En Irak y
Siria es tiempo de reconstrucción. Es la conclusión que se desprende de la
reunión sobre la Crisis humanitaria en Siria e Irak que
concluye este viernes en el Vaticano
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Foto: CNS |
«La situación en Siria
después de tantos años de guerra está tan deteriorada que no es fácil volver a
empezar», afirmó el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolin,
durante la reunión sobre la Crisis humanitaria en Siria e Irak que
concluye este viernes en el Vaticano. «Pero también hay premisas positivas»,
reconocía.
Así se desprende también del informe La respuesta de las
instituciones católicas a la crisis humanitaria sirio-iraquí 2017-2018,
elaborado por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y
presentado durante el encuentro.
Según los datos recogidos
en el documento, procedentes de 84 instituciones católicas –ONG, diócesis e
institutos religiosos–, desde 2014 la Iglesia ha destinado mil millones de dólares
a paliar los efectos de la guerra en ambos países.
14.000 personas implicadas
Pasados los momentos más
graves de la crisis, esta ayuda no solo ha permanecido constante sino que se ha
consolidado. 2017 fue, desde 2014, el año que más recursos se destinaron a la
región: 286 millones de dólares, de los que se beneficiaron 4,6 millones de
personas. Este año, está prevista una inversión algo menor, 230 millones de
dólares, que llegarán a 3,9 millones de beneficiarios. El conflicto causado por
la guerra civil en Siria desde 2011 y la irrupción del Daesh en Irak ha dejado
a 13 millones de sirios y 8,7 millones de iraquíes en situación de necesidad.
Además, se subraya la
capacidad de movilización de la Iglesia: en Siria e Irak, y otros países
afectados por la llegada de refugiados como el Líbano, Jordania, Turquía,
Egipto y Chipre, más de 5.800 profesionales y de 8.300 voluntarios han
trabajado para ayudar a los afectados.
El año pasado los fondos se
repartieron geográficamente entre Siria (35 %), Líbano (30 %), Irak (17 %) y
Jordania (9 %). Un reparto que, un año después, es más equilibrado, con un 31 %
para Siria, un 25 % para el Líbano, un 22 % para Irak y un 15 % para Jordania.
De la emergencia a la
recuperación
Con todo, la principal
novedad del informe de este año, el tercero que se elabora desde 2014, es que
«por primera vez miramos hacia el futuro, con el final de la fase aguda de la
emergencia en la mayoría de los sectores de intervención» –en algunas zonas de
Siria todavía persiste el conflicto– «y una transición a la fase de primera
recuperación».
Este cambio de tendencia ya
se dejó notar en 2017. Ese año, las principales partidas fueron educación (26 %
de los fondos), alimentación (19 %) y atención sanitaria (11 %). Pero también
se empezaron a destinar más dinero que antes a garantizar unos ingresos a las
familias (por ejemplo, mediante formación o proyectos de generación de empleo,
con un 7 % de los fondos), a ayudas al alquiler y rehabilitación de casas (6
%), a apoyo psicosocial y a protección legal. Esta última área, que implica el
asesoramiento y la asistencia legal a los afectados por la guerra, es
importante para la Iglesia sobre todo en el Líbano, pero también en Jordania,
Turquía y Chipre.
Este esfuerzo para que las
familias tengan «más estabilidad» que les permita «reconstruirse en el futuro»
se está incrementando este año. La educación ha continuado en cabeza (20 %),
seguida de la atención sanitaria (18 %) y las actividades destinadas a dotar de
ingresos a las familias (10 %). Las partidas para la adquisición de alimentos y
otros productos de emergencia se redujeron.
El informe constata con
preocupación, sin embargo, que «las crecientes necesidades [en este ámbito]
están insuficientemente cubiertas». La educación, la atención sanitaria y psicosocial
todavía son prioridades, pero «el mayor desafío hoy es responder a una
necesidad cada vez creciente de estabilidad para el futuro de las familias,
programas de desarrollo agrícola y económico, relanzamiento del tejido social y
económico, formación profesional y lanzamiento de actividades laborales».
