El ayudante de cámara Angelo Gugel revela la oración
de intercesión de san Juan Pablo II que ayudó a que naciera su cuarta hija. Y
habla de aquel exorcismo en la Plaza San Pedro
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El ayudante de cámara Angelo Gugel (izq.), durante una excursión
con Juan Pablo II en los últimos años del Pontificado
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Angelo
Gugel, que está cerca de sus 83 años, comienza a contar algunos episodios de su
larga vida al lado de los Papas. El discreto y reservado “ayudante de cámara”,
que fue gendarme pontificio al final del Pontificado de Pío XII, trabajó en el
Gobernatorado durante el Pontificado de Pablo VI y en 1978, sorpresivamente,
comenzó a ser el “mayordomo” de Juan Pablo II.
Desde entonces no ha abandonado
el aposento pontificio, pues ha ofrecido sus servicios sin interrupción al Papa
Luciani, a su sucesor Karol Wojtyla (durante 27 años), y, a pesar de haber
alcanzado la edad para jubilarse, durante los primeros meses del Pontificado de
Benedicto XVI. Su sucesor como mayordomo en la casa del Papa fue Paolo
Gabriele, protagonista del primer caso “vatileaks”.
Durante esos meses
difíciles, muchos en el Vaticano habrían querido contar nuevamente con el
estilo impecable de Gugel, que ahora concedió una larga entrevista al periódico
italiano “Corriere della Sera”, en la que narra algunos episodios de su vida al
lado de los Papas, empezando por una gracia que recibió gracias a la
intercesión de Juan Pablo II, a quien Gugel sostuvo en el vehículo ese 13 de
mayo de 1981 por la tarde, cuando los disparos de Alí Agca casi acabaron con la
vida del Pontífice polaco.
El
“milagro” recibido por Gugel tiene que ver con su esposa, Maria Luisa
Dell’Arche, con la que se casó en 1964. «Nuestra primogénita nació muerta»,
cuenta el ayudante de cámara, por lo que prometieron ponerle «como segundo
nombre María a todos los hijos que la Virgen nos concediera. Llegaron tres:
Raffaella, Flaviana y Guido. La cuarta se llama Carla Luciana Maria, en honor
de Karol y del Papa Luciani. Nació en 1980, por intercesión de Wojtyla».
Durante este último embarazo, explica Gugel, «surgieron gravísimos problemas en
el útero. Los ginecólogos del Hospital Gemelli, Bompiani, Forleo y Villani,
excluían que pudiera proseguir el embarazo. Un día Juan Pablo II me dijo: “Hoy
celebré la misa por su esposa”. El 9 de abril Maria Luisa fue conducida al
quirófano para una cesárea. Al salir, el doctor Villani comentó: “Alguien debe
haber rezado mucho”. En el acta de nacimiento escribió: “7.15 hrs.”, el
instante en el que la misa matutina del Papa se llevaba a cabo en el Sanctus.
Durante el desayuno, sor Tobiana Sobotka, superiora de las religiosas que
trabajaban en el Palacio Apostólico, informó al Pontífice que había nacido
Carla Luciana Maria. “Deo gratias”, exclamó Wojtyla. Y el 27 de abril él quiso
bautizarla en la capilla privada».
Gugel
también recordó cómo fue elegido como “mayordomo” del Papa Luciani. «Había sido
mi obispo en Vittorio Veneto. Conocía a mi mamá y a mi esposa. Había ordenado a
mi cuñado don Mario Dall’Arhce. Durante el Concilio, fui su chofer en Roma y
una vez fue a cenar a nuestra casa. Me despedí de él en la vigilia del
Cónclave. Él bromeó: “¿Espera que me salve el alma?”». Pero Gugel no se
imaginaba que el Patriarca de Venecia habría salido vestido de blanco de aquel
Cónclave del verano de 1978. «Tan es así que el 26 de agosto (el día en el que
fue elegido Juan Pablo I, ndr.) alcancé a mi familia que estaba de vacaciones
en Miane. El 3 de septiembre las monjas del asilo recibieron una llamada de
Camillo Cibin, el jefe de la Gendarmería: “Díganle a Gugel que vuelva
inmediatamente a Roma con un traje negro”. Corrí a comprármelo en Farra di
Solgio y me precipité al Vaticano. El Papa Luciani me recibió de esta manera:
“Usted está a mi servicio. Si yo falleciese, usted volvería a ocupar el mismo
puesto que tenía antes”».
Gugel
recuerda: «el primer domingo, después del Ángelus, le dije: “Santo Padre, ¿ha
visto cuánta gente había en la Plaza San Pedro”. Y respondió: “Vienen porque el
Papa es nuevo”. Pronunciaba discursos improvisando: “Es muy difícil hablar y
escribir de manera simple”, me revelo». El fiel ayudante de cámara, que por la
noche volvía a dormir con su familia, fuera del Vaticano, cuenta cómo se
despidió del Papa el día que este falleció. Después de haberle servido la cena,
«se despidió de mí a las 20.30: “Buenas noches, Angelo, nos vemos mañana”.
