52ª Jornada Mundial de las
Comunicaciones Sociales
“En
la fidelidad a la lógica de Dios, la comunicación se convierte en lugar para
expresar la propia responsabilidad en la búsqueda de la verdad y en la
construcción del bien”.
La
Santa Sede ha hecho público hoy, 24 de enero de 2018, Fiesta de San Francisco
de Sales, patrón de los periodistas, el Mensaje del Papa Francisco para la 52ª
Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebrará el próximo 13
de mayo bajo el lema: “La verdad os hará libres” (Gv 8, 32). Fake news y
periodismo de paz”.
Mensaje del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas:
En
el proyecto de Dios, la comunicación humana es una modalidad esencial para
vivir la comunión. El ser humano, imagen y semejanza del Creador, es capaz de
expresar y compartir la verdad, el bien, la belleza. Es capaz de contar su
propia experiencia y describir el mundo, y de construir así la memoria y la
comprensión de los acontecimientos.
Pero
el hombre, si sigue su propio egoísmo orgulloso, puede también hacer un mal uso
de la facultad de comunicar, como muestran desde el principio los episodios
bíblicos de Caín y Abel, y de la Torre de Babel (cf. Gn 4, 1-16; 11,1-9). La
alteración de la verdad es el síntoma típico de tal distorsión, tanto en el
plano individual como en el colectivo. Por el contrario, en la fidelidad a la
lógica de Dios, la comunicación se convierte en lugar para expresar la propia
responsabilidad en la búsqueda de la verdad y en la construcción del bien.
Hoy,
en un contexto de comunicación cada vez más veloz e inmersos dentro de un
sistema digital, asistimos al fenómeno de las noticias falsas, las llamadas
«fake news». Dicho fenómeno nos llama a la reflexión; por eso he dedicado este
mensaje al tema de la verdad, como ya hicieron en diversas ocasiones mis
predecesores a partir de Pablo VI (cf. Mensaje de 1972: «Los instrumentos de
comunicación social al servicio de la verdad»). Quisiera ofrecer de este modo
una aportación al esfuerzo común para prevenir la difusión de las noticias
falsas, y para redescubrir el valor de la profesión periodística y la
responsabilidad personal de cada uno en la comunicación de la verdad.
1. ¿Qué hay de falso en las
«noticias falsas»?
«Fake
news» es un término discutido y también objeto de debate. Generalmente alude a
la desinformación difundida online o en los medios de comunicación
tradicionales. Esta expresión se refiere, por tanto, a informaciones
infundadas, basadas en datos inexistentes o distorsionados, que tienen como
finalidad engañar o incluso manipular al lector para alcanzar determinados
objetivos, influenciar las decisiones políticas u obtener ganancias económicas.
La
eficacia de las fake news se debe, en primer lugar, a su naturaleza mimética,
es decir, a su capacidad de aparecer como plausibles. En segundo lugar, estas
noticias, falsas pero verosímiles, son capciosas, en el sentido de que son
hábiles para capturar la atención de los destinatarios poniendo el acento en
estereotipos y prejuicios extendidos dentro de un tejido social, y se apoyan en
emociones fáciles de suscitar, como el ansia, el desprecio, la rabia y la
frustración. Su difusión puede contar con el uso manipulador de las redes
sociales y de las lógicas que garantizan su funcionamiento. De este modo, los
contenidos, a pesar de carecer de fundamento, obtienen una visibilidad tal que
incluso los desmentidos oficiales difícilmente consiguen contener los daños que
producen.
La
dificultad para desenmascarar y erradicar las fake news se debe asimismo al
hecho de que las personas a menudo interactúan dentro de ambientes digitales
homogéneos e impermeables a perspectivas y opiniones divergentes. El resultado
de esta lógica de la desinformación es que, en lugar de realizar una sana comparación
con otras fuentes de información, lo que podría poner en discusión
positivamente los prejuicios y abrir un diálogo constructivo, se corre el
riesgo de convertirse en actores involuntarios de la difusión de opiniones
sectarias e infundadas. El drama de la desinformación es el desacreditar al
otro, el presentarlo como enemigo, hasta llegar a la demonización que favorece
los conflictos. Las noticias falsas revelan así la presencia de actitudes
intolerantes e hipersensibles al mismo tiempo, con el único resultado de
extender el peligro de la arrogancia y el odio. A esto conduce, en último
análisis, la falsedad.
