PROTEGER A LA FAMILIA
Dominio publico |
II. Apostolado
sobre la naturaleza del matrimonio. Ejemplaridad de los cónyuges. Santidad de
la familia.
III. El matrimonio
cristiano.
«Saliendo de allí llegó
a la región de Judea, al otro lado del Jordán; y otra vez se congregó ante él
la multitud y como era su costumbre, de nuevo les enseñaba. Se acercaron
entonces unos fariseos que le preguntaban para tentarle, si es lícito al marido
repudiar a su mujer Él les respondió: ¿Qué os mandó Moisés? Ellos dijeron:
Moisés permitió darle escrito el libelo de repudio y despedirla.
Pero Jesús les
dijo: Por la dureza de vuestro corazón os escribió este precepto. Pero en el
principio de la creación los hizo Dios varón y hembra: por esto dejará el
hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer; y serán los dos una sola
carne. Por tanto lo que Dios unió, no lo separe el hombre. Una vez en la casa,
sus discípulos volvieron a preguntarle sobre esto. Y les dice: Cualquiera que
repudie a su mujer y se una con otra, comete adulterio contra aquélla; y si la
mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio» (Marcos 10,
1-12).
I. Jesús devuelve a su
pureza original la dignidad del matrimonio, según lo instituyera Dios al
principio de la Creación: los hizo varón y hembra; por esto dejará el hombre a
su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne; de
modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió, no lo
separe el hombre (Mateo 10, 1-2).
El
Magisterio de la Iglesia, custodio e intérprete de la ley natural y divina, ha
enseñado de modo constante que el matrimonio fue instituido por Dios con lazo
perpetuo e indisoluble. El matrimonio no es un simple contrato privado, no
puede romperse por voluntad de los contrayentes. No existe razón humana, por
fuerte que pueda parecer, capaz de justificar el divorcio, que es contrario a
la ley natural y a la familia.
Juan
Pablo II alentaba a los esposos cristianos para que, aun viviendo en ambientes
donde las normas de vida cristiana no sean tenidas en la debida consideración o
sufran una fuerte presión contraria, sean fieles al proyecto cristiano de la
vida familiar. (JUAN PABLO II, Homilía)
II. Los cristianos, al defender la indisolubilidad y santidad del matrimonio, llevamos a cabo un bien inmenso a todos, y no podemos dejarnos impresionar por las dificultades e incluso las burlas que podemos encontrar en el ambiente. La familia “tiene que ser objeto de atención y de apoyo por parte de cuantos intervienen en la vida pública. Educadores, escritores, políticos y legisladores han de tener en cuenta que gran parte de los problemas sociales, y aun personales tienen sus raíces en los fracasos o carencias de la vida familiar.
II. Los cristianos, al defender la indisolubilidad y santidad del matrimonio, llevamos a cabo un bien inmenso a todos, y no podemos dejarnos impresionar por las dificultades e incluso las burlas que podemos encontrar en el ambiente. La familia “tiene que ser objeto de atención y de apoyo por parte de cuantos intervienen en la vida pública. Educadores, escritores, políticos y legisladores han de tener en cuenta que gran parte de los problemas sociales, y aun personales tienen sus raíces en los fracasos o carencias de la vida familiar.
Luchar
contra la delincuencia juvenil o contra la prostitución, y favorecer al mismo
tiempo el descrédito o el deterioro de la institución familiar es una ligereza
y una contradicción” (Familiaris consortio). La ejemplaridad y la alegría de
los esposos cristianos han de preceder en el apostolado con sus hijos y
otras familias, y nace de una vida santa, de la correspondencia a la vocación
matrimonial.
III. Al quedar elevado al orden sobrenatural, todo amor humano se engrandece y se afianza porque, en el sacramento cristiano, el amor divino penetra en el amor humano, lo engrandece y lo santifica. Es Dios quien une con vínculo sagrado y santificante a hombre y mujer en el matrimonio; por eso, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre (Mateo 19, 3).
III. Al quedar elevado al orden sobrenatural, todo amor humano se engrandece y se afianza porque, en el sacramento cristiano, el amor divino penetra en el amor humano, lo engrandece y lo santifica. Es Dios quien une con vínculo sagrado y santificante a hombre y mujer en el matrimonio; por eso, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre (Mateo 19, 3).
Pidamos
a la Santísima Virgen Madre del Amor Hermoso, la gracia abundante de su Hijo
para la familia propia y para todas las familias cristianas de la tierra.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org