyWSjwMGkSjbHD9rFhyphenhyphenQVIIljiaAMEXUwItYUYGh4cjNg2psxBLKZw8YUmD5iU2OnwIJu2wPicIneF8lqDgk_KPWg5-_C/s400/descarga.jpg)
Decía la Madre Teresa: “El perdón es una decisión, no un
sentimiento porque cuando perdonamos no sentimos más ofensa, no sentimos más
rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te
ofendió”.
Necesito aprender a perdonar, a los hombres, a Dios, a mí
mismo. ¡Cuánto me cuesta dar el paso! Pero sé que no quiero vivir guardando
palabras hirientes. Me voy secando en mi dolor, atrapado en mis muros
infranqueables.
Escucho hablar de muchas
heridas antiguas. Yo mismo cargo en mi corazón rencores que desconozco. Y los
muros se hacen infranqueables, demasiado altos. No pueden entrar. Me protejo. Y las distancias se vuelven
insalvables. Y en su incapacidad de amar el corazón se seca.
Como comentaba una persona: “Cuando vi a pocos metros un árbol reseco
me sentí profundamente emocionada. Me veía en ese árbol. Me sentía como un
tronco seco, sin vida, muerto y destrozado. Al mirar más detenidamente descubrí
mucha vida alrededor del árbol seco y estuve allí en paz durante un buen rato”.
Contemplo el árbol seco de mi
vida. Me detengo ante el muro de mis miedos y
rencores. Veo mucha vida en torno a un árbol seco. Mucha vida a
pesar de la muerte de mi propio corazón.
Creo que necesito mejorar en
mis relaciones, en los vínculos que cuido y descuido. Dejar de lado los rencores, sanar los
lazos rotos, construir puentes, derribar muros. Quiero
construir un muro sólido sobre el que levantar mi vida. Pero no un muro que me
separe de nadie.
Creo que no hay una relación
con los hombres totalmente separada de mi relación con Dios. Ambas están
intrínsecamente unidas: “Nos
comportamos frente a Dios de la misma manera que tratamos a las personas. El
paralelismo es matemáticamente exacto. La relación con nuestros semejantes, que debe equipararse
con la relación con Dios, corre también en forma paralela a la relación que tenemos con
nosotros mismos.
No nos podemos odiar y al mismo tiempo estar dedicados de todo corazón a Dios y
al prójimo. Sólo tenemos un corazón con el cual podemos amar a Dios, a los
seres humanos y a nosotros mismos”.
Sólo tengo un corazón. Para amar
a Dios, para amar a los hombres, para amarme a mí. No me vale de nada estar muy
bien con Dios en mi mundo particular, en la paz de mi meditación, ante Él, de
rodillas, en silencio, solo. No me vale de nada si luego salgo al mundo y vivo
en medio de tensiones, de rencores, de manías, de rabias. Protegido entre
muros. A la defensiva. Sin amar.
No vale de nada ese silencio sagrado que rompo con ira al poco
tiempo. Echo a perder la paz que
tenía en medio de mi calma con mis juicios y críticas. Es como si mi mundo no
tuviera tanto que ver con Dios. Y me quedo pensando.
La forma como trato a los
demás es igual a la forma como trato a Dios. Y tantas veces me ha parecido que era diferente. Ante Dios me
siento comprendido, amado, respetado, enaltecido. Ante los hombres no sucede lo
mismo. Creo que tiene que ser distinta mi reacción. Me creo juzgado por ellos.
Su forma de comportarse me enerva.
Creo que empiezo a
comprenderlo poco a poco. La forma como trato a los demás. La forma como me
relaciono con aquellos a los que no quiero tanto. Con aquellos que me son más
molestos. Con aquellos que no me comprenden, ni me aceptan, ni me alaban. En el
fondo es la misma que uso en mi trato con Dios.
En Él proyecto mis
sinsabores. Vuelco en Él mi rabia. Desprecio a los hombres. Y luego también
acabo despreciando a Dios.
Mi relación con Dios no puede
ser perfecta en medio del caos de mis afectos. Es imposible. Un solo
corazón. Eso lo entiendo. Un corazón en el que no puede haber
compartimentos estancos. Ahora con Dios estoy bien y le quiero mucho. Ahora con
los hombres estoy mal y me alejo construyendo muros. No funciona así en la
vida.
Todo para Dios. Todo para los
hombres. El mismo corazón con sus rencores y heridas, con sus tristezas y sus
logros. Con sus muros infranqueables. Con su árbol
seco.
Quiero aprender a escuchar a
los hombres. Quiero aprender a escuchar a Dios. Tal vez por eso me hace bien
detenerme a contemplar mi vida. Aprendo a escuchar. Creo que sé escuchar pero
no lo consigo tan bien como quisiera. Y surgen nuevas ofensas. Y mis relaciones
se enturbian. Con los hombres y también con Dios.
Mi entrega a los hombres
tiene que ver con mi entrega a Dios. Todo va tan unido. Me quedo tranquilo
pensando que puedo hacerlo mucho mejor.
Puedo callar. Puedo escuchar.
Puedo detenerme con infinito respeto ante la vida de los hombres. Sin invadir
su intimidad. Sin romper el velo sagrado que cubre su alma. Puedo hacerlo ante
los hombres. Puedo hacerlo ante Dios. Me hace
falta guardar más silencio.
Fuente:
Aleteia