2. ¿Cómo podemos
reconocerlas?
Ninguno
de nosotros puede eximirse de la responsabilidad de hacer frente a estas
falsedades. No es tarea fácil, porque la desinformación se basa frecuentemente
en discursos heterogéneos, intencionadamente evasivos y sutilmente engañosos, y
se sirve a veces de mecanismos refinados.
Por
eso son loables las iniciativas educativas que permiten aprender a leer y
valorar el contexto comunicativo, y enseñan a no ser divulgadores inconscientes
de la desinformación, sino activos en su desvelamiento. Son asimismo
encomiables las iniciativas institucionales y jurídicas encaminadas a concretar
normas que se opongan a este fenómeno, así como las que han puesto en marcha
las compañías tecnológicas y de medios de comunicación, dirigidas a definir
nuevos criterios para la verificación de las identidades personales que se
esconden detrás de millones de perfiles digitales.
Pero
la prevención y la identificación de los mecanismos de la desinformación
requieren también un discernimiento atento y profundo. En efecto, se ha de
desenmascarar la que se podría definir como la «lógica de la serpiente», capaz
de camuflarse en todas partes y morder. Se trata de la estrategia utilizada por
la «serpiente astuta» de la que habla el Libro del Génesis, la cual, en los
albores de la humanidad, fue la artífice de la primera fake news (cf. Gn 3, 1-15),
que llevó a las trágicas consecuencias del pecado, y que se concretizaron
luego en el primer fratricidio (cf. Gn 4) y en otras innumerables formas de mal
contra Dios, el prójimo, la sociedad y la creación.
La
estrategia de este hábil «padre de la mentira» (Jn 8, 44) es la mímesis, una
insidiosa y peligrosa seducción que se abre camino en el corazón del hombre con
argumentaciones falsas y atrayentes. En la narración del pecado original, el
tentador, efectivamente, se acerca a la mujer fingiendo ser su amigo e
interesarse por su bien, y comienza su discurso con una afirmación verdadera,
pero sólo en parte: «¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del
jardín?» (Gn 3,1). En realidad, lo que Dios había dicho a Adán no era que no
comieran de ningún árbol, sino tan solo de un árbol: «Del árbol del
conocimiento del bien y el mal no comerás» (Gn 2, 17). La mujer, respondiendo,
se lo explica a la serpiente, pero se deja atraer por su provocación:
«Podemos
comer los frutos de los árboles del jardín; pero del fruto del árbol que está
en mitad del jardín nos ha dicho Dios: “No comáis de él ni lo toquéis, de lo
contrario moriréis”» (Gn 3, 2). Esta respuesta tiene un sabor legalista y
pesimista: habiendo dado credibilidad al falsario y dejándose seducir por su
versión de los hechos, la mujer se deja engañar. Por eso, enseguida presta
atención cuando le asegura: «No, no moriréis» (v. 4). Luego, la deconstrucción
del tentador asume una apariencia creíble: «Dios sabe que el día en que
comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del
bien y el mal» (v. 5). Finalmente, se llega a desacreditar la recomendación
paternal de Dios, que estaba dirigida al bien, para seguir la seductora
incitación del enemigo: «La mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de
comer, atrayente a los ojos y deseable» (v. 6). Este episodio bíblico revela
por tanto un hecho esencial para nuestro razonamiento: ninguna desinformación
es inocua; por el contrario, fiarse de lo que es falso produce consecuencias
nefastas. Incluso una distorsión de la verdad aparentemente leve puede tener
efectos peligrosos.
