TÚ ERES EL CRISTO
II. Cristo, perfecto Dios, perfecto Hombre.
III. Cristo: Camino, Verdad y Vida.
«Cuando llegó Jesús a la
región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los
hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos respondieron: Unos que Juan el
Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas.
El les
dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro dijo. Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: Bienaventurado eres,
Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino
mi Padre que está en los Cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra
ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la
tierra quedara atado en los Cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra,
quedará desatado en los Cielos. Entonces ordenó a los discípulos que no dijeran
a nadie que él era el Cristo.
Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus
discípulos que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho departe de los ancianos,
de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto y resucitar
al tercer día. Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle diciendo: Lejos
de ti, Señor; de ningún modo te ocurrirá eso. Pero él, volviéndose, dijo a
Pedro.- ¡Apártate de mi, Satanás! Eres escándalo para mí, pues no sientes las
cosas de Dios sino las de los hombres.» (Mateo 16, 13-23)
I. Se encuentra Jesús en
Cesarea de Filipo, al Norte, en los confines del territorio judío, entre una
población pagana en su mayoría. Allí preguntó a sus discípulos con toda
confianza: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?. Los Apóstoles
se hacen eco de las opiniones que existían en torno a Jesús; le contestaron:
Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los
profetas... Muchos de los que le oyen tienen un concepto alto de Jesús, pero no
saben quién es en realidad. El Maestro se volvió a ellos y ahora, con tono
amable, les pregunta: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Parece exigir a los
suyos, a quienes le siguen muy de cerca, una confesión de fe clara y sin
paliativos; ellos no deben limitarse a seguir una opinión pública superficial y
cambiante: deben conocer y proclamar a Aquel por quien lo han dejado todo para
vivir una vida nueva.
Pedro
contestó categóricamente: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Es una
afirmación clara de su divinidad, como lo confirman las palabras siguientes de
Jesús: Bienaventurado eres, Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni
la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Pedro debió de
sentirse profundamente conmovido por las palabras del Maestro.
También
hay ahora opiniones discordantes y erróneas en torno a Jesús, existe una gran
ignorancia sobre su Persona y su misión. A pesar de veinte siglos de
predicación y de apostolado de la Santa Iglesia, muchas mentes no han
descubierto la verdadera identidad de Jesús, que vive en medio de nosotros y
nos pregunta: Vosotros, ¿quién decís que soy yo? Nosotros, ayudados por la
gracia de Dios, que nunca falta, hemos de proclamar con firmeza, con la firmeza
sobrenatural de la fe: Tú eres, Señor, mi Dios y mi Rey, perfecto Dios y Hombre
perfecto, «centro del cosmos y de la historia», centro de mi vida y razón de
ser de todas mis obras.
En
los duros momentos de la Pasión, cuando está a punto de culminar su misión en
la tierra, el Sumo Sacerdote preguntará a Jesús: ¿Eres tú el Mesías, el Hijo
del Bendito? Y Jesús declarará: Yo soy, y veréis al Hijo del Hombre sentado a
la diestra del Padre, y venir sobre las nubes del cielo. En esta respuesta, no
sólo da testimonio de ser el Mesías esperado, sino que aclara la trascendencia
divina de su mesianismo, al aplicarse a Sí mismo la profecía del Hijo del
Hombre del Profeta Daniel. El Señor utiliza para aquellos oyentes las palabras
más fuertes de todas las expresiones bíblicas para declarar la divinidad de su
Persona. Entonces le condenaron por blasfemo.
Sólo
la claridad de la fe sobrenatural nos hace conocer que Jesucristo es
infinitamente superior a toda criatura: es el «Hijo único de Dios, nacido del
Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de
Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por
quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación
bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y
se hizo hombre...». Salió del Padre, pero sigue estando en plena comunión con
Él, pues tiene idéntica naturaleza divina. Junto con el Padre, será Quien envíe
al Espíritu Santo, el cual tomará de lo que Él guarda, pues tiene y posee como
propio cuanto es del Padre.
Se
presenta como supremo Legislador: Antes fue dicho a los antiguos... Pero Yo
ahora os digo. En la Antigua Ley se decía: Así habla Yahvé, pero Jesús no
transmite ni promulga en nombre de nadie: Yo os digo... En su propio nombre
imparte una enseñanza divina y señala unos preceptos que afectan a lo más
esencial del hombre. Ejerce el poder de perdonar los pecados, cualquier pecado,
poder que, como todo judío sabe, es propio y exclusivo de Dios. Y no sólo
absuelve personalmente, sino que da el poder de las llaves, el poder de regir y
de perdonar, a Pedro y a los Doce Apóstoles, y a sus sucesores. Promete
sentarse al fin del mundo como único juez de vivos y muertos. Nadie se arrogó
nunca tales atribuciones.
Jesús
exigió -exige- a sus discípulos una fe inquebrantable en su Persona, hasta
tomar la cruz sobre sus espaldas: el que no toma su cruz y me sigue, no es
digno de Mí; lo que pide para su Padre celestial lo exige también para sí
mismo: una fe sin fisuras, un amor sin medida.
