En nuestro país existen en la actualidad cerca de dos millones de personas
mayores de 65 que viven solas
Hace
tan solo unos días, un mensaje lanzado en redes sociales por una mujer
voluntaria en un tanatorio de México dejó patente un problema que afecta cada
vez a más personas en todo el planeta: la soledad.
El hecho es que Ramón
despedía a su esposa María Asunción Esparza Martínez, con la que había
convivido 40 años, acompañado solo del hijo de ambos, de 33 años y con
discapacidad. Sandra Pineda, una voluntaria local de Saltillo, una localidad al
norte de México, publicó en Facebook la imagen de Ramón velando a su esposa:
«Don Ramón no tiene a nadie. Ni dinero. Así que no tiene ni café. Ni pan y ni
una flor, me da tristeza».
La
difusión y los comentarios de apoyo corrieron como la pólvora entre los
vecinos, quienes acudieron a acompañar a Don Ramón y a su hijo e, incluso, les
hicieron donaciones para afrontar los costes de la sepultura de la recién
fallecida.
En
nuestro país existen en la actualidad 1.933.300 personas mayores de 65 que
viven solas, según los últimos datos registrados por el Instituto Nacional de
Estadística (INE) de 2016, lo que supone un incremento respecto al año anterior
del 4%, en concreto 80.000 personas mayores más.
Distintas emociones
El
concepto de soledad no es tan sencillo de definir, tal y como quedó patente
durante la celebración del quinto debate «Conversaciones de mayores», celebrado
en CaixaForum Sevilla y organizado por ABC y Obra Social “la Caixa”. «Existen
distintos tipos causados por motivos diferentes –apuntó Javier Yanguas,
director científico del programa de Mayores de la Fundación Bancaria “la
Caixa”–. Una persona se puede sentir sola porque está triste, tiene una enfermedad,
ha fallecido su pareja, se percibe apartada de su entorno, vive sola, por estar
en una residencia de ancianos, a pesar de estar rodeada de gente... Ante estas
situaciones se habla de soledad y, sin embargo, son distintas las emociones que
siente una persona que acaba de enviudar, de las de aquella que no tiene
relaciones sociales ni familiares».
Este
experto matizó que el estado de aislamiento no sucede de la noche a la mañana y
tiene que tener cierta perspectiva temporal para poder hablar de soledad. «Pasa
igual que con la tristeza, ya que por estar triste un par de tardes no quiere
decir que se tenga depresión; pues con la soledad ocurre igual, tiene que estar
muy presente durante un largo tiempo para que realmente persista esa emoción»,
aclara.
Esperanza
Sousa Gómez, de 78 años, explicó que ella vivió siempre en casa con sus padres,
su hermano y su marido, a los que atendió hasta que fallecieron. «Ahora vivo
sola, pero no me siento sola. Es verdad que lloro todas las mañanas porque echo
mucho de menos todo el bullicio que había en casa, prepararles el desayuno...,
máxime cuando tuve a mis tres hijos y éramos ocho en casa. Ahora mis hijos son
mayores, vienen a verme, me llaman y cuando se van de viaje me mandan tantas
fotos al teléfono móvil, que es como si viajara con ellos».
Reconoce,
sin embargo que le costó varios años «superar» la muerte de su marido con el
que llevaba desde los 16 años, pero un día decidió apuntarse a los talleres del
centro de Participación Activa de Triana y «ahora me relaciono con más
personas, me dan cariño y me han enseñado, entre otras muchas cosas, que hay
que aprender a vivir de otra manera, sola en casa, ya que nunca lo había
hecho».
Expulsados por la
sociedad
Mantenerse
activo es un buen remedio para sentirse acompañado. «Cuando yo me jubilé
–añadió Juan José Gómez, de 70 años, que trabajó como médico de Urgencias en el
Hospital de Virgen del Rocío– pensé que iba a tener mucho tiempo porque en
cierto modo sientes que la sociedad te expulsa cuando aún tienes mucho que aportar.
Todo lo contrario. Hago tantas actividades impartiendo clases, recibiendo
otras, quedando con amigos... que no siento soledad, a pesar de haber vivido
solo toda mi vida».
Sin
embargo, por su profesión asegura que ha sido testigo de casos inauditos de
familias que han llevado a Urgencias a algún mayor y han dado teléfonos y
direcciones falsas para que no les localizaran con la intención de abandonarles
allí. «Es desolador ver la situación de desamparo en la que quedan algunas
personas mayores, cuando no buscan quedarse solos. La soledad puede ser muy
dura, pero en la vejez mucho más porque es cuando más frágiles son las
personas».
Aun
así, matizó que la soledad también es un estado que puede ser buscado, como es
su caso, «y que debe ser igual de legítimo que vivir acompañado en pareja. Las
dos situaciones tienen sus ventajas y sus inconvenientes».
El
verdadero problema, según añadió Javier Yanguas, es «que no nos han educado
para vivir solos», mientras que en otras sociedades, como las asiáticas, sí lo
hacen. Es más, añadió que si alguien confesaba que vivía solo –sobre todo hace
años porque ahora es más común ser un «single», sin pareja–, era común pensar
«es un bicho raro; algo malo habrá hecho».
Sin compromiso
Explicó
que actualmente vivimos en una sociedad acelerada «en la que las parejas tienen
un menor compromiso, lo que conduce a la individualidad. «Pero, en definitiva,
nos necesitamos. No es cuestión de ponernos a una persona al lado para decir
que no estamos solos, sino de transmitir comunicación, cariño, cuidados... que
constituyen una red de seguridad emocional clave para sentir bienestar».
Como
médico especializado, Juan José Gómez insistió en que la soledad, sobre todo en
las personas mayores, conlleva graves riesgos: dificultad para conciliar el
sueño, depresión, una nutrición inadecuada, inestabilidad de la salud mental,
problemas cognitivos, mayores posibilidades de sufrir accidentes vasculares...
«La soledad es un problema de salud pública. Es necesario tomar medidas porque
España es un país cada vez más envejecido y con un mayor número de personas
centenarias. Pero, ¿quién nos prepara para vivir en soledad?», se preguntó.
Esperanza
Sousa consideró que hacen falta más centros de mayores donde impartan sesiones
para hablar del tema y ayuden a sobrellevar esta etapa de la vida que muchas
veces se vive aislado en casa. «Es más –apuntó– se debería incluir en las
escuelas alguna materia que abordase este asunto para estar preparados y vivir
con mayor naturalidad y menor sufrimiento».
Ponerse las pilas
El
problema –advirtió Juan José Gómez– es que parece «que los mayores no
importamos a la sociedad porque somos ya improductivos, olvidan que muchos
hemos trabajado 50 años y hemos generado riqueza a este país».
Javier
Yanguas no titubeó al afimar que «España debe ponerse las pilas y afrontar que
hay muchos mayores sin compañía y el riesgo y coste sanitario que esto supone.
No hay duda de que hacen falta recursos y concienciación para abordar lo que ya
se ha convertido en un importante problema social», concluyó el director
científico de la Fundación Bancaria “la Caixa”.
Laura
Peraita
Fuente:
ABC
