El filósofo Max Scheler desarrolló el pensamiento
de que el cristianismo estaba llamado a conseguir la unidad europea desde
dentro
Un memorial en la Universidad de Múnich imita las hojas de la Rosa Blanca, desparramadas por el suelo |
El 13 de julio de 1943 eran
ejecutados en Múnich por el régimen nazi el profesor Kurt Huber y el estudiante
Alexander Schmorell. Habían sido condenados en el segundo juicio contra la Rosa
Blanca, celebrado el 19 de abril ante el presidente del denominado Tribunal
Popular, el fanático juez nazi Roland Freisler.
Anteriormente, el 22 de febrero
de ese mismo año, en un simulacro de juicio ya había condenado a muerte a otros
tres integrantes de la Rosa Blanca: a los hermanos Sophie y Hans Scholl, así
como a Christoph Probst.
Exceptuando al profesor
Huber, se trataba de jóvenes de 20 a 22 años; se alzaron sin violencia, con la
única arma que tenían: la palabra. Lo hicieron distribuyendo unas hojas tiradas
a multicopista: un total de seis, desde el verano de 1942 hasta ese febrero de
1943.
Las repartieron primero por la universidad y el centro de Múnich y
después también en otras ciudades. Poco antes habían escrito: «El nombre alemán
permanecerá para siempre mancillado si la juventud alemana no se alza para
vengar y, al mismo tiempo, expiar; para aniquilar a sus opresores y construir
una nueva Europa espiritual».
Los hermanos Scholl, que
siempre habían leído mucho, estudiaron los escritos de filósofos desde Sócrates
a Pascal y el cardenal Newman, pasando por san Agustín y santo Tomás de Aquino,
gracias a un amigo de la familia, Otl Aicher (que más tarde se casaría con la
hermana mayor, Inge). Es esa formación humanista, de la que Alexander Schmorell
en cierto modo también participó, la que les llevó a reconocer que el nazismo
no era un mero sistema político, sino sobre todo una ideología cerrada a la
trascendencia del hombre. Gran parte de esa formación correspondió a dos mentores:
el fundador y editor de la revista Hochland (Tierras Altas),
Carl Muth; y el filósofo y teólogo Theodor Haecker.
Ellos les pusieron en
contacto con las obras de la Renovación Católica, movimiento surgido en Francia
a finales del siglo XIX que tuvo una influencia decisiva para la conversión al
catolicismo de varios autores y, junto a revistas como Hochland,
contribuyó a renovar el catolicismo en Alemania. En las páginas de esta
revista, el filósofo Max Scheler desarrolló el pensamiento de que el
cristianismo estaba llamado a conseguir la unidad europea desde dentro. La paz
había de ser, según se expresaba Muth, no solo un balance de fuerzas sino algo
más profundo, basado en la idea de la humanidad.
Filosofía que cambia la
vida
Sophie y Hans Scholl
conocieron a Muth y Haecker en el invierno de 1941-42. El trato con estos
insignes intelectuales los llevó también a cambiar de vida. Decía un discípulo
del filósofo, Gerhard Schreiber: «A Haecker no se le puede tomar en serio sin
que eso tenga consecuencias para la propia vida». Será un libro de Haecker –¿Qué
es el hombre?– el que desempeñe el papel central para preparar la
resistencia de la Rosa Blanca.
Para los integrantes de
este grupo, el estudio de los filósofos cristianos no fue tan solo un
pasatiempo intelectual. Como recordará Inge Scholl, esos estudios remueven lo
más hondo de sus creencias: «Dios y Cristo, que hasta entonces nos habían
acompañado en imágenes de la infancia y que se habían ido convirtiendo en
figuras simbólicas, en símbolos de la grandeza humana, comenzaron a cobrar
significado y realidad, una realidad inefable, maravillosa, que nos colmaba y a
la que dirigimos toda nuestra profunda curiosidad». Si hasta entonces la
filosofía les había parecido algo distinto de la fe, ahora se convertía en un
«paso gradual para descubrir con la fe a un Dios personal».
Kurt Huber es el tercer
intelectual que influye sobre la Rosa Blanca, y no solo en el plano teórico,
pues se verá involucrado en las acciones de resistencia que desembocarán en la
pena de muerte. Sus clases en la Universidad de Múnich estaban salpicadas de
alusiones, no exentas de ironía. Por ejemplo cuando hablaba de Spinoza, autor
prohibido por los nazis: «Es judío; tengan cuidado, que se pueden envenenar».
Si los miembros de la Rosa
Blanca se alzaron contra Hitler, lo hicieron impulsados por su conciencia, por
su amor a la libertad y por sus firmes convicciones cristianas, con una gran
seguridad interior alcanzada en los últimos meses antes de lanzarse a escribir
las conocidas hojas. También hoy, en una sociedad aparentemente tan distinta,
pero en la que imperan otros dictados como el de lo políticamente correcto, son
necesarias personas con firmes convicciones y con la suficiente valentía para
defenderlas cueste lo que cueste.
José M. García Pelegrín
Historiador, periodista y crítico de cine. Vive y trabaja en Berlín
Historiador, periodista y crítico de cine. Vive y trabaja en Berlín
Fuente: Alfa y Omega