De
lo que se trata, de hecho, es de nuestra codicia. Las fake news se convierten a
menudo en virales, es decir, se difunden de modo veloz y difícilmente
manejable, no a causa de la lógica de compartir que caracteriza a las redes
sociales, sino más bien por la codicia insaciable que se enciende fácilmente en
el ser humano.
Las
mismas motivaciones económicas y oportunistas de la desinformación tienen su
raíz en la sed de poder, de tener y de gozar que en último término nos hace
víctimas de un engaño mucho más trágico que el de sus manifestaciones
individuales: el del mal que se mueve de falsedad en falsedad para robarnos la
libertad del corazón. He aquí porqué educar en la verdad significa educar para
saber discernir, valorar y ponderar los deseos y las inclinaciones que se
mueven dentro de nosotros, para no encontrarnos privados del bien «cayendo» en
cada tentación.
3. «La verdad os hará libres»
(Jn 8, 32)
La
continua contaminación a través de un lenguaje engañoso termina por ofuscar la
interioridad de la persona. Dostoyevski escribió algo interesante en este
sentido: «Quien se miente a sí mismo y escucha sus propias mentiras, llega al
punto de no poder distinguir la verdad, ni dentro de sí mismo ni en torno a sí,
y de este modo comienza a perder el respeto a sí mismo y a los demás.
Luego,
como ya no estima a nadie, deja también de amar, y para distraer el tedio que
produce la falta de cariño y ocuparse en algo, se entrega a las pasiones y a
los placeres más bajos; y por culpa de sus vicios, se hace como una bestia. Y
todo esto deriva del continuo mentir a los demás y a sí mismo» (Los hermanos
Karamazov, II,2).
Entonces,
¿cómo defendernos? El antídoto más eficaz contra el virus de la falsedad es
dejarse purificar por la verdad. En la visión cristiana, la verdad no es sólo
una realidad conceptual que se refiere al juicio sobre las cosas, definiéndolas
como verdaderas o falsas. La verdad no es solamente el sacar a la luz cosas
oscuras, «desvelar la realidad», como lleva a pensar el antiguo término griego
que la designa, aletheia (de a-lethès, «no escondido»). La verdad tiene que ver
con la vida entera. En la Biblia tiene el significado de apoyo, solidez,
confianza, como da a entender la raíz ‘aman, de la cual procede también el Amén
litúrgico. La verdad es aquello sobre lo que uno se puede apoyar para no caer.
En este sentido relacional, el único verdaderamente fiable y digno de confianza,
sobre el que se puede contar siempre, es decir, «verdadero», es el Dios vivo.
He aquí la afirmación de Jesús: «Yo soy la verdad» (Jn 14, 6). El hombre, por
tanto, descubre y redescubre la verdad cuando la experimenta en sí mismo como
fidelidad y fiabilidad de quien lo ama. Sólo esto libera al hombre: «La verdad
os hará libres» (Jn 8, 32).
Liberación
de la falsedad y búsqueda de la relación: he aquí los dos ingredientes que no
pueden faltar para que nuestras palabras y nuestros gestos sean verdaderos, auténticos,
dignos de confianza. Para discernir la verdad es preciso distinguir lo que
favorece la comunión y promueve el bien, y lo que, por el contrario, tiende a
aislar, dividir y contraponer. La verdad, por tanto, no se alcanza realmente
cuando se impone como algo extrínseco e impersonal; en cambio, brota de
relaciones libres entre las personas, en la escucha recíproca. Además, nunca se
deja de buscar la verdad, porque siempre está al acecho la falsedad, también
cuando se dicen cosas verdaderas. Una argumentación impecable puede apoyarse
sobre hechos innegables, pero si se utiliza para herir a otro y desacreditarlo
a los ojos de los demás, por más que parezca justa, no contiene en sí la
verdad.
Por
sus frutos podemos distinguir la verdad de los enunciados: si suscitan
polémica, fomentan divisiones, infunden resignación; o si, por el contrario,
llevan a la reflexión consciente y madura, al diálogo constructivo, a una
laboriosidad provechosa.
