El Papa apela a una
juventud inconformista que puede y debe encontrar en la Iglesia una aliada en
la lucha por sus causas más justas
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Foto: CNS |
El
Papa y, con él, los episcopados del mundo van en serio. «Los jóvenes piden un
cambio radical en la Iglesia», ha resumido el jesuita Giacomo Costa, uno de los
dos secretarios especiales del Sínodo que arrancó este miércoles en Roma. Es
urgente afrontar las causas de la deserción de muchos chicos y chicas. En
Occidente, en particular, se está produciendo un terremoto cultural de una
intensidad rara vez vista, y la secularización avanza a ritmo galopante. El
desplome de las bodas canónicas es un claro ejemplo. Pero no solo caen los
matrimonios religiosos: es la propia noción de institución lo que cuestionan
los jóvenes, ya sea un partido político o una unión percibida como mero trámite
burocrático que sustancialmente no aporta valor al amor entre los cónyuges. En
el terreno de la fe, de forma análoga, el problema no es que los jóvenes hayan
perdido el interés por la fe o las grandes cuestiones sobre el sentido de la
vida, sino que niegan en gran número que una Iglesia que ven fría y distante
pueda tener algo interesante que ofrecerles.
Este
Sínodo, sin embargo, no se plantea a la defensiva ni en clave de reconquistar
posiciones perdidas. Se trata más bien de discernir los signos de los tiempos,
en los que el Papa percibe no solo amenazas, sino también oportunidades y
razones para la esperanza. Para ello apela a una juventud por definición
inconformista, que puede y debe encontrar en la Iglesia una aliada natural en
la lucha por sus causas más justas. Luchas que, sin unas raíces firmemente
asentadas en una comunidad histórica, terminan volviéndose etéreas y acaban
absorbidas e integradas plácidamente por la cultura del consumismo.
La
Iglesia corre ese mismo peligro de caer en un conformismo burgués y
anestesiante. El reto de acercarse a los jóvenes puede ser el revulsivo que
necesita hoy, la «medicina contra el cansancio de creer», dicho con las
palabras con las que Benedicto XVI recordaba la JMJ de Madrid. Pero para eso es
necesario ofrecerles espacios, escucharlos y tomarlos en serio, darles
protagonismo. Un «cambio radical» que seguramente no está exento de riegos,
aunque si hay un camino seguro al fracaso ese es la inacción.
Fuente:
Alfa y Omega