La
Iglesia Católica enseña que la dedicación a la vida pública debe ser reconocida
como una de las más altas posibilidades morales y profesionales del hombre. Si
se quiere hacer un bien mayor, si se quiere trabajar por el bien común, no se
puede eludir la actividad política. Si bien exige estudio, responsabilidades y
un ejercicio constante de discernimiento y toma de decisiones complejas, es una
actividad noble y profundamente humana.
La fe cristiana se centra en
un Dios que se ha hecho hombre y al que nada humano le es ajeno, por lo cual el
cristiano no puede ser extraño a nada humano, menos aún puede evadirse del
compromiso con el bien común. El amor al prójimo es político.
La caridad política
En
la constitución dogmática Gaudium et Spesdel Concilio
Vaticano II, la Iglesia enseña: “La Iglesia alaba y estima la labor de quienes,
al servicio del hombre, se consagran al bien de la vida pública y aceptan las
cargas de este oficio” (75). Entiende que entregarse al bien común es
entregarse al servicio de las demás personas para que toda vida humana pueda
desarrollarse en libertad y en justicia (74).
“Los cristianos deben tener
conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad
política; en virtud de esta vocación, están obligados a dar ejemplo de sentido
de la responsabilidad y de servicio al bien común; así demostrarán también con
los hechos cómo pueden armonizarse la autoridad y la libertad, la iniciativa
personal y la necesaria solidaridad del cuerpo social, las ventajas de la
unidad combinada con la conveniente diversidad” (75 e).
Consciente de los conflictos
inherentes a la actividad política, recomienda a los laicos católicos que
“luchen con integridad moral y con prudencia contra la injusticia y la
opresión, contra la intolerancia y el absolutismo de un solo hombre o de un
solo partido político; conságrense con sinceridad y rectitud, más aún, con
caridad y fortaleza política, al servicio de todos” (75, f).
La Iglesia enseña la
“caridad política”, entendida como “el compromiso activo y operante, fruto del
amor cristiano a los demás hombres, considerados como hermanos, en favor de un
mundo más justo y más fraterno, con especial atención a las necesidades de los
más pobres” (60-61).
Los cristianos si no son
conscientes de las raíces estructurales de muchos males sociales y no los
denuncian, ni trabajan para su transformación, pueden ser cómplices de
situaciones de injusticia. La actividad asistencialista que encubre situaciones
de injusticia es contraria a la fe cristiana. Cada cristiano desde su lugar en
la sociedad, sin importar si milita o no en política partidaria, tiene una
responsabilidad política y no debe caer en la fácil tentación de huir del
compromiso social y político. En
cuestiones políticas no hay dogmas de fe y los cristianos deben discernir en
cada tiempo y lugar sus opciones coherentes con su visión de la justicia, de la
dignidad humana y del bien común. De allí que existan cristianos comprometidos
en diferentes opciones políticas y en diversidad de partidos políticos.
El
Magisterio de la Iglesia da orientaciones generales acordes a la visión
cristiana del hombre y a los valores del Evangelio, pero no consagra ninguna
ideología política, donde valorando el legítimo pluralismo de opciones
políticas, recuerda siempre los principios no negociables de la ética cristiana
respecto de la defensa del bien común, de la justicia y de la dignidad humana.
El
compromiso político de los católicos
El
entonces Cardenal Ratzinger, en 2002 escribió: “En el plano de la militancia
política concreta, es importante hacer notar que el carácter contingente de
algunas opciones en materia social, el hecho de que a menudo sean moralmente
posibles diversas estrategias para realizar o garantizar un mismo valor
sustancial de fondo, la posibilidad de interpretar de manera diferente algunos
principios básicos de la teoría política, y la complejidad técnica de buena
parte de los problemas políticos, explican
el hecho de que generalmente pueda darse una pluralidad de partidos en los
cuales puedan militar los católicos para ejercitar – particularmente por la
representación parlamentaria – su derecho-deber de participar en la
construcción de la vida civil de su País…
Esta
obvia constatación no puede ser confundida, sin embargo, con un indistinto
pluralismo en la elección de los principios morales y los valores sustanciales
a los cuales se hace referencia. La legítima pluralidad de opciones temporales
mantiene íntegra la matriz de la que proviene el compromiso de los católicos en
la política, que hace referencia directa a la doctrina moral y social
cristiana.”.
La fe nunca ha pretendido
encerrar los contenidos socio-políticos en un esquema rígido, consciente de que
la dimensión histórica en la que el hombre vive impone verificar la presencia
de situaciones imperfectas y a menudo rápidamente cambiantes.
Juan Pablo II, en su
exhortación apostólica Christifidelis
Laici escribió que “los fieles laicos de ningún modo pueden
abdicar de la participación en la política; es decir, en la multiforme y
variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural,
destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común»,
que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden
público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el
ambiente, la justicia, la solidaridad, etc.
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LA VOZ DE NUESTRO OBISPO D. JESÚS VIDAL
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LO HUMANO Y DIVINO
Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra». Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó. (Génesis, 1,26-27)