«Líbranos del mal», la última invocación de la oración
del Padre Nuestro, tema de la catequesis del Papa Francisco en la Audiencia
General del miércoles 15 de mayo de 2019
“Queridos
hermanos y hermanas, hoy reflexionamos sobre la última invocación del
padrenuestro que dice: «Líbranos del mal». No basta pedir a Dios que no nos
deje caer en la tentación, sino que debemos ser liberados de un mal que intenta
devorarnos. La oración cristiana es consciente de la realidad que le rodea y
pone al centro la súplica a Dios, especialmente en los momentos en el que la
amenaza del mal se hace más presente”, lo dijo el Papa Francisco en la Audiencia
General del tercer miércoles de mayo de 2019, continuando con su
ciclo de catequesis dedicadas a la oración del Padre Nuestro.
Una oración
filial y no una oración infantil
En su
catequesis, el Santo Padre señaló que finalmente, hemos llegado a la
séptima petición del Padre nuestro: “Líbranos del mal”. El verbo griego
original es muy fuerte, precisó el Papa, evoca la presencia del maligno que
tiende a agarrarnos y mordernos y del cual se le pide a Dios que nos libere. El
apóstol Pablo dice que el maligno, el diablo está a nuestro alrededor como un
león furioso, para devorarnos y nosotros pedimos a Dios que nos libere. “Con
esta doble súplica: ‘no nos abandones’ y ‘líbranos’ – explicó el Pontífice –
surge una característica esencial de la oración cristiana. Jesús enseña a sus
amigos a poner la invocación del Padre ante todo, incluso y sobre todo en los
momentos en que el maligno hace sentir su presencia amenazante”. De hecho,
agregó el Papa, la oración cristiana es una oración filial y no una oración
infantil. No está tan exaltada por la paternidad de Dios como para olvidar que
el camino del hombre está lleno de dificultades.
“Si no existiesen los últimos versículos del Padre
nuestro, ¿cómo podrían orar los pecadores, los perseguidos, los desesperados,
los moribundos?”
Un mal
misterioso que no es obra de Dios
El Papa Francisco afirmando que en nuestras vidas hay
un mal, que es una presencia indiscutible, que los libros de historia nos dan
un sombrío catálogo de lo mucho que nuestra existencia en este mundo ha sido
una aventura a menudo fracasada. “Hay un mal misterioso, que ciertamente no es
obra de Dios – precisó el Pontífice – sino que penetra silenciosamente entre
los pliegues de la historia. A veces parece tomar ventaja: en algunos días su
presencia parece más nítida que la de la misericordia de Dios”.
Nadie puede decir que está
libre del mal
Ante
esta constatación de la presencia del mal en la historia y en la vida del
hombre, el Santo Padre recuerda que, el hombre que ora no es ciego, y ve ante
sus ojos este engorroso mal tan claro, y tan en contradicción con el misterio
mismo de Dios. Lo ve en la naturaleza, en la historia, incluso en su propio
corazón. Porque no hay nadie entre nosotros que pueda decir que está libre del
mal, o al menos que no sea tentado por él. “El último grito del Padre Nuestro –
subrayó el Papa – se lanza contra este mal, que tiene bajo su paraguas las más
diversas experiencias: el luto del hombre, el dolor inocente, la esclavitud, la
instrumentalización del otro, el llanto de niños inocentes. Todos estos
acontecimientos protestan en el corazón del hombre y se convierten en voz en la
última palabra de la oración de Jesús”.
“Del perdón de Jesús en la cruz surge la
paz, el don del Resucitado, más fuerte que todo mal: ¡ésta es nuestra
esperanza!”
Jesús experimenta todo el dolor del mal
Es
precisamente en los relatos de la Pasión, puntualizó el Pontífice, que algunas
expresiones del Padre Nuestro encuentran su eco más impresionante: “¡Abba!
¡Padre! ¡Todo es posible para ti: aleja este cáliz de mí! Pero no lo que yo
quiero, sino lo que tú quieres”. Jesús experimenta todo el dolor del mal. No
sólo la muerte, sino la muerte en una cruz. No sólo la soledad, sino también el
desprecio. No sólo malicia, sino también crueldad. Esto es lo que es el hombre:
un ser lanzado a la vida, que sueña con el amor y la bondad, pero que luego
expone continuamente a sí mismo y a sus semejantes al mal, hasta el punto de
que podemos ser tentados a la desesperación del hombre.
El don de la presencia del
Hijo de Dios que nos libera del mal
Así
el Padre Nuestro, señaló el Santo Padre, se asemeja a una sinfonía que pide ser
cumplida en cada uno de nosotros. El cristiano sabe lo subyugante que es el
poder del mal, y al mismo tiempo experimenta lo mucho que Jesús, que nunca
cedió a sus halagos, está de nuestro lado y viene en nuestra ayuda. “Así –
concluyó el Pontífice – la oración de Jesús nos deja la más preciosa de las
herencias: la presencia del Hijo de Dios que nos ha liberado del mal, luchando
por convertirlo. En la hora de la batalla final, ordena a Pedro de poner su espada
en la vaina, al ladrón arrepentido le asegura el paraíso, a todos los hombres
que lo rodeaban, inconscientes de la tragedia que estaban realizando, ofrece
una palabra de paz: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
La paz, el más preciado don del Resucitado
Antes
de concluir su catequesis, el Papa Francisco saludó cordialmente a los
peregrinos de lengua española venidos de España y de Latinoamérica, en modo
particular a los sacerdotes participantes en el curso de actualización
promovido por el Pontificio Colegio Español de San José. “Los animo a que recen
con espíritu renovado la oración que el Señor nos dejó, y a que la enseñen a
cuantos los rodean, para que, reconociendo a Dios como Padre, nos conceda la
paz, el más preciado don del Resucitado, más fuerte que ningún mal”.
Renato Martínez – Ciudad del Vaticano
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