“Sabrá que llevo
semanas visitando a Jesús en el sagrario. Me he dado cuenta lo solo que a veces
está y quiero consolarlo con mi presencia"
Creo
que ya te lo he contado. Pero, la verdad,
me ilusiona compartirlo de nuevo. Un año atrás recibí la llamada de una
dulce ancianita que sufría mucho por su soledad, la enfermedad y el sentirse
poco amada por su familia.
Me
contactó a través de mi libro “El Sagrario”. Suelo
colocar en los libros mi contacto. Me gusta mucho cuando me escribe un
lector y me cuenta las maravillas que Dios hace en su vida. Te percatas que
Dios es un Padre bondadoso y tierno. Y cuida a sus hijos.
Cuando
escuché su historia me sorprendí muchísimo. Su familia la tenía echada a un
lado, casi no le hablaban y solían despreciarla. Ella estaba sufriendo. No
sabía qué decirle. Sólo la escuché. Cuando terminó su historia me salió del
alma enviarla con Jesús ante el sagrario.
“Yo
no puedo ayudarla. No sé cómo”, le dije. “Pero sí sé quién puede hacer mucho
por usted. Vaya después de misa al pequeño oratorio o la capillita donde tienen
el sagrario. Si no sabe dónde está pregúntele al párroco. Allí está
Jesús VIVO. Cuéntele lo mismo que me contó a mí. Y dígale que lo ama
mucho. Pídale que la ayude. A Él le encanta cuando vamos y le decimos que lo
amamos. Le aseguro que Jesús la va a ayudar y le mostrará el camino que debe
recorrer”.
Pasaron
los días. Unas semanas después recibí otra llamada de esta ancianita. Le
pregunté cómo le fue con Jesús en el sagrario. Estaba seguro que Él, de
alguna manera iba a ayudarla dándole fortaleza, las gracias que requería o
solucionándole el problema. He visto tantos milagros que no tengo
ninguna duda al respecto. Jesús se desborda en favores y gracias sobre aquellos
que con fe y devoción lo visitan.
“Sabrá
señor Claudio que llevo semanas visitando a Jesús en el sagrario. Me he dado
cuenta lo solo que veces está y quiero consolarlo con mi presencia, aunque
sirva de poco. No tengo mucho que ofrecerle. Cada vez que voy le digo: “Señor
perdóname porque te he ofendido tanto”. Luego le ofrezco mis dolores
y enfermedades, mi soledad, el sentirme olvidada, dejada a un lado”.
Quedé
una pieza. No le pidió nada para ella. A
pesar de tener tan poco, fue y le dio todo lo que tenía a Jesús. Su vida misma,
sus inquietudes y además le pidió perdón. ¿Cómo no iba a Jesús a mirar con
gratitud este ofrecimiento?
Me
recordó a la viuda pobre de la que Jesús habló, que fue a dar limosna en el
templo.
“Jesús
se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver cómo la gente
echaba dinero para el tesoro; pasaban ricos, y daban mucho. Pero también se
acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Jesús entonces
llamó a sus discípulos y les dijo: “Yo les aseguro que esta viuda pobre ha
dado más que todos los otros. Pues todos han echado de lo que les sobraba,
mientras ella ha dado desde su pobreza; no tenía más, y dio todos sus
recursos.” (Marcos 12, 41-44)
Me
hizo revisar mi vida. Mis intenciones cuando visito a Jesús en el
sagrario. Él conoce mis necesidades. Ahora cuando voy a verlo,
sencillamente le digo que le quiero mucho. Deseo que se sienta
amado, acompañado, feliz.
Anda,
visita a Jesús. No lo dejes solo.
¿Puedo
pedirte un favor? Cuando lo visites dile: “Jesús, Claudio te manda saludos”. Ya sabes que me encanta sorprenderlo.
¡Dios
te bendiga!
Claudio de Castro
Fuente: Aleteia