Diana Comas,
Premio Bárbara Castro a un Corazón de Madre de la Universidad CEU San Pablo, se
enfrentó a un cáncer tras pasar un año en el hospital con su hijo Sancho, que
nació pesando poco más de 700 gramos. La fe le dio fuerzas. Ahora le pide a
Dios «una tregua»
Diana practica el piel con piel con Sancho (con la cabeza vendada)
y Almudena en la UCI neonatal de La Paz. Foto: Diana Comas
|
«Corazones ok».
Diana Comas mandaba este mensaje cada día a su marido, durante las tres semanas
que estuvo ingresada en el hospital de La Paz intentando evitar un parto
prematuro para el que sus mellizos no estaban preparados.
Luis y ella habían
esperado a esos niños desde que se casaron cinco años antes, en 2009. «Como
tardaban, yo rezaba y le pedía a Dios que me enviara algún hijo. Le prometí que
si venía malito, lo cuidaría».
Llegó el
embarazo. Todo iba bien hasta la semana 25, cuando Diana tuvo una amenaza de
parto prematuro. «Una ginecóloga amiga mía me dijo con todo su amor que el niño
no crecía y era probable que su corazón se apagara. Era inviable hacer una
cesárea porque seguramente morirían los dos. Fue muy doloroso». Pero los
diminutos corazones continuaban latiendo, y Diana estaba dispuesta a aguantar,
tumbada e inmóvil, el tiempo que hiciera falta. Hasta que tres semanas después
rompió aguas y los niños nacieron: Sancho con 752 gramos y Almudena con 960.
«Se paró el
tiempo para nosotros», recuerda su madre. Durante casi un año desde ese 17 de
diciembre de 2014, la vida del matrimonio giró en torno a la UCI de neonatos.
Almudena evolucionó bien y en tres meses le dieron el alta. Pero Sancho tuvo
que sobreponerse a un vía crucis de complicaciones: una hemorragia e
infecciones cerebrales, 14 operaciones… «Nos decían que tendría parálisis,
ceguera… Pero yo le miraba lo poco que se le veía de la carita, y veía fuerza
en sus ojos».
Diana recogió
el lunes el Premio Bárbara Castro a un Corazón de Madre, de la Universidad CEU
San Pablo. Compartió acto con Jaime Mayor Oreja, presidente de la Federación
Europea One of Us, premiado por su «defensa pública de la vida». La candidatura
de Diana la presentaron su hermana y su cuñado, subrayando la fuerza y el ánimo
que mantuvo esos largos meses. Pero ella reconoce que «nos sentíamos con el
agua al cuello; vivíamos minuto a minuto». Como Almudena estaba ya en casa y
Luis trabajaba, la madre de Diana se fue a vivir con ellos y contrataron a una
persona en casa.
«Íbamos a casa
como zombis, a comer algo y desplomarnos, sin saber qué nos encontraríamos al
día siguiente: un paso adelante, un paso atrás… Pedía: “Virgencita,
cuídamelo”». Sí reconoce que «todos los días entraba en la UCI con unas ganas
locas de hablarle y animarle. Como no estábamos muy puestos en canciones
infantiles, ¡ahí estaba yo, cantando villancicos en junio! Igual de lícito
hubiera sido encerrarme y llorar. Pero recibí de fuera una fuerza superior a
mí. Pedimos mucha ayuda. Tiempo después, algunas personas me han parado por la
calle para preguntarme si era la madre de Sancho y me han dicho que habían
rezado por nosotros».
A urgencias
después de quimio
Sancho llegó a
casa en noviembre con menos secuelas de las previstas. Diana pudo permitirse
dejar de trabajar gracias a la prestación por cuidado de menores con
enfermedades graves aprobada en 2010, y gracias a mucha estimulación y terapias
el pequeño empezó a andar con 3 años. También ve, al menos algo. «Y es
súpervaliente; si ve una pelota, allá que se va. Se ríe de cosas graciosas, tiene
picardía… Nos da muchas alegrías». Todavía no habla, y les han advertido de que
seguramente tenga discapacidad intelectual.
Además, cada
vez que se acatarra «cae en picado y necesita oxígeno. Pero nosotros confiamos
en Dios, en la Virgen, en él y en los terapeutas. Queremos que sea él el que
nos demuestre que no puede hacer algo». Su hermana, Almudena, «piensa que es
más pequeño que ella. Le explicamos que simplemente nació muy malito. Es lista
como un ratón, y ahora intenta enseñarle palabras. Tienen una relación muy
bonita».
Diana recuerda
cómo, en el hospital con Sancho, «pedía a Dios que ya no tuvieran que operarle
más de la cabeza. Que lo que le tuviera que pasar a él me lo enviara a mí».
Funcionó. Cuando el niño ya estaba en casa y todos intentaban adaptarse al
nuevo ritmo («aún no habíamos levantado cabeza»), llegó otro golpe en una
revisión rutinaria de unos quistes en su pecho: «Cáncer. ¡Qué horror! Es como
si te dijeran que vas a tener que subir una montaña imposible. El día antes de
empezar la quimioterapia le decía a un sacerdote: “Es que no quiero esta cruz”.
“Cómo vas a quererla”, respondió. Pero poco a poco la he ido limpiando,
haciéndola pequeñita, haciéndola mía».
Ya ha terminado
el tratamiento, pero alguna vez tuvo que pedir que la llevaran a urgencias con
Sancho nada más salir de una sesión de quimioterapia. Ella le quita
importancia: «Cuando eso es tu rutina…». Siente sobre todo no haber podido
atender bien a los niños ese tiempo. «Pero en la vida nadie se va de rositas.
Hay veces que la gente no puede con dificultades pequeñas, y otras veces vienen
las grandes y sí recibes esa fuerza. Igual que con Sancho pedimos muchas
oraciones, ahora he tenido mucho que ofrecer.
Y, de verdad,
el sufrimiento tiene algo bonito, porque te quedas sin escudos y solamente
puedes confiar. Yo me siento muy acompañada por mis amigos, por la Virgen y por
Dios. Sé que nada que me pase será malo». Eso sí, «como Dios escucha mis
oraciones (también le pedí ser de utilidad y ahora llega este premio)… ¡sí que
le estoy pidiendo que nos dé una tregua!».
María Martínez
López
Fuente: Alfa y
Omega
Diana
practica el piel con piel con Sancho (con la cabeza vendada)
y Almudena en la
UCI neonatal de La Paz. Foto: Diana Comas