SERVIR
II. Jesús nos enseña que no ha venido a ser
servido sino a servir. Imitarle.
III. Servir con alegría.
“En aquel tiempo, se
acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: -
«Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.» Les preguntó: - «¿Qué
queréis que haga por vosotros?» Contestaron: - «Concédenos sentarnos en tu
gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús replicó: - «No sabéis lo
que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros
con el bautismo con que yo me voy a bautizar?» Contestaron: - «Lo somos.»
Jesús
les dijo: - «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el
bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi
izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.» Los otros diez, al
oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les
dijo: - «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los
tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera
ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de
todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para
servir y dar su vida en rescate por todos» (Marcos 10,35-45).
I. La vida cristiana es
imitación de la de Cristo, pues Él se encarnó y os dio ejemplo para que sigáis
sus pasos (1 Pedro 2, 21). San Pablo exhortaba a los primeros cristianos a
imitar al Señor con estas palabras: Tened los mismos sentimientos de Cristo
Jesús (Filipenses 2, 5). Él es la causa ejemplar de toda santidad, es decir,
del amor a Dios Padre.
Nuestra
santidad consiste en permitir que nuestro ser más profundo se vaya configurando
con el de Cristo, en procurar que nuestros sentimientos ante los hombres, ante
las realidades creadas, ante la tribulación, se parezcan más a los que Jesús
tuvo, de manera que nuestra vida sea en cierto sentido, prolongación de la
Suya.
La
misma gracia divina, en la medida en que correspondemos a la acción continua
del Espíritu Santo, nos hace semejantes a Dios. Nuestra santidad consistirá,
pues, en ser por la gracia lo que es Cristo por naturaleza: hijos de Dios.
II. En diversas ocasiones el Señor proclamará que no vino a ser servido sino a servir (Mateo 20, 8). Toda su vida fue un servicio a todos, y su doctrina es una constante llamada a los hombres para que se olviden de sí mismos y se den a los demás.
II. En diversas ocasiones el Señor proclamará que no vino a ser servido sino a servir (Mateo 20, 8). Toda su vida fue un servicio a todos, y su doctrina es una constante llamada a los hombres para que se olviden de sí mismos y se den a los demás.
Se
quedó para siempre en su Iglesia, y de modo particular en la Sagrada
Eucaristía, para servirnos a diario con su compañía, con su humildad, con su
gracia.
Los
cristianos que queremos imitar al Señor, hemos de disponernos para un servicio
alegre a Dios y a los demás, sin esperar nada a cambio; servir incluso al que
no agradece el servicio que se le presta. “¡Solamente en la oración, y con la
oración, aprendemos a servir a los demás!” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja). De
ella obtenemos las fuerzas y la humildad que todo servicio requiere.
III. Nuestro servicio a Dios
y a los demás ha de estar lleno de humildad, aunque alguna vez tengamos el
honor de llevar a Cristo a otros, como el borrico sobre el que entró triunfante
en Jerusalén (Lucas 19, 35).
Esta
disponibilidad hacia las necesidades ajenas nos llevará a ayudar a los demás de
tal forma que, siempre que sea posible, no se advierta, y así no puedan darnos
ellos ninguna recompensa a cambio. ¡Nos basta la mirada de Jesús sobre nuestra
vida! Servid al Señor con alegría: encontraremos muchas ocasiones en la propia
profesión, en la vida de familia.
Comprenderemos
que “servir es reinar” (JUAN PABLO II, Redentor hominis). Aprendamos de Nuestra
Señora a “vivir apasionadamente pendiente del prójimo, por Dios” (J. ESCRIVÁ DE
BALAGUER, Surco)
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org