"Quise detenerlos para que no se acercaran a los salvajes porque
los podían matar, pero vi luego con admiración que la llegada de ellos llenaba
de alegría a aquellas tribus"
Los sueños de Don Bosco
inspiraron su vocación y la de su gran obra salesiana. En uno de ellos, a los 9
años, se le reveló lo que sería uno de sus grandes legados. Al principio dudaba
si lo que había visto sería Etiopía, o acaso Asia. Pero cuando en 1874 le llegó
una invitación para enviar salesianos para la Evangelización de la Patagonia,
supo que su visión era sobre aquel hasta entonces salvaje rincón del sur de
Sudamérica.
El 14 de noviembre
de 1875 partirían hacia el sur argentino los primeros diez misioneros
salesianos. 10 días antes recibían la bendición del papa Pío IX.
Por encargo de Don
Bosco, satisfecho por haber identificado el destino inspirado por su sueño, se
dedicarían a la juventud pobre y abandonada, se harían cargo de un nuevo
colegio, y serían enviados a otros lugares, los “pueblos salvajes” de la
Patagonia.
Encabezaba la misión
el sacerdote Juan Cagliero, quien en una fotografía que Don Bosco pidió
capturar antes de la partida se encuentra recibiendo del fundador las reglas de
la Sociedad Salesiana.
Además
del desafío patagónico, los salesianos enfrentarían en Buenos Aires el
necesario acompañamiento de la creciente colectividad italiana.
También
debían lidiar con una preocupación que llegó a los oídos del mismo Don Bosco,
como en alguna carta hizo saber: no todos compartían la idea de
evangelizar los indios de la Patagonia, ya que muchos preferían directamente
“destruir” a los salvajes.
Los
avatares, incluso políticos, hicieron de la misión patagónica salesiana una
auténtica epopeya. La evangelización se proponía civilizar, convertir y
educar a los aborígenes.
En
1878 Don Bosco escribió para el Bolletino Salesiano el camino:
“Fundar colegios y hospicios en las principales ciudades de los confines, y
rodear, por así decirlo a la Patagonia con esas fortalezas, con esos asilos de
paz y de caridad, recoger jovencitos indígenas, atraer principalmente a
los hijos de los bárbaros o semi bárbaros, instruirlos, educarlos
cristianamente y después, por su medio y juntamente con ellos, penetrar en
aquellas regiones inhóspitas para llevar y difundir la luz del
Evangelio, y así abrir la fuente de la verdadera civilización y del verdadero
progreso”.
Los
frutos se verían en jóvenes vocaciones que marcarían una
huella en la historia de la Iglesia latinoamericana.
En
la Patagonia el padre Cagliero, designado Vicario para la Patagonia y luego
elevado a la dignidad cardenalicia, fue confesor de la beata Laura Vicuña y
acompañó la vocación del beato Ceferino Namuncurá, dos de los grandes frutos de
la inspiración de Don Bosco.
Pero
todo empezó con un sueño, que así describía Don Bosco:
“Soñé
que estaba en una región salvaje, totalmente desconocida. Era una llanura
completamente sin cultivar, en la cual no se veían montañas ni colinas.
Solamente en sus lejanísimos límites se veían escabrosas montañas. Vi en ellas
muchos grupos de hombres que la recorrían. Estaban casi desnudos. Eran de
altura y estatura extraordinaria, de aspecto feroz.
Cabellos
largos y ásperos. El color de su piel era oscuro y negruzco y sobre las
espaldas llevaban mantos de pieles de animales. Usaban como armas una lanza
larga y una honda para lanzar piedras.
Estos
grupos de hombres esparcidos acá y allá se dedicaban a diversas actividades.
Unos corrían detrás de las fieras para darles cacería. Otros peleaban entre sí,
tribu contra tribu; y un tercer grupo de batalla contra soldados blancos que
llegaban. El suelo estaba lleno de cadáveres.
Luego
aparecieron en el extremo de la llanura varios grupos de misioneros de diversas
comunidades religiosas y se dedicaron a enseñar el Evangelio a aquellos
salvajes, pero ellos se lanzaban contra los misioneros con furor diabólico y
los mataban y los descuartizaban, y después seguían peleando entre ellos
mismos.
Yo
pensaba: ¿Cómo lograr convertir a esta gente tan salvaje? Pero luego vi
aparecer otro grupo de misioneros. Se acercaban a los salvajes con
rostro alegre y precedidos de un grupo de muchachos.
Yo
temblaba pensando: ¡Los van a matar también! Me acerqué a ellos y pude ver que
eran nuestros salesianos. Los primeros que llegaban me eran muy
conocidos. Los otros son gente que vendrá después y que no logré conocer.
Quise
detenerlos para que no se acercaran a los salvajes porque los podían matar,
pero vi luego con admiración que la llegada de ellos llenaba de alegría a
aquellas tribus salvajes, las cuales dejaban las armas, cambiaban su
ferocidad en amabilidad y recibían a nuestros misioneros con las mayores
demostraciones de buena voluntad.
Y
vi que los misioneros salesianos se acercaban a los salvajes y les enseñaban el
Evangelio y estos lo aceptaban de muy buena gana; y que aprendían prontamente
la religión que les enseñaban y hacían caso a los avisos y amonestaciones que
les daban los evangelizadores.
Y
vi emocionado que nuestros misioneros rezaban el Santo Rosario con
aquellos salvajes los cuales les respondían con fervor a sus oraciones.
Los
salesianos se colocaron en medio de la muchedumbre de salvajes que los rodeó, y
se arrodillaron. Aquellos hombres antes tan feroces, colocaban ahora sus armas
a los pies de los misioneros y se arrodillaron y rezaron.
Y
entre todos empezaron a cantar un himno a la Virgen María con una voz tan
sonora y tan fuerte que… yo me desperté.
Este
sueño me causó mucha impresión y quedé convencido de que se trataba de un
aviso del Cielo. No comprendí en ese momento todo su significado pero
sí comprendí que se trataba de un sitio a donde deben ir nuestros misioneros,
una misión en la cual yo había pensado durante largo tiempo con mucha ilusión.
patricianavas
Fuente: Aleteia