¿Quieren
que les recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos,
distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo
El
primer camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados: Confiesa
primero tus pecados, y serás justificado. Por eso dice el profeta: Propuse:
«Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena,
pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá
el perdón ante el
Señor, pues, quien condena aquello en lo que faltó, con más dificultad volverá
a cometerlo; haz que tu conciencia esté
siempre despierta y sea como tu acusador doméstico, y así no tendrás quien te
acuse ante el tribunal de Dios.
Éste es un primer y magnífico camino de penitencia; hay también otro, no
inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de
nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos las
faltas de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas
deudas que ante él hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo de expiar
nuestras culpas Porque si ustedes perdonan al prójimo sus faltas -dice el
Señor-, también su Padre celestial perdonará las de ustedes.
¿Quieres conocer un tercer camino de penitencia? Lo tienes en la oración
ferviente y continuada, que brota de lo íntimo del corazón.
Si deseas que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en
la limosna: ella posee
un grande y extraordinario poder.
También, si eres humilde y obras con modestia, en este proceder encontrarás, no
menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado: De
ello tienes un ejemplo en aquel publicano, que, si bien no pudo recordar ante
Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras presentó su humildad y se vio
descargado del gran peso de sus muchos pecados.
Te he recordado, pues, cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de
los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la
oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.
No te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de
estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar alegando
tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías renunciar a tu ira y
mostrarte humilde, podrías orar de manera constante y confesar tus pecados; la
pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero, ¿qué estoy
diciendo? La pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de
penitencia que consiste en seguir el mandato del Señor, distribuyendo los
propios bienes -hablo de la limosna- pues esto lo realizó incluso aquella viuda
pobre que dio sus dos pequeñas monedas.
Ya que has aprendido con estas palabras a sanar tus heridas, decídete a usar de
estas medicinas, y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte confiado a la
mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la gloria, y
alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y
la benignidad de nuestro Señor Jesucristo.
Por: San Juan Crisóstomo