Sombras en el retorno a
Nínive
Un síntoma de la
importancia de este aspecto es el gran peso que en los últimos meses ha tenido
la promoción del regreso voluntario de los desplazados iraquíes a sus lugares
de origen en la llanura de Nínive, de donde habían sido expulsados por el
Daesh. Además de la reconstrucción de casas, escuelas, clínicas y templos, del
apoyo social y del acompañamiento pastoral, es clave «aumentar la
concienciación para que se garanticen condiciones seguras y dignas» a los
retornados.
El cardenal Parolin aludió
en su intervención a esta necesidad. Las tensiones entre el Gobierno central de
Baghdad y el regional del Kurdistán –explicó– «siguen teniendo efecto sobre la
normalización de la vida de las comunidades cristianas». Esto causa «fuerte
preocupación por el futuro», incluido el temor a que se modifique la
composición demográfica de esa región, «cuna del cristianismo en Irak».
La inseguridad sigue siendo
un problema en Irak
En lo que respecta a Siria,
el informe recuerda que, a pesar de la mejora de la situación, la preocupación
predominante sigue siendo «la seguridad y el acceso a algunas zonas del país,
unida a la inestabilidad de la situación socio-política».
El secretario de Estado del
Vaticano también aludió a esta cuestión. «El Papa Francisco continuará
repitiendo sus llamamientos por la paz porque estamos convencidos de que solo
por el camino del diálogo y la negociación se podrá llegar a una solución
pacífica y duradera».
Por el contrario
–continuó–, «sin perspectivas de paz y esperanza para el futuro, sin un proceso
de justicia y reconciliación, sin un esfuerzo de curación de las heridas que
implique a todos los componentes de las respectivas sociedades, nos arriesgamos
a que antes o después se reavive el fuego bajo las cenizas».
Más directo incluso fue el
cardenal Mario Zenari, nuncio apostólico en Siria, que afirmó que «el conflicto
en Siria terminará cuando termine la guerra en el seno del Consejo de Seguridad
[de la ONU], donde hemos visto tantos desencuentros».
Atención a las comunidades
de acogida
Además de la necesidad de
seguir apostando por la reconstrucción material y de las personas, el informe
del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral recoge una serie
de reflexiones destinadas a orientar la labor de la Iglesia en el futuro,
siempre desde una doble perspectiva: «La humanitaria, desarrollada para todas
las personas que lo necesitan, sin distinción, y el trabajo específico de
brindar asistencia y apoyo a las comunidades cristianas locales».
Una de ellas es la
preocupación por las tensiones intercomunitarias que se dan entre los
habitantes de los países de acogida de refugiados y las comunidades
desplazadas; una cuestión que «no se puede subestimar». A la hora de acoger a
los desplazados, subrayan los autores, «debería prestarse cada vez más atención
a las comunidades anfitrionas» y «continuar trabajando en la cohesión social,
el acceso justo a los servicios públicos y el apoyo a los más vulnerables» también
entre la población local.
Otras prioridades para los
próximos años, según el documento, es promover la implicación de los actores
locales, capacitándolos para que tengan un protagonismo cada vez mayor; así
como la labor de activismo social, concienciando y defendiendo los derechos de
los refugiados y las comunidades cristianas y alzando la voz para que se logre
una paz sostenible.
El regreso, un «deber de
civilización»
En su encuentro con los
participantes, el Papa Francisco ha pedido a la comunidad internacional que
renueve sus esfuerzos por la paz en estos países para que puedan regresar con
seguridad a sus hogares los millones de desplazados, algo que ha considerado
«un deber de civilización». También ha exhortado a superar «la lógica del
interés y [ponerse] al servicio de la paz poniendo fin a la guerra».
Francisco ha agradecido la
labor que realizan estas organizaciones sobre el terreno y destacó «este año el
gran trabajo realizado para apoyar el regreso de las comunidades cristianas en
la llanura de Ninive, en Irak, y los cuidados de salud proporcionados a tantos
enfermos pobres en Siria, en particular a través del proyecto Hospitales
Abiertos».
María Martínez López
Fuente: Alfa y Omega