Era
uno de los huérfanos de la epidemia de SIDA de los años 80, era aquel niño
enfermo y lleno de llagas que un día la tía María se llevó del pueblo y daban por
muerto, pero que hoy regresaba como sacerdote del Señor a celebrar la santa
misa para todos ellos
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P. Tadeo con niños de su Parroquia |
La epidemia entro en Uganda desde el
Congo en los años 80, se desarrolló en el sur a orillas del lago Victoria. El
mundo conoció la enfermedad en 1981 cuando aparecieron en Estados Unidos, vía
Tahití, los primeros contagiados de una infección que aun no tenía nombre y que
desde entonces se convirtió en una pandemia mundial, con más de 40 millones de
muertes. Sí, la enfermedad se llamo SIDA y se llevó a toda una generación de
ugandeses, dejando huérfanos a más de un millón de niños.
Uno de ellos acabaría siendo el pequeño
Tadeo, que además
también estaba enfermo. Su padre, Juan, era un hombre importante y rico. Estaba
casado con Ana y tenía muchas propiedades en el pueblo de Nkenge, en el
distrito de Kyotera. Aunque había sido criado católico eligió seguir las
tradiciones de su tierra y tuvo otras tres mujeres más, con las que además de
Tadeo tuvo otros 16 hijos.
Sus
padres murieron y él estaba enfermo
Sin embargo, ni ser rico ni poderoso
servían contra el SIDA y tanto Juan como Ana, que estaba embarazada en ese
momento del futuro sacerdote, enfermaron. Para todos ellos había un único
destino, no existía medicamento conocido ni dinero que lo comprara. Tan solo
quedaba esperar la muerte.
En aquel
momento, las víctimas del SIDA eran aisladas por la comunidad, también se
alejaban los amigos e incluso la familia. Los niños con VIH no eran
aceptados en las actividades comunitarias por el miedo al contagio. La gente
temía acercarse a los infectados ya que se pensaba que podía contraerse por
contacto físico como dar la mano, abrazar, besar o compartir utensilios con un
infectado.
Ana, que vivía en soledad en una de las
estancias de la casa daba a luz a un niño al que llamo Tadeo. Juan había
fallecido unos meses antes y ella moriría poco después del alumbramiento.
El niño quedaría en manos de su hermana mayor Lucia, pero no había muchas
esperanzas para él, posiblemente estaba infectado, porque estaba muy enfermo y
estaba lleno de llagas.
Desahuciado
para todos
Para Tadeo ni siquiera existía la
posibilidad de diagnóstico o atención médica, ya que los recursos del dispensario estaban destinados
para atender a los que podían sobrevivir y en el pueblo se contaban historias
de los niños huérfanos que se dejaban morir porque nadie se hacía cargo de
ellos.
Así pasaron
los primeros cinco años. Cuando Lucia necesitó continuar con su vida, ya que no
estaba preparada para lidiar con este niño enfermo y lleno de llagas, pidió
ayuda a su tía María, que accedió llevándose a Tadeo.
La
vocación del joven Tadeo
María cuidó con esmero al pequeño, poco a
poco fue prosperando y su salud mejoró. Le proporcionó educación, y la fe
cristiana. El niño enfermo se transformó en un joven inquieto que empezó a
sentir la llamada de Dios para servirle y acabó ingresando en el seminario
de la diócesis de Kampala.
En 2013, gracias a una beca de Centro
Académico Romano Fundación (CARF) comenzó sus estudios de
Teología en el Seminario Bidasoa en Pamplona después de que su obispo se lo
propusiera porque creía que tenía mucho potencial.
La
vuelta a su pueblo como sacerdote
Finalmente, en 2017 se ordenaba de
diacono en Pamplona y poco después su obispo lo ordenaba presbítero en Uganda.
Aquel día de 2018 con el alma encogida, el padre Tadeo miraba a todos los
feligreses congregados para su primera misa en la parroquia de su pueblo natal.
Todos querían ver y saludar a aquel sacerdote.
Era uno de los huérfanos de la epidemia
de SIDA de los años 80, era aquel niño enfermo y lleno de llagas que un día la
tía María se llevó del pueblo y daban por muerto, pero que hoy regresaba
como sacerdote del Señor a celebrar la santa misa para todos ellos.
En estos momentos, este joven sacerdote
sirve en la Diócesis de Kasana-Luweero, que tiene 8.500 kilómetros cuadrados,
17 capillas y 16 colegios diocesanos. El padre Tadeo es el capellán de todos
los centros escolares, por lo que no tiene ni un minuto libre y debe estar
constantemente de un lugar a otro impartiendo los sacramentos. Misas,
confesiones, comunión para los enfermos… Y para moverse de la manera más rápida
se mueve en moto recorriendo así los polvorientos y kilométricos caminos de su
diócesis.
Una
ingente labor en Uganda
Su parroquia, situada en el pueblo de
Mulajje está ubicada en una zona de mayoría protestante, por lo que el número de católicos en la
diócesis se sitúa en torno a los 200.000 feligreses. La mayoría son campesinos
muy humildes que cultivan maíz, patatas dulces, café, piñas o bananos,
“cultivos que apenas les da para subsistir”. Según explica “es una zona
empobrecida, muchos no son capaces de cultivar lo suficiente como para que les
sea rentable. Todavía se sufren las consecuencias, ya que la zona quedó muy
afectada por la guerra civil que hubo en los años 80”.
El padre Tadeo atiende espiritualmente a
los niños y jóvenes de 16 centros escolares. También supervisa la formación
cristiana que ofrecen los maestros: dos colegios de secundaria, con estudiantes
de 13 a 20 años, y 14 escuelas primarias, con niños de entre 3 y 13 años.
Celebra los sacramentos, principalmente la Eucaristía y la Confesión y también
da Catequesis. Dirige un retiro trimestral para profesores y para alumnos, para
esto cuenta con la ayuda de otro sacerdote.
“Con lo que gano como sacerdote, les
ayudo a algunos a pagar los estudios, porque sus padres no tienen dinero,
costear un trimestre son unos 10 euros. También les compro uniformes a
bastantes alumnos porque a veces sus camisas tienen agujeros o no tienen
zapatos. Cómo no hacerlo, cómo no darlo todo, si yo estudié en España gracias a
la generosidad de tantas personas que nunca conocí, aunque todos los días rezo
por ellos”.
Fuente:
ReL