Nosotros,
que queremos seguirle muy de cerca, cuando estamos delante del Sagrario le
decimos también, como Pedro: Señor, Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Verdaderamente, «el que halla a Jesús, halla un tesoro bueno, y de verdad bueno
sobre todo bien. Y el que pierde a Jesús pierde muy mucho y más que todo el
mundo. Paupérrimo el que vive sin Jesús y riquísimo el que está con Jesús». No
le dejemos jamás nosotros; afiancemos nuestro amor con muchos actos de fe, con
la valentía de dar a conocer en cualquier ambiente nuestra fe y nuestro amor a
Cristo vivo.
II. Al cabo de tanto tiempo,
Jesús sigue siendo para muchos, que aún no tienen el don sobrenatural de la fe
o viven apoltronados en la tibieza, una figura desdibujada, inconcreta. Como
respondieron los Apóstoles a Jesús aquel día en Cesarea de Filipo, también
nosotros podíamos decirle: unos dicen que fuiste un hombre de grandes ideales,
otros... Verdaderamente, siguen siendo actuales las palabras del Bautista: En
medio de vosotros está uno a quien no conocéis.
Sólo
el don divino de la fe nos hace proclamara una con el Magisterio de la Iglesia:
«Creemos en Nuestro Señor Jesucristo, que es el Hijo de Dios. Él es el Verbo
eterno, nacido del Padre antes de todos los siglos y consustancial al
Padre...».
Creemos
que en Jesucristo existen dos naturalezas: una divina y otra humana, distintas
e inseparables, y una única Persona, la Segunda de la Trinidad Beatísima, que
es increada y eterna, que se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno
purísimo de María. Nace en la mayor indigencia, aclamado por ángeles del Cielo;
padece hambre y sed; se cansa y tiene que recostarse en ocasiones sobre una
piedra o sobre el brocal de un pozo; se queda dormido mientras navega con
aquellos pescadores, ¡tan rendido se encuentra!; llora junto al sepulcro de su
amigo Lázaro; tiene miedo y pavor a la muerte antes de padecer los ultrajes de
la crucifixión.
Jesús
es también Hombre perfecto. Y esta Humanidad Santísima de Jesús, igual a la
nuestra en todo menos en el pecado, se nos ha hecho camino hacia el Padre. Él
vive hoy -¿por qué buscáis al que vive entre los muertos?- y sigue siendo el
mismo. «Iesus Christus heri, et hodie, ipse et insaecula (Hebr 13, 8). ¡Cuánto
me gusta recordarlo!: Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y
las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos.
Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro,
perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios»; con una
mirada poco penetrante porque nos falta amor.
III. La vida cristiana
consiste en amar a Cristo, en imitarle, en servirle... Y el corazón tiene un
lugar importante en este seguimiento. De tal manera es así que cuando por
tibieza o por una oculta soberbia se descuida la piedad, el trato de amistad
con Jesús, es imposible ir adelante. Seguir a Cristo de cerca es ser sus
amigos. Y esa unión amistosa conduce a poner en práctica hasta el menor de sus
preceptos; es un amor con obras.
San
Agustín, después de tantos intentos vanos por seguir al Señor, nos cuenta su
experiencia: «andaba buscando la fuerza idónea para gozar de Vos y no la
hallaba, hasta que hube abrazado al Mediador entre Dios y los hombres: el
Hombre Cristo Jesús, que es sobre todas las cosas bendito por los siglos, que
nos llama y nos dice: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6)». ¡Amar
al Hombre Cristo Jesús!
Jesucristo
es el único Camino. Nadie puede ir al Padre sino por Él. Sólo por Él, con Él y
en Él podremos alcanzar nuestro destino sobrenatural. La Iglesia nos lo
recuerda todos los días en la Santa Misa: Por Cristo, con Él y en Él, a Ti,
Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda
gloria... Unicamente a través de Cristo, su Hijo muy amado, acepta el Padre
nuestro amor y nuestro homenaje.
Cristo
es también la Verdad. La verdad absoluta y total, Sabiduría increada, que se
nos revela en su Humanidad Santísima. Sin Cristo, nuestra vida es una gran
mentira.
Narra
el Antiguo Testamento que Moisés, por mandato de Dios, levantó su mano y golpeó
por dos veces la roca, y brotó agua tan abundante que bebió todo aquel pueblo
sediento. Aquel agua era figura de la Vida que sale a torrentes de Cristo y que
saltará hasta la vida eterna. Y es nuestra Vida: porque nos mereció la gracia,
vida sobrenatural del alma; porque esa vida brota de Él, de modo especial en
los sacramentos; y porque nos la comunica a nosotros.
Toda
la gracia que poseemos, la de toda la humanidad caída y reparada, es gracia de
Dios a través de Cristo. Esta gracia se nos comunica a nosotros de muchas
maneras; pero el manantial es único: el mismo Cristo, su Humanidad Santísima
unida a la Persona del Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Cuando
el Señor nos pregunte en la intimidad de nuestro corazón: «y tú, ¿quién dices
que soy Yo?», que sepamos responderle con la fe de Pedro: Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo, el Camino, la Verdad y la Vida... Aquel sin el cual mi vida
está completamente perdida.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org