Dios quiere que le importunen para saber la confianza que tenemos en la oración
En
el evangelio de hoy, Jesús, además de enseñarnos a rezar el Padre Nuestro,
añade unos consejos que revelan su pensamiento sobre el tema de la oración.
Todos parten de que Dios, como Padre bueno, jamás deja de escuchar la oración
de sus hijos, aunque a veces parezca que ha cerrado sus oídos a nuestras
súplicas.
Y
argumenta diciendo que, si nosotros que somos malos no damos cosas malas a
nuestros hijos, ¡cuánto más Dios dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!
He aquí el secreto de la eficacia de la oración: lo primero que debemos pedir
es el Espíritu Santo, el don más grande podemos recibir.
Otro
rasgo de la enseñanza de Jesús sobre la oración es la necesidad de insistir.
Muy a menudo el cristiano, al no recibir de inmediato lo que pide, se desanima
y deja de pedir. Para recalcar la importancia de insistir, Jesús cuenta la
parábola del amigo inoportuno, que recibe la llamada de éste cuando ya está la
familia en la cama, para suplicarle unos panes para una visita que ha llegado a
esas horas.
Jesús
dice que, aunque sólo sea para que deje de importunar, se levantará de la cama
y atenderá a su amigo. La enseñanza es clara: debemos importunar a Dios hasta
que acceda a nuestros deseos. Dios quiere que le importunen para saber la
confianza que tenemos en la oración.
A
este respecto es muy elocuente la primera lectura de hoy en la que Abrahán
regatea con Dios, como si se tratara de dos comerciantes en un mercado
callejero, sobre el número de justos que sería necesario encontrar para que
Dios no destruyera la ciudad de Sodoma. Podemos decir que Abrahán le gana a
Dios en el regateo, pues de cincuenta —punto de partida puesto por Dios—,
consigue descender hasta diez.
Con
esta parábola, Jesús nos enseña que Dios quiere ser importunado. En ocasiones,
nuestro concepto de Dios nos impide mostrar con naturalidad nuestra confianza,
la certeza de que es nuestro Padre y expresar los deseos del corazón con toda
simplicidad hasta obtener lo que queremos. Jesús revela una imagen de su Padre
que puede ser comprendida hasta por los niños que nos irritan con su
insistencia o nos conmueven con sus llantos cuando piden algo que nace de sus
deseos más íntimos.
Ningún
padre —dice Jesús— dará una piedra cuando su hijo le pide pan, ni una serpiente
si le pide un pez, ni un escorpión si le pide un huevo. Dios es incomparable en
su grandeza y providencia. Dios es siempre infinitamente Padre. Y aunque la
distancia entre Dios y el hombre es infinita, la oración tiene el poder de
superar esa distancia y situarnos de inmediato en la presencia de Dios con las
manos vacías para que él las llene con sus dones. Para ello debemos acentuar la
confianza de que Dios conoce nuestras necesidades mejor que nosotros.
También
debemos empezar pidiendo lo esencial para pasar a lo que, según nuestro juicio,
es de extrema necesidad. Cuando caemos enfermos, como es mi caso en estos
momentos, nos parece que lo importante es la curación. Y, desde luego, la pido
todos los días. Pero en el plan de Dios, la enfermedad puede ser para mí más
necesaria que la salud por los bienes espirituales que me aporta. Por eso, pido
a Dios que me eduque en esta situación y aprenda el bien que trae el
sufrimiento. No dejaré de pedir la salud, pero pediré a Dios el Espíritu Santo
para que, en salud o en enfermedad, en lágrimas o en gozo, reciba, como dice el
libro de Job, lo bueno y lo malo, pues sólo así comprenderé el camino de Dios
que pasa por mi vida.
Os
agradezco a todos los que oráis por mí. Vuestra oración es mi mayor consuelo y
esperanza. Yo rezo por Segovia cada día y ofrezco a Dios lo que tenga que
sufrir, convencido de que todo es para bien de los que amamos a Dios.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia