LA IGLESIA LE PONE CARA A LA INMIGRACIÓN

Desde la CEE y otras entidades católicas se lanzan iniciativas para implicar activamente a responsables eclesiásticos y comunidades parroquiales en la acogida a los migrantes

Un voluntario enseña informática a jóvenes migrantes.
 Foto: Misioneros Javerianos
«No se trata solo de migrantes». Esta frase articula el mensaje del Papa para la Jornada Mundial de los Migrantes 2019. «También se tata de nuestros miedos» hacia el extranjero; «de nuestra humanidad»; de nuestra capacidad de «construir la ciudad de Dios y del hombre», combatiendo el «gran engaño» de un modelo de progreso «construido sobre la explotación de muchos»…

Son las afirmaciones que va lanzando el Pontífice a lo largo del texto presentado el lunes, cuatro meses antes de la celebración de esta jornada, el domingo 29 de septiembre. La respuesta de acogida o rechazo al migrante, según lo ve Francisco, es un excelente termómetro moral para retratar a las sociedades y comunidades cristianas locales de acogida. 

De ahí la insistencia de la Santa Sede a las Iglesias locales para que realicen una labor de sensibilización en las parroquias y entre los propios responsables eclesiales. Este será uno de los temas centrales de la jornadas de delegados y agentes de Migraciones que se celebrarán en Madrid del 6 al 8 de junio, con participación del responsable vaticano (rescatado por Jorge Bergoglio de Buenos Aires) Fabio Baggio.

La Iglesia española lleva meses trabajando en este objetivo. El domingo 26 de mayo estaba prevista la visita de un grupo de obispos a Marruecos, con el recientemente fallecido Juan Antonio Menéndez al frente, en calidad de responsable de Migraciones en la Conferencia Episcopal (CEE). El programa incluía encuentros con los obispos de Rabat y Tánger (a este último, Santiago Agrelo, el Papa acaba de aceptarle la renuncia por edad) y visitas a proyectos sociales de Cáritas y congregaciones religiosas. Finalmente el viaje se aplazó hasta después del verano debido a la coincidencia del Ramadán y a la jornada electoral en España.

Menéndez –cuenta el director de la comisión Episcopal de Migraciones, José Luis Pinilla, SJ– quería impulsar una serie de encuentros que se vienen celebrando entre «las dos orillas del Mediterráneo», organizados en colaboración con la red Migrantes con Derechos (integrada a su vez por Cáritas Española, la propia Comisión Episcopal de Migraciones, Justicia y Paz, CONFER y el Sector Social de la Compañía de Jesús).

La idea es que los responsables de diócesis y otras realidades eclesiales involucradas en la pastoral de migraciones «conozcan de primera mano la frontera sur», que «pisen el terreno», incluyendo realidades como los CIE (centros de internamiento de inmigrantes).

A la inversa, se quiere «visibilizar la presencia de la Iglesia para los migrantes» en la que, para ellos, es «la sala de espera antes de llegar a Europa», añade Pinilla, quien, junto con otros sacerdotes de España, ha realizado varias estancias en el monte Gurugú, enclave marroquí cercano a Marruecos donde suelen malvivir jóvenes subsaharianos a la espera de una oportunidad para saltar la valla.

Un socio crítico y leal

La Iglesia es un actor crítico, pero también un socio leal para la Administración, según lo ve Mónica Prieto, responsable del Departamento de Inmigración, uno de los dos que integran la comisión dirigida por José Luis Pinilla. Recién regresada de una visita a la diócesis de Cádiz y Ceuta, Prieto cita el ejemplo del Centro Tartessos, que ofrece acogida de emergencia a una veintena de personas, además de cursos de lengua y formación laboral junto al CETI (centro de estancia temporal) de la ciudad norteafricana.

Algunas menores de edad son derivadas de Ceuta a Cádiz, a un proyecto de la pequeña congregación del Rebaño de María. Y en no pocas ocasiones, sin mediar ningún convenio, los propios funcionarios «llaman a la Iglesia para que acoja a migrantes porque no tienen a dónde mandarlos», añade la responsable de la CEE.

