Los
rumiantes nos enseñan
Hola,
buenos días, hoy Matilde nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Varias
veces dice el evangelista Lucas, acerca de María: “Y María guardada todas estas
cosas y las meditaba en su corazón”.
Bucear
en esta actitud de María ante los Misterios que se suceden a su alrededor, nos
es muy bueno en estos días de la Navidad…
Ella
“guardaba”: “Alégrate llena de gracia”, o “El Espíritu Santo vendrá sobre ti”,
o “Dichosa tú que has creído”, o la visita de esos tres Magos con dones tan
extraordinarios, o el canto de los ángeles: “Gloria a Dios en las alturas…” La
vida de María se desarrollaba hacia adentro… No para entender a Dios, que la
había elegido, sino para adorar cada vez mejor sus designios de Amor… María
“rumiaba” todo lo que sucedía a su alrededor…
Esta
palabra, “rumiar”, la entendí yo siendo muy niña. Mi familia solía ir los tres
meses de verano a un pueblo de montaña huyendo de los calores de Madrid. Era
entonces un pueblo, pueblo, con una carreterita de asfalto estrecha en mitad
del pueblo y lo demás, saliéndose de ella, todo eran caminos de tierra que los
hombres y los animales los habían creado con sus pisadas…
Se
entiende que había aquí vacas, bueyes, ovejas, cabras y burros, y toda clase de
animales de corral. Bajo la casa que alquilábamos había una ato de ovejas y
cabras que toda la noche nos acompañaban con sus cencerros y sus ruidos
característicos… Yo, una niña nacida entre asfalto, todo este mundo me
maravillaba…
Recuerdo
que lo que me admiraba grandemente era el rumiar de los bueyes que, quietos en
el camino, esperaban pacientemente a ser cargados con troncos muy pesados o
paja u otra cosa… Miraba sin cansarme ese masticar tan continuado de estos
animales que, ¡me parecían enormes! y como con una gran majestad…
Me
explicaron que eran rumiantes y que hacían su digestión en dos etapas: la
primera masticaban y tragaban el alimento; y la segunda lo devolvían a la boca
desde el estómago y la volvían a masticar… Así hacían con todo lo que comían,
para completar su digestión…
Y
ahora, después de unos cuantos años, me di cuenta que ese “rumiar” la Palabra
de Dios es lo que nos pide la Iglesia en este tiempo fuerte…
María
es nuestro ejemplo de cómo debemos hacer: primero, recibir la Palabra y “guardarla
en el corazón”; y segundo: volverla a traer a nuestro meditar y “darle vueltas”
hasta dejarnos envolver por Ella y transformarla en alimento propio…
Hoy
el reto del amor es leer un rato la Palabra de Dios, guardándola en el corazón,
y rumiarla, meditándola…
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma