QUERER VER AL SEÑOR
Dominio público |
II. La Santísima Humanidad
del Señor, fuente de amor y de fortaleza.
III. Jesús nos espera en el
Sagrario.
“En aquel tiempo, el
virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque
unos decían que Juan había resucitado, otros que habla aparecido Elías, y otros
que habla vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Herodes se decía: -«A Juan
lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?» Y tenía
ganas de ver a Jesús” (Lucas 9,7-9).
I. En el Evangelio de la
Misa, San Lucas nos dice que Herodes deseaba encontrar a Jesús: buscaba la
manera de verle (Lucas 9, 7-9). Le llegaban frecuentes noticias del Maestro y
quería conocerlo. A través de los Evangelios sabemos que muchas personas querían
ver a Jesús. Contemplarlo, conocerle, y tratarle, también es nuestro mayor
deseo.
Nada
se puede comparar a este don. Herodes, teniéndole tan cerca, no supo ver al
Señor. Jesús vive y está muy cerca de nuestros quehaceres normales, pero hemos
de purificar nuestra mirada para contemplarlo. Su rostro amable será siempre el
principal motivo para ser fieles en los momentos difíciles y en las tareas de
cada día. Le diremos muchas veces: buscaré, Señor, tu rostro... siempre y en
todas las cosas.
II. Nadie que de verdad
haya buscado a Cristo ha quedado defraudado. Herodes sólo trataba de verlo por
curiosidad, por capricho..., y así no se le encuentra. Cuando durante la
Pasión, Pilato se lo remitió, se alegró mucho... porque deseaba verle hacer
algún milagro. Le preguntó con muchas palabras, pero Jesús no le respondió nada
(Lucas 23, 8-9).
Jesús
no le dijo, porque el Amor nada tiene que decir ante la frivolidad. Él viene a
nuestro encuentro para que nos entreguemos, para que correspondamos a su Amor
infinito.
Vemos
a Jesús, siempre presente en el Sagrario, cuando deseamos purificar el alma en
el sacramento de la Confesión, cuando no dejamos que los bienes pasajeros
–incluso los lícitos- llenen nuestro corazón como si fueran los definitivos. La
contemplación de la Humanidad Santísima del Señor, fuente de amor y fortaleza,
hará un gran bien a nuestra alma.
III. Un día, con la ayuda de
la gracia, veremos a Cristo glorioso lleno de majestad que nos recibe en su
Reino. Le reconoceremos como al Amigo que nunca nos falló, a quien procuramos
tratar y servir aun en lo más pequeño. Ya tenemos a Jesús con nosotros, hasta
el fin de los siglos. En la Eucaristía encontramos a Cristo completo: su Cuerpo
glorioso, su Alma humana y su Persona divina, que se hacen presentes por las palabras
de la Consagración.
A
veces, por nuestras miserias y falta de fe, nos podrá resultar costoso apreciar
el rostro amable de Jesús. Es entonces cuando debemos pedir a Nuestra Señora un
corazón limpio, una mirada clara, un mayor deseo de purificación. Jesús, a
quien ahora veo escondido, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al
mirar tu rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria. (Himno Adoro te
devote)
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org