LA SANTIDAD DEL MATRIMONIO
II. Camino de santidad.
III. La familia, escuela de
virtudes.
“En aquel tiempo,
se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: -¿Le
es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?
Él les replicó: -¿Qué os ha mandado Moisés?
Contestaron: -Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio.
Jesús les dijo: -‘Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre’.
Él les replicó: -¿Qué os ha mandado Moisés?
Contestaron: -Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio.
Jesús les dijo: -‘Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre’.
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: -‘Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido. y se casa con otro, comete adulterio’.
[Le presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: -Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.]” (Marcos 10,2-16).
I. Cuando unos fariseos se
acercan a Jesús para tentarle, le preguntan para enfrentarlo a la ley de Moisés
si es lícito al marido repudiar a la mujer. Jesús declara en esta ocasión la
unidad y indisolubilidad originales del matrimonio, según los instituyera Dios
en el principio de la creación (Marcos 10, 2-16).
Sus
discípulos volvieron a preguntarle lo mismo, y Él les confirma lo que ya había
enseñado: Cualquiera que repudie a su mujer y se una con otra, comete adulterio
contra aquella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro comete
adulterio (Génesis 2, 18-24). Difícilmente se puede hablar con más nitidez.
Sus
palabras están llenas de una claridad deslumbradora. ¿Cómo es posible que un
cristiano pueda cuestionar estas propiedades naturales del matrimonio y siga
proclamando que imita y acompaña a Cristo? La salud moral de los pueblos está
ligada al buen estado del matrimonio.
De
aquí la urgencia que todos tenemos de rezar y velar por las familias. Los
mismos escándalos que desgraciadamente se producen y se divulgan, pueden ser
ocasión para dar buena doctrina y ahogar el mal en abundancia de bien.
II. Jesús eleva el
matrimonio a la dignidad de sacramento, que hasta entonces había sido una
institución de orden meramente natural, y lo introduce en el orden de las cosas
divinas.
El
matrimonio natural entre dos cristianos también está lleno de grandeza y
dignidad, pero “el ideal propuesto por Cristo a los casados está infinitamente
por encima de una meta de perfección humana: a través del matrimonio comunica a
los esposos la misma vida divina...” (J. Mª. MARTÍNEZ DORAL). Quienes se casan
inician juntos una vida nueva que han de andar en compañía de Dios. ¡Sacramento
grande en Cristo y en la Iglesia, dice San Pablo! (Efesios 5, 32). No olvidemos
que lo primero que quiso santificar el Mesías fue el hogar. puesto que quiso
nacer y crecer en su seno.
III. Quiso el Señor reflejar
en su propia familia el modo en que habrían nacer y crecer sus hijos: en el
seno de una familia establemente constituida y rodeados de su protección y
cariño. La familia tal y como Dios la ha querido es una verdadera “escuela de
virtudes” (JUAN PABLO II, Discurso) donde los hijos se forman para ser
ciudadanos y buenos hijos de Dios.
Es
en medio de la familia que vive de cara a Dios, donde cada uno encontrará su
propia vocación, a la que el Señor le llama. Acudamos a Nuestra Señora y a su
castísimo esposo, San José, para que cuiden a nuestra familia y a todas las
familias del mundo entero.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org