La madre Teresa de Calcuta
ha dejado en todo el mundo una huella profunda, particularmente visible en los
sacerdotes y laicos que de alguna manera participan de su carisma
![]() |
Calderón,
a la derecha del todo, con voluntarios
y
hermanas de la madre Teresa. Foto: José María Calderón
|
Es el caso de José María
Calderón, delegado de Misiones de Madrid, quien en 1994 fue nombrado capellán y
confesor de la casa de las misioneras en Madrid. «Al principio mi vinculación
era mínima, celebraba Misa y confesaba, pero poco a poco me fui implicando en
el movimiento Corpus Christi para sacerdotes diocesanos influidos por la espiritualidad
de la madre, y eso ha marcado mi espiritualidad y mi sacerdocio», reconoce.
Calderón destaca que, «en
realidad, la madre Teresa a los sacerdotes nos exigía muy poquito, solo dos
cosas principalmente: una hora diaria de adoración al Santísimo y una
preocupación especial por los compañeros sacerdotes, estar cerca de ellos.
Además de eso, vivir el
carisma de la madre Teresa me ayuda en mi trabajo en la parroquia, a la hora de
atender a la gente que más lo necesita, los más pobres de entre los pobres de
mi parroquia, que no son necesariamente los que están en la puerta pidiendo,
sino también la señora que está sola, el hombre que no puede venir a Misa
porque está impedido, la persona que ha perdido un hijo y se rebela contra
Dios… A mí la madre me ha ayudado a vivir con extremada caridad las situaciones
de pobreza espiritual y material que tengo cerca con motivo de mi trabajo
pastoral».
Al delegado de Misiones de
Madrid esta influencia le ha llevado a instalar duchas en la parroquia para que
puedan usarlas las personas que viven en la calle, y a preguntarse cada día:
«¿Qué puedo hacer yo por los más pobres de entre los pobres?». Asimismo, madre
Teresa «me ha enseñado a amar la pobreza y a saber prescindir de cosas para no
sentirme atado. Me han enseñado a vivir con alegría la pobreza y el
desprendimiento, y a tener también un sentido profundo de obediencia».
«Soy mucho más feliz»
La vida de oración de madre
Teresa y que ahora llevan las hermanas es lo que más ha impactado a Isabel, una
voluntaria madrileña que viajó por primera vez a Calcuta hace 15 años, en un
momento vital difícil marcado por una separación. Desde entonces ha viajado
allí varias veces, además de colaborar en el comedor de las misioneras en
Madrid, y lo que más le sigue impresionando es «ver rezar a las hermanas,
porque te das cuenta de que necesitas rezar para aguantar todo lo que puedes
vivir cada día en sus casas. No puedes ir de machote porque
entonces no durarías nada».
Es la experiencia de
Israel, un joven que decidió ir a Calcuta porque «cada verano me daba cuenta de
que me alejaba de Dios, y ese año quise que no pasara de nuevo». Su primer día
no fue fácil, porque «llegué a la casa de moribundos y me bloqueé. Fue un shock:
estaba en medio de la habitación con todos los enfermos alrededor, y estaba
aterrorizado, tenía miedo y asco. Saqué el móvil y me pasé 20 minutos mirando
solo la hora.
Fueron unos momentos
interminables, no sabía qué hacer. Entonces cerré los ojos y recé: “Dios, hazlo
Tú por mí, que yo no puedo”. Y lo hizo: abrí los ojos y me puse a hablar con
ellos, y al rato ya tocándolos, abrazándolos y dándoles besos. Para mí ha sido
el mayor milagro que he experimentado en mi vida. Fue brutal».
Después de aquello, ha
vuelto a Calcuta dos veces más, y de toda esa experiencia saca que «a mí me ha
servido para no quejarme. Soy más feliz. Me sale de forma natural, no me quejo
de nada. Me he dado cuenta de que soy multimillonario, no solo en el aspecto
económico, sino en el ámbito afectivo e interior. En Calcuta he conocido muchos
enfermos que nunca han recibido cariño. Una vez acaricié a uno de ellos y se
puso a llorar. Yo tengo gente que me quiere y a mí nadie me ha dejado tirado en
la calle. Es una experiencia que me ha hecho más feliz».
Para Israel, la madre
Teresa «no es el centro de mi vida, pero me admira que cuando fundó la orden
llevaba solo cinco rupias en la cartera, como seis céntimos de euro, y ahora es
una obra inmensa. Eso me anima a pensar que si tienes a Dios de tu lado no hay
nada imposible. Hoy soy indestructible, mucho más libre».
Juan Luis Vázquez
Díaz-Mayordomo
Fuente: Alfa y Omega