¿Podemos
disfrutar de la felicidad sin temblar de miedo a perderla?
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@halfpoint |
A menudo, cuando todo va bien en nuestras vidas (incluso demasiado bien, según nuestra opinión) tenemos miedo. Es una reacción muy frecuente. Como si la felicidad nos atemorizara y quisiéramos evitar un mal destino imaginando lo peor para no sentirnos decepcionados. Pero, ¿por qué tenemos tanto miedo de ser felices? ¿Cómo podemos deshacernos de este sentimiento de miedo?
Dios
nos creó para que seamos felices, y el sufrimiento sigue siendo uno de los
mayores misterios a los que nos enfrentamos. La Fe, en cierto modo, hace aún
más opaco este misterio: si Dios no existe, el sufrimiento es inevitable, pero
si Dios es amor, ¿cómo puede consentirlo? Entonces
podemos ser tentados a negociar con Dios: “Te doy si Tú me das esto”, como si
se tratara de domesticar una especie de divinidad todopoderosa, dispuesta a
dañarnos. Pero Dios es nuestro Padre: Él nunca desea
nuestra desgracia y nunca deja de liberarnos del mal, sea cual sea su rostro.
Nadie, más que Él, quiere nuestra felicidad, y nadie, aparte de Él, puede
hacernos felices.
Porque tenemos miedo de la
desgracia que nos espera, tendemos a desconfiar de Dios, tendemos a poner
nuestra confianza en todo tipo de amuletos de buena suerte, en vez de ponerla
solo en Él. No nos atrevemos a entregarnos totalmente
en sus manos, a entregarle todo: a los que amamos, a los que estimamos. Porque tenemos miedo
de que Él “se aproveche de ello”. Por supuesto, Dios “se aprovecha” de lo que
nosotros le confiamos. Él lo emplea bien, no para Él, sino para nosotros. No
para desposeernos y jugarnos una mala pasada, como el maligno busca persuadirnos,
sino para liberarnos. Cuando nos aferramos a nuestra felicidad, no la
saboreamos realmente, pues el miedo a perderla nos acapara.
Dejarse guiar por Dios
Si ponemos nuestra mano en
la de Dios, no impedirá que la infelicidad penetre en nuestras vidas, pero ya
no tendremos miedo de la oscuridad de la noche. “Aunque cruce por oscuras
quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón
me infunden confianza.” (Salmo 23). Dios tiene grandes ambiciones para
sus hijos, no quiere solo darles un poco de felicidad a la altura del suelo,
sino que quiere llenarles con Su propia felicidad. Esta felicidad no es
de este mundo, sino que nos es dada – a través del sufrimiento – de este mundo.
Cuanto
más capaces somos de acoger la verdadera felicidad, más felices somos en
profundidad. Sin
embargo, cuando todo va bien, a veces podemos perder el deseo de
esta verdadera felicidad, podemos estar satisfechos con una pequeña felicidad que
nunca nos satisfará. Pero si buscamos la verdadera felicidad,
Dios se une a nosotros incluso en el corazón de las angustias más oscuras para
dárnosla. Es
un camino misterioso, que contradice todas nuestras ideas sobre la felicidad:
un Vía Crucis. Pero Él siempre conduce a la Pascua.
Cuando nuestra felicidad en
la tierra es como un reflejo de la felicidad del Cielo, el Maligno nos susurra:
“Es demasiado bueno para durar”. Lo contrario es cierto: es la maldad la que es
“demasiada fea para durar”. No ahoguemos en nosotros mismos el
deseo de felicidad sin fin. Pongámonos a disposición de lo que Dios quiere
darnos: es algo muy hermoso. ¡Es demasiado bonito para que se acabe!
Christine
Ponsard
Fuente:
Aleteia