4. La paz es la verdadera
noticia
El
mejor antídoto contra las falsedades no son las estrategias, sino las personas,
personas que, libres de la codicia, están dispuestas a escuchar, y permiten que
la verdad emerja a través de la fatiga de un diálogo sincero; personas que,
atraídas por el bien, se responsabilizan en el uso del lenguaje. Si el camino
para evitar la expansión de la desinformación es la responsabilidad, quien
tiene un compromiso especial es el que por su oficio tiene la responsabilidad
de informar, es decir: el periodista, custodio de las noticias. Este, en el mundo
contemporáneo, no realiza sólo un trabajo, sino una verdadera y propia misión.
Tiene la tarea, en el frenesí de las noticias y en el torbellino de las
primicias, de recordar que en el centro de la noticia no está la velocidad en
darla y el impacto sobre las cifras de audiencia, sino las personas. Informar
es formar, es involucrarse en la vida de las personas. Por eso la verificación
de las fuentes y la custodia de la comunicación son verdaderos y propios
procesos de desarrollo del bien que generan confianza y abren caminos de
comunión y de paz.
Por
lo tanto, deseo dirigir un llamamiento a promover un periodismo de paz, sin
entender con esta expresión un periodismo «buenista» que niegue la existencia
de problemas graves y asuma tonos empalagosos. Me refiero, por el contrario, a
un periodismo sin fingimientos, hostil a las falsedades, a eslóganes efectistas
y a declaraciones altisonantes; un periodismo hecho por personas para personas,
y que se comprende como servicio a todos, especialmente a aquellos – y son
la mayoría en el mundo– que no tienen voz; un periodismo que no queme las
noticias, sino que se esfuerce en buscar las causas reales de los conflictos,
para favorecer la comprensión de sus raíces y su superación a través de la
puesta en marcha de procesos virtuosos; un periodismo empeñado en indicar
soluciones alternativas a la escalada del clamor y de la violencia verbal.
Por
eso, inspirándonos en una oración franciscana, podríamos dirigirnos a la Verdad
en persona de la siguiente manera:
Señor,
haznos instrumentos de tu paz.
Haznos reconocer el mal que se insinúa en una comunicación que no crea comunión.
Haznos capaces de quitar el veneno de nuestros juicios.
Ayúdanos a hablar de los otros como de hermanos y hermanas.
Tú eres fiel y digno de confianza; haz que nuestras palabras sean semillas de bien para el mundo:
donde hay ruido, haz que practiquemos la escucha;
donde hay confusión, haz que inspiremos armonía;
donde hay ambigüedad, haz que llevemos claridad;
donde hay exclusión, haz que llevemos el compartir;
donde hay sensacionalismo, haz que usemos la sobriedad;
donde hay superficialidad, haz que planteemos interrogantes verdaderos;
donde hay prejuicio, haz que suscitemos confianza;
donde hay agresividad, haz que llevemos respeto;
donde hay falsedad, haz que llevemos verdad.
Amén.
Haznos reconocer el mal que se insinúa en una comunicación que no crea comunión.
Haznos capaces de quitar el veneno de nuestros juicios.
Ayúdanos a hablar de los otros como de hermanos y hermanas.
Tú eres fiel y digno de confianza; haz que nuestras palabras sean semillas de bien para el mundo:
donde hay ruido, haz que practiquemos la escucha;
donde hay confusión, haz que inspiremos armonía;
donde hay ambigüedad, haz que llevemos claridad;
donde hay exclusión, haz que llevemos el compartir;
donde hay sensacionalismo, haz que usemos la sobriedad;
donde hay superficialidad, haz que planteemos interrogantes verdaderos;
donde hay prejuicio, haz que suscitemos confianza;
donde hay agresividad, haz que llevemos respeto;
donde hay falsedad, haz que llevemos verdad.
Amén.
Vaticano,
24 de enero de 2018, fiesta de san Francisco de Sales
FRANCISCO
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Fuente: Zenit