Llegué al día siguiente después de las siete. Yacía en la cama. Me prostré para
besarle las manos. El cuerpo todavía estaba tibio». Pero Gugel se dice triste
al escuchar cuando se habla de complots y de homicidio: «Es una estupidez. Un
día antes de su muerte, el Papa no se sentía bien. Yo mismo le llevé una
pastilla antes de que se acostara. Comió muy poco en la cena. Recuerdo que
habló en la mesa con sus secretarios sobre el “Preparación a la muerte”, el
libro de San Alfonso María de Ligorio».
Inmediatamente
después de la elección de Juan Pablo II, Gugel fue llamado nuevamente para
servir al Papa.
Dos
días después de la elección «el Sustituto de la Secretaría de Estado, Giuseppe
Caprio, llamó a las 11.30 al Gobernatorado diciendo: “Que se presente el señor
Gugel en el aposento privado del Papa, tal y como esté vestido”. Subí al último
piso del Palacio Apostólico. Me temblaban las piernas. Solo había prelados
polacos, yo era el único que hablaba italiano». Y precisamente esta
característica transformó al mayordomo en ayudante de dicción para los primeros
discursos papales. «Me quedé como estatua cuando, el 22 de octubre de 1978 por
la mañana, antes de dirigirse a la Plaza San Pedro para el inicio solemne del
Pontificado, el Santo padre me llamó a su estudio y me leyó la homilía que
habría pronunciado poco después: “¡No tengan miedo! ¡Abran, es más abran de par
en par las puertas a Cristo! ¡No tengan miedo! ¡Cristo sabe qué hay dentro del
hombre, sólo Él lo sabe!”. Me pidió que le indicara cuándo pronunciaba mal y,
con el lápiz, se apuntó dónde debía pronunciar los acentos. Dos meses después,
al reunirse con mis ex colegas de la Gendarmería, salió con una frase que me
dejó de piedra: “Si me equivoco con el acento de alguna palabra, el 50 por
ciento es culpa de Angelo”, y me sonrió».
Gugel
también describió su experiencia personal sobre el exorcismo que celebró Juan
Pablo II durante la Audiencia general en la Plaza San Pedro: «Yo también
estaba. Una chica blasfemaba y babeaba. Su voz era cavernosa. Un obispo se
escapó por el miedo. El Santo Padre rezaba en latín, sin descomponerse. Al
final le tocó la cabeza e inmediatamente el rostro de la endemoniada se relajó
en una expresión de paz. Lo vi cumplir un rito análogo en un saloncito del Aula
Nervi, también después de una audiencia».
Con
respecto a las veces en las que el Papa Wojtyla salía de incógnito, Gugel
revela: «digamos que no todas acababan en los periódicos. El Santo Padre
adoraba las montañas de Abruzzo. Cuando Sandro Petrini, en 1984, se unió a
nosotros para una excursión en el Adamello, durante el vuelo a Villafranca, en
el Trentino, descubrimos que tenía miedo del helicóptero. En el refugio, los
comensales insistían en que el presidente pronunciara el nombre del plato que
nos habían preparado: “machaca-curas”. No hubo manera; es más, se irritó. No le
quería faltar el respeto al Papa». El fiel mayordomo también indica que nunca
escuchó, en 27 años, que Juan Pablo II «pidiera algo» en la mesa, porque «comía
lo que encontraba». Y confirmó que al Papa le encantaba ponerle parmesano a la
ensalada.
El
momento que quedó impreso con mayor fuerza en su memoria fue el de la muerte de
san Juan Pablo II. «El 2 de abril de 2005 toda mi familia fue admitida para que
se despidiera de Karol Wojtyla, que estaba muriendo. La última que llegó fue
Carla Luciana Maria. Apenas entró a la habitación, el Papa se despertó del
torpor, abrió los ojos y le sonrió. Como para decirle: “Te reconozco, sé quién
eres”».
Con
Benedicto XVI Gugel permaneció como ayudante de cámara durante otros nueve
meses, y después, de tanto en tanto, lo llamaban nuevamente. «Ya había cumplido
70 años. En el Vaticano es la edad de la jubilación. Me llamaban de nuevo en
ocasiones particulares. Estuve con el Santo Padre en Castel Gandolfo durante
todo el mes de agosto de 2010. Al final, le dije que había sentido como en
familia. Respondió: “¡Pero si usted siempre está en familia!”». Sobre su
sucesor como mayordomo, Paolo Garbiele, protagonista del primer caso
“vatileaks” y quien fotocopió y filtró una enorme cantidad de documentos del
escritorio del Papa, Gugel dice: «Me lo esperaba. Me habían pedido que lo
entrenara. Pero no me parecía interesado en aprender».
Al final, el fiel y reservado mayordomo
papal cuenta que ha vuelto a visitar al Papa Ratzinger: «Lo he encontrado muy
lúcido. Solamente tiene problemas con las piernas. Se ve obligado a celebrar la
misa sentado».
ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO
Fuente: Vatican Insider