«Vamos tapando los agujeros de la Administración, cubriendo una labor que debería hacer el Estado», lamenta. Pero lo que a ella verdaderamente le preocupa es que se llegue a desnaturalizar el trabajo que prestan las parroquias y entidades de Iglesia. «Es lo que ocurre cuando la urgencia te va comiendo. Hace poco me comentaba un responsable de una diócesis que el único trato que tienen muchísimos migrantes que pasan por allí es con los trabajadores sociales. Hay toda una labor de acompañamiento humano y espiritual que estamos dejando de ofrecer», reconoce. «Este es un problema que tenemos que abordar».

La primera conclusión de esta experta es que hacen falta manos. «La acogida no puede ser una responsabilidad de especialistas, no la podemos burocratizar», dice. Por un lado, «es necesario contar con personas con experiencia, como la congregación de las Adoratrices, por citar un ejemplo, que lleva 20 años trabajando en esto. Pero quien acoge es el pueblo de Dios entero. Tiene que haber un equilibrio», añade, y cita como ejemplos de buenas prácticas la Mesa por la Hospitalidad de Madrid, o el trabajo de la propia delegación diocesana de Cádiz.

Es el caso también de las parroquias de la capital que se han movilizado para que haya siempre, al menos, una de guardia en la acogida a migrantes y refugiados. Un grupo de feligreses se encarga siempre de la atención.

Prieto alude también a la vecina diócesis de Getafe, donde un grupo de personas va a abrir sus casas durante días o semanas a migrantes, habitualmente de paso hacia Francia. «La Iglesia no siempre puede montar una casa de acogida, porque no tiene instalaciones ni personal, pero sí cuenta con feligreses dispuestos a ofrecer una habitación», dice. «¿Qué pasa por ejemplo con personas que solicitan asilo, y no les dan cita hasta dentro de varios meses? ¿Dónde las metemos? Esta puede ser una solución».

No se trata únicamente de una labor «asistencialista». A los migrantes católicos, en particular, «hay que integrarlos en nuestras comunidades cristianas, como catequistas o en otras responsabilidades», facilitando a la vez que «haya momentos de encuentro para que todos nos podamos conocer».

De forma simultánea es importante incentivar su integración activa en la sociedad. Mónica Prieto cita el caso de Cáceres, donde la diócesis acaba de promover la creación de una asociación de empleadas del hogar, con dos hondureñas al frente, y una asociación de trabajadores africanos. «El peligro es que se creen guetos. Para evitarlo es fundamental que formen parte de pleno derecho de nuestras comunidades cristianas».

Xenofobia entre los católicos

Para que todo esto sea posible «hace falta una concienciación mucho mayor entre los laicos». «Tenemos un déficit de formación sociopolítica», afirma Prieto, sin miedo a reconocer que en muchos católicos se dan hoy «actitudes xenófobas».

Para que «no pasen estas cosas» hace falta un laicado con «mayor implicación social en los barrios», que tome conciencia de injusticias como «una ley que permite que existan los CIEs o que la gente muera en el mar porque no tiene vías legales para llegar a Europa. Hay curas haciendo un trabajo fantástico, pero esto debe ser responsabilidad de los seglares», abunda.

«Es necesario que tomemos todos conciencia y combatamos el pecado estructural de una economía que mata y que, a la vez que permite la explotación y la trata de muchos migrantes, origina también el paro masivo o el trabajo precario, porque la raíz es la misma». Sin embargo, «lo que ha conseguido el sistema es enemistar a los parados y precarios españoles con los migrantes. Esto es una perversión».

Los retos son «enormes». Las soluciones, sin embargo, no son tan complejas, según lo ve Mónica Prieto. «Necesitamos conocernos más, los de fuera y los de aquí; encontrarnos, ponernos cara», dice. «Hay muchas parroquias trabajando ya en esta línea. Tal vez no abran los informativos, pero ahí está ese trabajo de muchas hormiguitas, haciendo que poco a poco vayan cambiando las cosas».

Ricardo Benjumea

Fuente: Alfa y Omega

Un voluntario enseña informática a jóvenes migrantes.
 Foto: Misioneros Javerianos