"Con su Ascensión el Señor Resucitado atrae
nuestra mirada al Cielo, para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el
Padre"
Con estas palabras Francisco nos recuerda mediante un tweet el
significado de la solemnidad común a todas las Iglesias cristianas, que se
celebra el cuadragésimo día después de la Pascua de Resurrección y concluye la
presencia del "Cristo histórico"
“Y dicho esto,
fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos. Estando
ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos
hombres vestidos de blanco que les dijeron: ‘Galileos, ¿qué hacen ahí mirando
al cielo? Este que les ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como
lo han visto subir al cielo’” (Hechos
1, 9-11)
El jueves de la sexta semana de Pascua se celebra la
solemnidad de la Ascensión en la Ciudad del Vaticano y en algunos países,
mientras en Italia y en otras naciones, el calendario la desplaza al domingo
siguiente. Estamos en el tiempo de la Pascua, es decir, de la alegría, de la
liberación de la muerte y del pecado gracias a la Resurrección, en el tiempo de
la promesa de la salvación. Jesús, por lo tanto, regresa para despedirse de los
apóstoles que ahora están listos para esta separación, como hijos adultos. La
separación, sin embargo, sólo es aparente, porque el Señor, aunque invisible,
continúa trabajando en la Iglesia y es temporal, porque un día volverá.
Fuentes
históricas y orígenes de esta solemnidad
Los Evangelios hablan poco de la Ascensión: Mateo y
Juan terminan el relato con las apariciones de Jesús después de la
Resurrección. Marcos le dedica la última frase del texto, mientras Lucas le da
más amplitud, especialmente en los Hechos de los Apóstoles. Aquí precisa que
cuarenta días después de la Pascua – un número muy simbólico en toda la Biblia
– Jesús conduce a los apóstoles a Betania y una vez que llega al Monte de los
Olivos (también llamado Monte de la Ascensión) los bendice y les habla antes de
subir al cielo y regresar al Padre. En este discurso Jesús confirma la promesa
de la venida del Espíritu que no los dejará solos y anuncia su segunda venida,
al final de los tiempos.
“¿Qué
hacen ahí mirando al cielo? Este que les ha sido llevado, este mismo Jesús,
vendrá así tal como lo han visto subir al cielo”
La celebración de la Ascensión tiene orígenes
ancestrales, tal como lo demuestra Eusebio de Cesara y se ve influenciada por
la tradición judía, por ejemplo, en la imagen de la "ascensión" a
Dios, no sólo física – si bien las catedrales y los monasterios se sitúan a
menudo en posiciones elevadas – sino también espiritual, entendida como
purificación y recogimiento para escuchar la Palabra. Inicialmente se celebraba
en Belén precisamente para subrayar que desde allí todo había comenzado, y
constituía una unidad con la fiesta de Pentecostés, celebrada la tarde del
mismo día, pero de la que ya se había separado entre los siglos V y VI, como lo
demostraron San Juan Crisóstomo y San Agustín, quienes a la Ascensión dedicaron
homilías enteras.
Significado de
la Ascensión
Al volver al Padre, Jesús cierra un círculo, que ha atravesado
su existencia humana para volver al cielo, aun permaneciendo vivo y presente en
la Iglesia. Pero es precisamente gracias al momento de la Ascensión que se
supera esta dicotomía entre el cielo y la tierra: Jesús se va, pero sólo
precede, como un hermano, como un rey y como el Hijo amado, a todos los
hombres, en el paraíso, allí donde está Dios. Como un hombre, Jesús bajó al
infierno para salvar a Adán y así, con la Ascensión, reafirma una vez más que
el cielo es el destino al que el hombre debe aspirar, la santidad, resumiendo
el significado del misterio de la Encarnación y el fin último de la salvación.
La glorificación de la naturaleza humana, encarnada por el Verbo en toda su
pobreza y por Él, después, elevada hasta el cielo, se explica mejor aún en las
diversas oraciones pertenecientes a la tradición bizantina en la que se supera
la disputa, precisamente, entre el cielo y la tierra.
"A la
derecha del Padre"
Hay muchos puntos dentro de los Evangelios en que
Jesús prefigura lo que sucederá en la Ascensión. Por ejemplo, durante la Última
Cena, anuncia "voy al Padre". Y el lugar a la derecha del Padre es,
de hecho, el lugar de honor, el del Hijo predilecto que por amor se hizo carne,
murió y resucitó y así ha salvado a la humanidad. Ese lugar siempre ha sido
suyo, porque antes de ser hombre Jesús es el Hijo del Padre y tiene gloria
estable con Él. Jesús, pues, asciende al cielo para dar inicio al reino que no
tiene fin, pero también para preparar nuestro lugar en el cielo. Si Jesús no
volviera al Padre en el cielo, no habría redención ni salvación para el hombre:
sólo así, de hecho, Él completa de alguna manera su Resurrección enviando,
después, al Consolador al mundo.
La Ascensión en
el Arte
Muchos de los significados de esta fiesta se pueden
entender aún mejor analizando la iconografía. La Ascensión del Señor está a
menudo representada por una escena dividida en dos partes, que representan el
cielo y la tierra. En el cielo está Cristo, representado en el gesto del
Pantocrátor, es decir, el Señor de todas las cosas, mientras que en su mano
izquierda tiene el rollo de la Ley. Lleva las vestiduras de la Resurrección,
los colores dominantes son los reales, el blanco y el rojo, todo está lleno de
luz e incluso los cielos se doblan para ser su trono. Abajo, en cambio, en la
tierra, permanece la humanidad, pero es una humanidad renovada: de las rocas
áridas, en efecto, surgen cuatro arbustos exuberantes, es decir, los cuatro
rincones de la Tierra que serán vivificados por la Palabra, por los Cuatro
Evangelios.
Incluso los apóstoles se visten a menudo de verde, el
color de la liberación a través de la gracia, y su actitud es ahora de
esperanza en la promesa, no más de consternación por lo que ha sucedido. En
primer plano, con frecuencia, están Pedro y Pablo, pero en la escena también
está María, a que suele ir acompañada por dos ángeles y ellos tres son los
únicos seres que llevan la aureola. María está en eje con su Hijo, cuya misión
humana ha compartido, y es, en la práctica, la conjunción entre los dos mundos.
La suya ya no es una expresión de dolor, sino una actitud de oración: la de la
Iglesia y de toda la humanidad, en espera del fin de los tiempos.
Roberta Barbi – Ciudad del Vaticano
Vatican News