LA TIERRA BUENA
I. Los corazones
endurecidos por la falta de contrición se incapacitan para acoger la palabra
divina.
II. Necesidad de oración y
de sacrificio para que la gracia dé fruto en el alma.
III. Paciencia
y constancia: recomenzar con humildad.
“En aquel tiempo, se le juntaba a Jesús
mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo. Entonces les
dijo esta parábola: -«Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla,
algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron.
Otro
poco cayó en terreno pedregoso y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro
poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron.
El resto cayó en tierra buena y, al crecer, dio fruto al ciento por uno.» Dicho
esto, exclamó: -«El que tenga oídos para oír, que oiga.» Entonces le
preguntaron los discípulos: -«¿Qué significa esa parábola?» Él les respondió:
-«A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de Dios; a los
demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan.
El
sentido de la parábola es éste: La semilla es la palabra de Dios. Los del borde
del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la
palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno
pedregoso son los que, al escucharla, reciben la palabra con alegría, pero no
tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la
prueba fallan. Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero, con los
afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Los de
la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la
palabra, la guardan y dan fruto perseverando» (Lucas 8,4-15).
I. Cristo continuamente extiende su reinado
de paz y de amor en las almas, contando con la libertad y la personal
correspondencia de cada uno. Dios se encuentra en las almas con situaciones tan
diversas como distintos son los terrenos que reciben idéntica semilla.
Como
la semilla que no alcanza a dar fruto porque cae en tierra mala, hay almas que
están endurecidas por la falta de arrepentimiento de sus pecados y por lo tanto
no pueden recibir a Dios que las visita. El demonio encuentra en estas almas el
terreno apropiado para lograr que la semilla quede infecunda.
Por
el contrario, el alma que a pesar de sus flaquezas, se arrepiente una y otra
vez, y procura evitar las ocasiones de pecar y recomienza cuantas veces sea
necesario, atraerá por su humildad, la misericordia divina.
II. Muchas almas, a la hora de la prueba
sucumben porque han basado su seguimiento a Cristo en el sentimiento y no en
una vida de oración, capaz de resistir los momentos difíciles, las pruebas de
la vida y las épocas de aridez.
¡Cuántos
buenos propósitos han naufragado cuando el camino de la vida interior ha dejado
de ser llano y placentero! Estas almas buscaban más su contento y la
satisfacción propia que a Dios mismo.
Sólo
conseguiremos buscar a “Jesús por Jesús” con la fidelidad a la oración diaria y
una vida mortificada, y el deseo firme de subir hasta la cima donde está
Cristo, aunque el camino no sea llano y sombreado.
La
oración y la mortificación preparan el alma para recibir la buena semilla y dar
fruto. Sin ellas, la vida queda infecunda.
III. Todos podemos dar buenos frutos para
Dios, pues Él siembra constantemente la semilla de su gracia. La eficacia
depende de nuestras disposiciones.
Tres
son las caracteriza que el Señor señala en la tierra buena: oír con un corazón
contrito, humilde, los requerimientos divinos; esforzarse para que –con la
oración y la mortificación- esas exigencias calen en el alma; y por último,
comenzar y recomenzar, sin desanimarse si los frutos tardan en llegar, si nos
damos cuenta que los defectos no acaban de desaparecer a pesar de los años y
del empeño en desarraigarlos.
Si
queremos y somos dóciles, el Señor está dispuesto a cambiar en nosotros todo lo
que sea necesario para transformarnos en tierra buena y fértil. Lo importante
es ir a Él una y otra vez, con humildad, sin querer separarnos jamás de su
lado, aunque parezca que no cosechamos los frutos deseados.
Si
se lo pedimos, Nuestra Madre nos ayudará a dar muchos frutos de amor a su Hijo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org