¿Qué necesito realmente? ¿Me falta algo? ¿Tengo
necesidades reales?
Pienso que el Adviento tiene mucho de
esperanza providente y mucho de nostalgia de infinito. Y hacen falta ojos de
niño para seguir el camino que lleva de la noche a la luz. Del frío al calor de
un fuego. Hace falta la fe en un Dios bueno que me quiere y conduce mi
historia. Y quiere lo mejor para mí. Quiere que salga de mí la mejor versión de
mí mismo.
Espero en esa llegada que altere
mis planes y me exija saltos de fe fuera de tantos cálculos. Saltos audaces y
valientes que rompen todos los esquemas. Me gusta pensar en ese Dios oculto en
los cielos que desciende en mi carne para cambiar los corazones. “Señor, Tú eres nuestro padre, nosotros la
arcilla y Tú el alfarero: somos todos obra de tu mano”.
Espero en ese Dios alfarero,
porque confío en que sus manos harán conmigo una obra de arte. Y por eso sigo
caminando porque creo que Dios tiene algo bueno para mi vida. Lo mejor está por
venir, por eso espero. No quiero dejar de confiar en su amor inmenso. Él baja a
mí en medio de mis cruces y dolores. Viene a mí cuando me siento perdido en mi
noche. Donde no hay estrellas, donde parece no haber esperanza. Viene a mí para
abrazar mi cuerpo herido.
Espero, quiero, deseo que venga
de nuevo a mí en este Adviento. Necesito un milagro de Navidad para mi vida.
¿Qué es lo que espero? ¿Qué necesito? Hay tanto dolor, tanta injusticia que
hiere mi alma. Lo quiero todo. Quiero el amor infinito. La paz eterna. Sé que
cuando llega esta época navideña surgen las dudas de los regalos.
¿Qué
necesito realmente? ¿Me falta algo? Lo pienso bien. No necesito nada. En realidad estoy
lleno de cosas. Lleno de bienes. Lleno de necesidades satisfechas. Lleno de
cosas superfluas.
¿Tengo
necesidades reales? Hay
necesidades creadas por el consumismo. Me encuentro lleno en mi ansia de tener.
Pero vacío en mi deseo de amar de forma plena y para siempre. Veo un vacío
hondo dentro de mí que me produce nostalgia de lo eterno. Tengo en mi interior
la esperanza de una vida más plena, más feliz, más lograda. Es el deseo que
sigue estando anclado en el alma. Quiero vivir más de lo que hoy vivo. Y que no
mueran aquellos a los que quiero. Que no mueran nunca y menos prematuramente.
Aunque sé que a Dios se lo puedo pedir todo.
Pero no le puedo pedir nunca
explicaciones. Tal vez por eso quiero aprender a confiar más en Dios y menos en
mis fuerzas. Quiero aprender a caminar con más hondura, aunque no sea más
lejos, dejando mi superficie. Quiero vivir con una mirada más providente y no
calculando a ver si tengo fuerzas suficientes para llegar a la meta.
Mis cálculos humanos me pesan
muy dentro y me hacen tan frágil. Es como si para dar un paso tuviera que tener
mil certezas en el alma para no dudar. Y las cosas que me sacan de mi esquema
me ponen inseguro y me dan miedo. Me agobio y no pienso que es Dios actuando en
mí cuando me sacan del molde. Y creo que soy yo el que actúa con mi fuerza
mientras Dios me contempla maravillado.
¡Qué poca hondura tiene mi mar!
Me hace falta adentrarme en mi interior buscando las huellas de Dios en mi
historia. La esperanza es la que me llama a comenzar este Adviento poniendo mi
confianza en ese Jesús que me sale al encuentro, hecho niño indefenso. Jesús
viene a nacer en mi alma para cambiarme por dentro. Eso espero, lo necesito.
Tengo expectativas. Pero no vivo
amargado ni defraudado cuando me asusta que Dios no haga realidad todos mis
planes. Detrás de cada derrota vuelvo a confiar. Subo el umbral de mi
tolerancia frente a las frustraciones. Soy tan pequeño. Y veo que puedo ser más
tolerante con los que están más cerca. Mejorar mi ánimo cuando las cosas no
suceden como esperaba.
Superar mis disgustos con
entereza. No espero ya que todo esté a mi gusto. Que todo me resulte. No es lo
que espero en este Adviento. Espero más bien vivir anclado en Dios para no
vivir continuamente con miedos. Espero más silencio y menos ruidos. Espero
menos guerras y más paz. Menos divisiones y más unidad. Espero más abrazos y
menos distancias. Espero más verdades y menos mentiras. Espero el cielo en la
tierra y el corazón roto por un amor que todo lo desborda. Espero acercarme al
que está más lejos. Y escuchar al que nunca llamo.
Espero recorrer la distancia
eterna que me separa del que me hizo daño. Espero cuidar al enfermo y visitar
al preso. Espero dar de comer al indigente y hospedar al peregrino. Espero
escuchar al que me habla y animar al que me escucha. Espero hacer felices a los
que me rodean, regalando mi tiempo. Espero dar la vida por los grandes ideales
y no ser mezquino en mi entrega. Espero vencer mi pereza, y dejar de lado mis
miedos. Espero ayudar al que sufre y sostener al caído. Sé que no es tan fácil
todo lo que espero.
Pero me dice Dios que siga
esperando, que crea, que confíe. Y me pongo en marcha al comenzar el Adviento.
Si Él va conmigo creo que puedo. Si Él me alegra en medio de mis penas, todo es
posible. Por eso pongo todo en las manos de Dios que conduce mi barca.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia