El
cumpleaños del Papa emérito va acompañado de este año por el debate en torno a
sus escritos sobre los abusos. Una lectura de tres documentos que unen a los
dos últimos Obispos de Roma en la lucha contra esta plaga
Benedicto XVI (Foto de archivo) |
El
Papa emérito llega a la meta de sus 92 años y esta vez su cumpleaños va
acompañado por un animado debate en torno a uno de sus escritos, algunos de sus
“apuntes” – como él mismo los ha llamado – dedicados al tema del abuso contra
menores. En ese texto, Benedicto XVI se pregunta cuáles son las respuestas
correctas a la plaga de los abusos y escribe: “El antídoto contra el mal que
últimamente nos amenaza a nosotros y al mundo entero sólo puede consistir en el
hecho de que nos abandonemos” al amor de Dios.
No
puede existir ninguna esperanza en una Iglesia hecha por nosotros, construida
por las manos del hombre, que confía en sus propias capacidades. “Si
reflexionamos sobre qué hacer, es evidente que no necesitamos otra Iglesia
inventada por nosotros”. Hoy “la Iglesia es vista en gran parte sólo como una
especie de aparato político” y “la crisis causada por muchos casos de abusos
por parte de sacerdotes nos impulsa a considerar a la Iglesia incluso como algo
mal hecho que decididamente debemos tomar en nuestras manos y formar de una
manera nueva. Pero una Iglesia hecha por nosotros no puede representar ninguna
esperanza”.
Al
celebrar el cumpleaños de Joseph Ratzinger puede ser útil subrayar, el enfoque
que tanto Benedicto XVI como su sucesor Francisco han adoptado ante los
escándalos y los abusos contra menores. Una respuesta poco mediática y poco
pomposa, que no se presta a ser reducida a eslóganes.
Es
una respuesta que no se basa en las estructuras (aunque sean necesarias), en
las nuevas normas de emergencia (igualmente necesarias) o en los protocolos
cada vez más detallados y precisos para garantizar la seguridad de los niños
(de todos modos indispensables): todos instrumentos útiles ya definidos o en
proceso de definición. La de Benedicto primero, y la de Francisco, es una
respuesta profunda y sencillamente cristiana. Para entenderlo basta releer tres
documentos. Tres cartas al pueblo de Dios, en Irlanda, en Chile y en el mundo
entero, que dos Papas han escrito en los momentos de mayor tensión por los
escándalos.
Al
escribir a los fieles de Irlanda, en
marzo de 2010, el Papa Ratzinger explicaba que “las medidas para contrarrestar
adecuadamente los delitos individuales son esenciales, pero por sí solos no
bastan: hace falta una nueva visión que inspire a la generación actual y a las
futuras a atesorar el don de nuestra fe común”.
Benedicto
XVI invitaba “a todos a ofrecer durante un año, desde ahora hasta la Pascua de
2011, las penitencias de los viernes para este fin. Os pido que ofrezcáis
vuestro ayuno, vuestras oraciones, vuestra lectura de la Sagrada Escritura y
vuestras obras de misericordia para obtener la gracia de la curación y la
renovación de la Iglesia en Irlanda. Os animo a redescubrir el sacramento de la
Reconciliación y a aprovechar con más frecuencia el poder transformador de su
gracia”.
“Hay
que prestar también especial atención – añadía el Papa – a la adoración
eucarística”. Oración, adoración, ayuno y penitencia. La Iglesia no acusa a los
enemigos externos, es consciente de que el ataque más fuerte proviene de los
enemigos internos y del pecado en la Iglesia. Y el remedio propuesto es el
redescubrimiento de lo esencial de la fe y de una Iglesia “penitencial”, que se
reconoce necesitada de perdón y de ayuda desde lo Alto. El corazón del mensaje,
impregnado de humildad, dolor, vergüenza, contrición, pero al mismo tiempo
abierto a la esperanza, es la mirada cristiana, evangélica.
Ocho
años después, el 1° de junio de 2018, se hace pública otra carta de un
Papa a los cristianos de un país afectado por el escándalo de la pedofilia. Es
la carta que Francisco envía a los chilenos.
“Apelar
a ustedes, pedirles oración no fue un recurso funcional – escribe – como
tampoco un simple gesto de buena voluntad”. Por el contrario, “quise poner el
tema donde tiene que estar: la condición del Pueblo de Dios (…). La renovación
en la jerarquía eclesial por sí misma no genera la transformación a la que el
Espíritu Santo nos impulsa. Se nos exige promover conjuntamente una
transformación eclesial que nos involucre a todos”.
El
Papa Bergoglio insiste en el hecho de que la Iglesia no se construye a sí
misma, no confía en sí misma: “Una Iglesia con llagas no se pone en el centro,
no se cree perfecta, no busca encubrir y disimular su mal, sino que pone allí
al único que puede sanar las heridas y tiene un nombre: Jesucristo”.
Se
llega así al 20 de agosto de 2018, a la carta de Francisco al pueblo de Dios
sobre el tema de los abusos.
La primera de un Pontífice dirigida a los fieles de todo el mundo sobre este
tema. También este nuevo llamamiento al pueblo de Dios se cierra del mismo
modo:
“Para
esto ayudará la oración y la penitencia. Invito a todo el santo Pueblo fiel de
Dios al ejercicio penitencial de la oración y el ayuno siguiendo el mandato del
Señor, que despierte nuestra conciencia, nuestra solidaridad y compromiso con
una cultura del cuidado y el ‘nunca más’ a todo tipo y forma de abuso”.
Además,
la penitencia y la oración “nos ayudará a sensibilizar nuestros ojos y nuestro
corazón ante el sufrimiento ajeno y a vencer el afán de dominio y posesión que
muchas veces se vuelve raíz de estos males”.
Una
vez más, Francisco propone un camino penitencial, lejos de todo triunfalismo –
tal como lo reafirmó en su homilía de este Domingo de Ramos – y de la imagen de
una Iglesia fuerte y protagonista, que busca ocultar sus debilidades y su
pecado. La misma propuesta de su predecesor.
Andrea
Tornielli
Vatican
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