La historia de la Iglesia
es más emocionante que cualquier ‘thriller’ moderno...
Los
mensajes amenazantes y los ataques a iglesias católicas en Chile impulsaron a
las autoridades a revisar las medidas de seguridad de la visita del Papa esta
semana por su continente natal. Sin embargo, a pesar de esta tensión, es
probable que Francisco esté en muchos menos apuros que buena parte de sus
predecesores.
No
hay que ir muy lejos, el mismo Juan Pablo II estuvo muy cerca de no salir vivo
en 1981. Pero hace muchos, muchos años que ningún Papa es asesinado (a no ser
que uno crea cierta teoría conspiratoria sobre la muerte de Juan Pablo I en
1978). No obstante, hubo un tiempo en que el papado fue quizás el puesto
más peligroso del mundo. De hecho, solamente en el siglo X se produjo un mínimo
de cinco asesinatos papales.
Esta
violencia era el resultado de un clima político turbulento, en el que una
familia prominente designaba a un Papa, que luego era depuesto –o asesinado–
por alguien que actuaba en representación de una familia rival. A menudo, los
Papas que sobrevivían tenían que pasar un tiempo considerable lejos de Roma,
esperando a que las hostilidades se desbordaran o se sosegaran.
Por
supuesto, el asesinato reclamó al primer Papa, Pedro, que fue crucificado (boca
abajo, según muchas fuentes) en el año 64. Es probable que algunos de los
primeros Papas murieran de forma violenta, aunque la información disponible es
muy exigua. Se sabe un poco más de la suerte de Sixto II, que fue decapitado en
258 por tropas del Imperio romano con órdenes de ejecutar a líderes eclesiásticos.
Por fortuna, la conversión al cristianismo del emperador romano Constantino en
el año 312 resultaría favorable para la esperanza de vida papal… al menos
durante más de cinco siglos y medio.
Sin
embargo, cuando el siglo IX tocaba a su fin, el papado se convertía de
nuevo en una vocación de riesgo. En 882, Juan VIII fue envenenado por
miembros amotinados de su círculo más próximo. Como se impacientaron mientras
esperaban a que el veneno causara efecto, decidieron acelerar el asesinato
apaleándolo hasta morir.
Las
animosidades fueron quizás incluso más intensas durante el breve ejercicio de
Esteban VI, que condujo un proceso espantoso en el 897 conocido como Sínodo del
Cadáver, en el que se exhumó el cadáver del anterior papa Formoso, engalanado
en vestimentas papales, y luego fue sometido a juicio. Este “juicio” condenó a
Formoso por haber sido un pontífice ilegítimo, tras lo cual sus restos fueron
arrojados al río Tíber. El horripilante espectáculo del Sínodo Cadavérico
indignó a muchos. No mucho después de la conclusión del sínodo, Esteban VI, que
lo presidió, fue hallado estrangulado.
Aunque
Juan X no provocó semejante indignación pública, sí se cruzó en el camino de
Marozia, hija de la increíblemente poderosa familia de Teofilacto. Ella logró
encarcelar al Papa en Castel Sant’Angelo, en Roma, donde fue encontrado ahogado
en 929.
Juan
XII subió al papado en 955, siendo aún un adolescente. Y procedió a actuar más
como un desvergonzado universitario que como un pontífice. Algunos sospechan
que fue asesinado por un marido celoso en 964, aunque otros dicen que sufrió
una apoplejía fatal en los brazos de una amante.
Benedicto
VI entró en conflicto con la prominente familia Crescentii. En 974, fue
encarcelado y estrangulado… por un sacerdote. Otra víctima de los Crescentii
fue Juan XIV. En 984 fue asesinado en su cautiverio; algunos dicen que fue
envenenado, otros dicen que lo mataron de hambre.
Gregorio
V, el primer papa alemán, murió en 999. Aunque se dice que la malaria es la
causa probable, la violencia y la conspiración durante su pontificado crearon
rumores de su envenenamiento.
Hay
menos ambigüedad sobre el fallecimiento de Bonifacio VIII, un pontífice
brillante, aunque temperamental, se enredó en una amarga lucha de poder con la
monarquía francesa. Fue apresado durante una visita a Francia en 1303, fue
víctima de graves abusos físicos de los que nunca se recuperó, ya que murió
poco después de su regreso a Roma.
Como
la muerte le llegó poco después de su cautiverio y tortura, en esencia fue
asesinado. El fallecimiento de Bonifacio en 1303 supone el último incidente
conocido de muerte papal por causas no naturales.
En
los casos de ciertas muertes de Papas –Adriano III en 885, León V en 903,
Esteban VII (o VIII) en 931, Sergio IV en 1012 y Dámaso II en 1048– no está
claro si fueron asesinados, aunque sí murieron en circunstancias sospechosas en
una era en la que el pontificado era una posición débil y ser Papa una vocación
verdaderamente peligrosa.
Ray
Cavanaugh
Fuente:
Aleteia