La manera de celebrar la misa no sale de lo que a cada quien se le ocurra. Hay unos criterios básicos que son necesarios cumplirlos a cabalidad
Tal
vez has participado de alguna Santa Misa en la que has presenciado que la
comunidad, espontáneamente, y cuando se termina la Plegaria eucarística, se une
en oración al Sacerdote celebrante y pronuncian las palabras "Por Cristo,
con Él y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén"
En
otros casos, ha sido el Sacerdote mismo quien anima a la comunidad a DECIR
JUNTOS esa Doxología; pero realmente, ¿quién debe decir estas palabras? ¿Únicamente
el Sacerdote? ¿La comunidad y el sacerdote?
Para
responder a esta pregunta, nos dirigimos a una respuesta dada por Fray Nelson
Medina, Sacerdote predicador de la Orden de los Dominicos, en la que
explica el uso correcto de esta Doxología durante la celebración de la Santa
Misa
Forma correcta de celebrar
Misa
La
manera de celebrar la misa no sale de lo que a cada
sacerdote se le ocurra. Hay unos criterios básicos que son necesarios porque ni
el sacerdote ni ninguna comunidad particular pueden considerarse
"dueños" de la Misa.
La
"manera de celebrar" la indican los misales que se usan en las
parroquias e iglesias a través de un documento que se llama la
"Instrucción general del Misal Romano," usualmente abreviado IGMR,
que todos puede consultar haciendo Clic aquí
El
número 151 de la IGMR dice textualmente:
"Después
de la consagración, habiendo dicho el sacerdote: Este es el Sacramento de
nuestra fe, el pueblo dice la aclamación, empleando una de las fórmulas
determinadas. Al final de la Plegaria Eucarística, el sacerdote, toma la patena con la Hostia y
el cáliz, los eleva simultáneamente y pronuncia la doxología él solo: Por
Cristo, con Él y en Él. Al fin el pueblo aclama: Amén. En seguida, el sacerdote
coloca la patena y el cáliz sobre el corporal"
No
hay entonces margen de duda: esas palabras ha de decirlas solamente el
Sacerdote.
Alguien
puede estar en desacuerdo y aducir algunas razones sobre por qué las cosas
deberían ser de otro modo. Pero podemos imaginar lo que sucede si cada uno
pretende imponer lo que considera que debería hacerse.
Y
no hay que imaginar mucho: ya esos caprichos los vimos en los años
inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II, incluyendo el caso de
sacerdotes que creían que la misa "debería" celebrarse con tortillas
de maíz.
Como
no hay necesidad de volver a esos tiempos y a esas discusiones, lo mejor es que
todos comprendamos que la liturgia es un bien público de nuestra fe y que
merece amor, cudiado y respeto.
Por: Qriswell J. Quero
Fuente:
PildorasDeFe.net // fraynelson.com