“El presente de la
infamia, la sangre, la indiferencia” y “¿Recuerdas?”
![]() |
Ejercicios Espirituales del Papa Francisco y la Curia Romana (Vatican Media) |
Son
los temas escogidos para las meditaciones, matutina y vespertina, de este
martes por el Abad Bernardo Francesco Maria Gianni, que este año predica los
Ejercicios Espirituales para el Papa y la Curia Romana en preparación a la
Pascua en la Casa del Divino Maestro de Ariccia
“Estamos aquí para
reavivar las brasas con nuestro aliento”, es el título de la predicación de ayer por la tarde, en el
ámbito de este retiro que cada día comienza con la celebración de la Santa Misa
y concluye con las Vísperas y la Adoración Eucarística.
El
Abad Bernardo Francesco Maria Gianni está proponiendo en sus meditaciones conceptos
entretejidos con citas y llamadas como suave soplo a las brasas de la esperanza
y de la confianza. Aludiendo a la famosa figura del político italiano católico Giorgio
La Pira, incansable constructor de la paz, y al poder evocador de la poesía
de uno de los poetas italianos más prestigiosos del Siglo XX, Mario
Luzi, sin olvidar el pensamiento del sacerdote, escritor y académico
italiano muy conocido por el mismo Papa Francisco, Romano Guardini, el
predicador orientó sus reflexiones hacia una mirada evangélica sobre las
ciudades, a fin de que se conviertan en “lugares ardientes de amor, de paz y de
justicia”.
Reavivar
el fuego para contemplarlo con esperanza
Es lo que Mario Luzi nos hace cantar. La
ciudad que fue el sueño de Giorgio La Pira, es una ciudad en la que reavivar el
fuego, para que la humanidad vuelva a contemplarlo con renovada esperanza,
reconociéndolo, como a menudo tratamos de decir, como “un lugar por donde pasa
el Señor, un lugar visitado por el Señor”.
El
benedictino olivetano, Abad de San Miniato al Monte en Florencia, recordó
asimismo a los presentes en este retiro de Cuaresma que el fuego del amor de
Jesús también está confiado como “testimonio” a la “custodia” y a la “pasión”
de cada uno. Y este tiempo de conversión nos permite reavivar el fuego que se
ha vuelto menos ardiente “a causa de la resignación, la costumbre y la
tibieza”, que justamente reprochan algunas páginas importantes del mismo
Apocalipsis.
Es
verdad. Nos lo recuerda la Carta a los Romanos, capítulo once, versículo veinte:
los dones y la llamada de Dios son irrevocables. Pero, ¿cómo podemos eximirnos
de la búsqueda apasionada de ese combustible necesario para mantener encendida,
ardiente y en crecimiento la llama de la vocación que hemos recibido?
La
presunción de no tener necesidad de nada
El Abad Gianni advirtió asimismo ante la
presunción de no tener “necesidad de nada”, con la que – afirmó – “nos
consideramos verdaderamente dispensados de tener que tomar en serio y cuidar
este inmenso don que el Señor nos ha dado”, “con una vida de oración, de
escucha de su Palabra, alimentándonos con la santa y divina Eucaristía,
viviendo una fraternidad radical que brota de la escucha de la Palabra y de la
conformación con la lógica eucarística con la que la vida divina se hace camino
en nosotros”. Y “se abre paso de verdad” – insistió – “místicamente, con
la fuerza del Espíritu Santo”.
Un
aliento que es la fuerza del Espíritu Santo, que se digna pasar a través de
nosotros, que se digna transfigurar nuestras debilidades y nuestras fragilidades,
haciéndolas capaces de levantar de nuevo la llama de los deseos ardientes.
La
sinfonía de las estaciones
Recordando nuevamente las palabras del
“profeta de la esperanza”, Giorgio La Pira, el monje afirmó que un hombre puede
“nacer cuando es viejo”. Y explicó que esto sucede “si nos sentimos necesitados
de la necesidad y deseosos del deseo”, y no cuando participamos realmente “en
este acontecimiento pascual de un auténtico renacimiento desde arriba”.
Se
trata pues de redescubrir que nuestra interioridad tiene una sinfonía, tiene
una polifonía en el espíritu mucho más rica y articulada que la que el tiempo
mecánico de nuestros relojes nos parece sugerirnos. San Pablo, en su Segunda
Carta a los Corintios, usa palabras de extraordinaria fuerza evocativa y de
gran verdad espiritual y antropológica: “Por eso no nos desanimamos, pero
incluso si nuestro hombre exterior va deshaciéndose, el interior se renueva día
a día”.
Resistir a las cenizas del mundo
Por lo tanto, no debemos rendirnos “a las
cenizas dentro y fuera de nosotros” – dijo el predicador – porque esta
“segunda creación puede realizarse en todo hombre, a través de cada palabra, a
través de cada acontecimiento”. Y añadió textualmente:
Una
perspectiva que me parece que devuelva a la condición humana una dignidad que
no es trivialmente agradable en una “autorreferencialidad” pecaminosa, sino
que, por el contrario, la impulsa a una – repito – inquietud que genere la
Pascua por doquier y de cualquier manera, en una perspectiva en la que hemos
optado por contemplar en el espacio de la convivencia ciudadana, porque
advertimos que, sobre todo allí, se anida la gran tentación de reconocerse sólo
como cenizas inertes, fruto de una combustión que ha hecho estallar las
esperanzas y los sueños y especialmente – permítanme decirlo – de las nuevas
generaciones.
De
aquí la importancia – prosiguió diciendo el Abad – de no perseguir “resultados
inmediatos que produzcan un beneficio político fácil, rápido y efímero”, sino
acciones capaces de generar “nuevos dinamismos en la sociedad”, capaces de dar
pleno desarrollo al ser humano.
La
posibilidad de un nuevo comienzo
Ciertamente la vida es “hábito, como una
constricción, como un reloj” – añadió el predicador – pero siempre está “el
momento de la decisión”: y ésta es la “fuerza del inicio”, la “fuerza de la
novedad” que “nace del espíritu, del corazón”. En la elección toma sustancia la
libertad del hombre, que debería plasmarse siguiendo el ejemplo de Cristo, en
lugar de “escuchar a las personas desilusionadas e infelices”, a “quienes
cínicamente recomiendan no cultivar esperanzas en la vida”, a “quien apaga todo
entusiasmo al nacer diciendo que ninguna empresa vale el sacrificio de toda una
vida”.
No
escuchemos a los “viejos” de corazón que sofocan la euforia juvenil. Vayamos a
los ancianos que tienen ojos brillantes de esperanza. En cambio, cultivemos
utopías sanas. Dios nos quiere capaces de soñar como Él y con Él mientras
caminamos muy atentos a la realidad. Sueño, fuego, llama. Soñar con un mundo
diferente. Y si un sueño se apaga, volver a soñarlo de nuevo, tomando con
esperanza el recuerdo de los orígenes, aquellas brasas que quizás después de
una vida no tan buena, están escondidas bajo las cenizas de nuestro primer
encuentro con Jesús.
Los
temas de mañana, miércoles 13 de marzo – en que se recordará el VI aniversario
de la elección del Santo Padre Francisco a la Cátedra de Pedro – serán: “Los
deseos ardientes” y “Sus
banderas de paz y amistad”.
María Fernanda Bernasconi – Ciudad del
Vaticano
Vatican News